Borus golpeaba furioso la puerta de mi habitación. Gritaba desesperado por que abriera. Me deslicé con cautela para escuchar con claridad sus imprecaciones.
—¡Abre la maldita puerta! ¡Tenemos que hablar! ¡Abre!
Su frente lucía una cicatriz profunda y curvilínea producto del ataque de Jin.
Habían transcurrido dos días desde el incidente en el que los radicales habían impedido la ejecución de su líder. Aún no lograba entender como una flecha común pudo haber desviado con tanta precisión la que había lanzado con el pulso del duque. No hallaba ninguna explicación porque nuestra flecha había sido de un material conocido por su inquebrantabilidad.
Borus me arrastró de la muñeca a la sala principal donde se hallaban reunidos todos los magistrados y consejeros principales junto a mi padre. Con desdeño me encaminó hacia la mitad de la pieza. Me miraba con repugnancia como si fuera una miserable que ya no es digna de respeto.
—Retiro mi propuesta de matrimonio con ella —dijo Borus sin titubeos.
El Rey incrédulo y arqueando sus cejas me lanzó una mirada penetrante.
—¿Por qué el duque Borus desearía hacerlo? ¿Acaso la princesa le ha causado algún disgusto enorme? —respondió mi padre en un tono adulador.
—No deseo vivir al lado de esta loca.
—¿Pero por qué el señorito Borus dice semejantes cosas? Creo que todos estamos confundidos por los sucesos que ocurrieron estos días y es necesario aclararlos.
—Yo no necesito que me aclaren nada, lo entendí todo: la princesa está enamorada de ese criminal.
Mi padre hizo un gesto de asombro como si nunca lo hubiera sabido y para hacerlo más creíble llevó una de sus manos a la altura de la boca.
—Duque Borus debe entender, por favor, que el estado de salud de la princesa aún no es óptimo, tenemos que ser pacientes con ella —dijo el Rey como disculpándose mientras escuchaba con indiferencia lo que Boris había guardado en su corazón enconado.
El duque soltó un bufido al aire y con risa burlona arremetió:
—Su majestad, no puedo seguir fingiendo que nada ocurre cuando esta demente sigue empecinada en estar con ese maldito. Creo que no lo tienen claro aún —extendió sus brazos y giró sobre sus talones como si quisiera demostrar lo que estaba a punto de afirmar—: la princesa está enamorada del enemigo más grande de Valtoria. Por eso, nunca aceptó mis halagos y solo recibí desprecio. Para ella solo soy un gusano al lado de ese canalla. Y tengo que decirles que estos delirios de la princesa me hacen pensar que ella está loca. Necesita ser encerrada y jamás salir porque es un peligro para el reino. Nadie debe recordar sus arrebatos indecentes. ¿Cree su majestad que es justo para mí elegir una flor para ponerla en el lado más bello del jardín cuando ella prefiere el lodo y la basura?
Los más ancianos comenzaron a murmurar ante sus declaraciones.
—Yo no estoy loca Borus —dije altiva—. Jamás lo estuve.
—Entonces explícanos tus visitas a la cantera por las noches cuando ese cretino dormía ahí. También te encontrabas con él en el riachuelo por las tardes... Todo este tiempo mantuviste un amorío con él mientras yo te adoraba. Ni siquiera quisiste aceptar mi propuesta de matrimonio.
—Fui clara desde un principio y también se lo hice saber a mi padre: nunca quise casarme contigo —respondí sus acusaciones dirigiendo la cabeza levemente hacia el Rey.
Esperé en vano una respuesta de su parte porque los magistrados comenzaron a decirle:
—¿Cómo es posible que permita que su hija lo desautorice? Ese matrimonio debió darse hace mucho tiempo y su majestad lo sigue aplazando. La princesa ha estado actuando equivocadamente y nos debe una disculpa.
—La princesa debería aclarar ahora mismo los rumores que se difunden dentro y fuera del palacio sobre su amorío con ese criminal. ¡Esto es inconcebible! —decía otro.
Mi padre se enfureció contra mí por la gran presión que sus consejeros ejercían sobre él apuntando que si no me reprendía el pueblo lo dejaría de considerar como el soberano implacable que era.
—Te daré una oportunidad para que expliques este mal entendido —sentenció Vorgath.
—No tengo que aclarar nada.
—¿Seguirás siendo una insolente? —gritó el Rey.
—¿Qué es lo que quieres escuchar? —respondí.
El Rey se tomó unos momentos de silencio mientras se llevaba las manos a la cabeza.
—Ella debió haberlo matado pero fingió que falló. ¡Por favor, ella jamás ha fallado en ningún tiro! Era obvio, ella no quería hacerlo —prosiguió Borus.
Mi padre levantó su mano para indicarle que aguardara un rato mientras él tomaba una decisión. Namarie, mi hermana menor, y a pocos metros del Rey, me lanzaba de sus labios gestos de desprecio y esperaba ansiosa una resolución.
Finalmente el Rey dijo:
—Borus no te lamentes más, te daré la mano de mi hija menor para que la administración del Reino quede en buenas manos.
Los que lo oyeron alabaron su resolución "tan ingeniosa".
—En cuanto a tí... —continuó—seré honesto, desde hace mucho que dejé de confiar en tí y en tus habilidades como sucesora al trono. Escuché varias veces tu desatinos con ese lunático pero los ignoré esperando una respuesta contundente de tu parte, una reforma tuya, pero veo que nunca lo harás. No te arrepientes de nada ni lo admites. No solo has engañado al duque Borus, nos has engañado a todos. Y lo que has hecho es traición al haberte vinculado con ese hombre. Mis últimas palabras son estas: ya no eres mi hija.
Como un autómata me dirigí a la puerta como si aceptara mi destino final. Antes de atravesar el umbral me arranqué el collar y los pendientes que llevaba y los arrojé a los pies del duque.
—Es evidente que ya no tengo ninguna conexión con ustedes al igual que ustedes jamás tuvieron una relación genuina conmigo. Su hipocresía los hace creer su compromiso con el pueblo pero bien saben que son solo unos usurpadores.
☆ ☆ ☆
Dormí varios días en las aceras, junto a los mendigos. Aquel día, caminé por la Plaza Central como una vagabunda más. La gente ya no reparaba en mí como el día en que declaré las atrocidades que había "cometido" Jungkook. La Plaza, llena de vendedores y comerciantes, mantenía su bullicio y dinámica como siempre. Había voces estentóreas por todos lados y sonidos semejantes al de los animales contenidos en jaulas. Luego, me perdí entre los callejones principales que merodeaba la gente para llegar al mercado en busca de harina y legumbres. Buscaba al sastre real.
Un recuerdo vago de su residencia me decía que era por los lugares que transitaba. Sin embargo, no me atrevía a consultarlo con nadie por temor a que me reconocieran. Persistía este temor a pesar de ir con el rostro cubierto con una manta grisácea. Incluso las noticias se habían esparcido rápido porque pude oír unas vendedoras murmuraban sobre el Rey y su hija. Por alguna extraña razón tenía miedo. ¿Por qué? Cuando escuché la sentencia de mi padre creí que me sentiría más liberada pero aún seguía al borde del abismo. Ahora, pensamientos confusos me perseguían y atormentaban mis ideas de sobrevivir sola y sin alguien que de verdad se condoliera de mí. ¿Cómo sería este nuevo mundo lejos de las comodidades, estima y adulaciones banales?
Pensando en mi situación, ni siquiera tenía un lugar a donde acudir, no conocía a nadie de confianza. Al pasar por mostradores lujosos que exhibían trajes hechos a la medida y vestidos bellamente adornados preguntaba con esfuerzo por él. Nadie me daba razón de su ubicación. En la cara de los cuestionados se dibujaban expresiones de sorpresa y confusión hasta que uno de ellos me dijo que el Rey lo había removido del cargo tras mi salida. Sus consejeros le insinuaron que habría una atmósfera de paz si limpiaba el palacio de servidores infieles que se especulaba de sus conexiones con Los radicales.
—Pero, ¿sabe dónde puedo encontrarlo?
—De seguro, está con ellos.
Al atardecer, en una esquina, unos ricos comerciantes con caras de beatos acostumbraban a entregar comida a los despreciados en la calle. Lo hacían de vez en cuando como una forma de atenuar su codicia y calmar su corazón lleno de egoísmo. Formé la fila indecisa porque de cualquier forma debía alimentarme. Recibí un pan duro que era agradecido con muchos ademanes por las mujeres y niños que cubrían sus cuerpos con harapos. De entre las filas desordenadas por la presión de algunos de quedarse sin nada, identifiqué al sastre, tomando la dádiva.
Lo seguí. Se metió en una casucha que parecía que iba a derrumbarse si algún viento fuerte soplaba. Tenía sus paredes de madera apolilladas y de seguro por ahí se colaba algún frío que impedía conciliar el sueño por las noches. Pregunté por él pero ninguno de los dos hombres que salieron a mi encuentro me dieron razón. Algo desesperada me filtré al primer espacio que parecía habitable. Habían cosas viejas amontonadas a un lado de la sala. Jimin estaba sentado en una sillita observando con determinación su pan antes de llevárselo a la boca. Me recibió sorprendido.
☆ ☆ ☆
Preparamos nuestra mula con casi nada de provisiones, sabiendo que sería un largo viaje hasta encontrarlos. Las nuevas políticas del Rey, de seguro, los había ahuyentado al sitio menos pensado. Quizás por ello ubicarlos sería muy difícil. Por todos los rincones se habían esparcido rumores de que el Rey había ejecutado o al menos despedido a todos los servidores que eran afines a las ideas de Los Radicales. Los sospechosos eran expulsados.
—Si nos quedamos un tiempo más aquí también nos exterminarán —sentenció Jimin antes de partir.
Por desgracia la mula mal nutrida que el sastre compró por el camino a dos días de salir de la capital pereció. Así que tuvimos que caminar algunos días y dormir en la intemperie. A cada transeúnte que pasaba preguntábamos si conocía el paradero del grupo, unos se escandalizaban y otros se alejaban asustados. Cuando llevábamos un día ya sin provisiones y mi cuerpo cansado, no acostumbrado a estas rutinas, comenzó a arder en fiebre, un anciano nos dijo que estaba refugiándose en una gruta.
—Llegaremos antes de que anochezca —dijo Jimin tomando la resolución de cargarme—. Lo peor es que tu fiebre ha subido.
—No quiero que ellos sepan que vine contigo.
Cuando llegamos. No sabía ni como Jimin había llegado a ese peñasco, ni en qué parte del reino estábamos. Mi mente estaba muy nublada por la fiebre. Unos hombres nos detuvieron. Les explicamos que queríamos hablar con el líder pero ellos al principio se negaron. Luego nos introdujeron a la cueva pedregosa cuando les dijimos que el Rey nos había aborrecido y que buscábamos protección.
Jungkook estaba en su mesa de siempre con unas cuantas velas a su alrededor consumidas. Nos echó una mirada escrutadora. Mis piernas temblaban un poco.
—¿Quienes son? —preguntó a los guardias que nos habían llevado ante él.
—Dicen que es el sastre real y una prima lejana de él que vivía en la corte.
—Me presento —dijo el sastre—, soy Jimin. Antes era sastre real pero el Rey me removió creyendo que yo conspiraba contra él por ustedes y ella es mi prima, también fue expulsada por las mismas razones.
—¿Eso es verdad?
—Claro que le decimos la verdad.
—¿Es verdad que ustedes tuvieron relación con nosotros?
—Bueno, conocemos a Jin, de hecho él me ordenó que le entregara unos mensajes a la princesa antes de que usted sea juzgado por el Rey.
—¿Ella leyó esos mensajes?
Respiré profundamente.
—No lo sé realmente. Yo se los dejaba a su dama de compañía.
Jungkook se levantó.
—Vinimos aquí porque queremos pedir su protección por algún tiempo mientras las cosas se calman en la corte.
—¿Cómo sé que ustedes no son unos farsantes?
—¿Cómo podríamos mentir en esta situación? Por favor, al menos denos cabida unos días hasta que ella se restablezca del viaje-
—Escuché la nueva resolución del Rey pero… no recibiré a nadie.
Los guardias iban a expulsarnos.
—Vinimos porque sabíamos que usted es una persona mucho más generosa y comprensiva que el Rey. Antes vivíamos entre la comodidad y los lujos pero ahora no tenemos nada. ¿Usted puede comprender eso? Somos repudiados por el Rey y nadie quiere recibirnos, solo tenemos puestas nuestras esperanzas en su benevolencia —me apresuré a decir al ver que se marchaba.
Se acercó a nosotros.
—¿Tú conociste a la princesa?
—No fuimos tan cercanas.
—¿Escuchaste lo que dijo antes de abandonar el palacio?