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Chapter 105 - Capítulo 1: El Mago de los Huesos

Ubicación: Siberia, RusiaTiempo desde la separación del equipo: 2 mesesObjetivo: Encontrar a Arkadi RubaskojEquipo en misión: Aiko & Volkhov

Dos meses.

Sesenta días comiéndose el hielo.Sesenta noches durmiendo sobre la escarcha con las costillas pegadas al suelo y los huesos tiritando como metralla oxidada.Sesenta intentos de seguir un rastro que parecía evaporarse con cada nueva ventisca.

Volkhov se detuvo en la cima de una colina helada. La escarcha pegada a su barba no se derretía ni con el calor de su aliento. Su mirada se clavó en unas huellas desiguales que serpenteaban entre los árboles: grandes, erráticas, como si pertenecieran a alguien que no caminaba del todo... humano.

—¿Es él? —preguntó Aiko, sin aliento, ajustándose la bufanda con los dedos entumecidos.

Volkhov no respondió al instante. Su ojo experimentado no solo veía el rastro, lo leía.

—Camina como si estuviera borracho… pero con dirección. Sigue huyendo. —Pausa—. Nos está dejando entrar.

Aiko frunció el ceño. Su espada colgaba de su espalda, vibrando apenas, como si sintiera algo anormal en el aire. Volvió la vista al sendero.

—Entonces que nos espere despierto.

La travesía los llevó a un bosque que no figuraba en ningún mapa. Los árboles se curvaban hacia adentro como si quisieran proteger un secreto antiguo, y en sus troncos aparecían marcas talladas en hueso. Sí, hueso, clavado en la corteza como un recordatorio.

Volkhov reconoció los glifos. Magia antigua. No militar. Algo más… primitivo.

—Está cerca —dijo—. Y lo sabe.

Aiko asintió, aunque un escalofrío la recorrió. No por el frío, sino por la presencia. Había algo en el aire, un susurro constante, como si el bosque respirara. Como si observara.

—¿Te molesta que yo haya venido contigo en vez de con Ryuusei? —preguntó de pronto.

Volkhov la miró de reojo. —No.

—¿Seguro?

—Sí. Aunque… —Volkhov exhaló—. No me acostumbro a lo fácil que matas. Ni a que me llames "interesante".

Aiko sonrió bajo la bufanda. —Bueno, ya me viste desnuda una vez. Supuse que podía confiar en ti.

Volkhov se atragantó con el aire helado. —¡No fue mi culpa! ¡Fue en ese maldito río congelado!

—Y aun así no apartaste la mirada, Volkhov.

Volkhov se aclaró la garganta, murmurando por lo bajo. "No soy un pervertido… apenas tiene trece…"

La risa se apagó en cuanto escucharon un chillido metálico, como acero contra piedra.Ambos se agacharon al instante.

Delante, un claro bañado en rojo.

Un cuerpo despedazado colgaba de una rama. Otro estaba siendo arrastrado por una sombra envuelta en harapos. Aquella figura murmuraba palabras guturales mientras trazaba círculos en la nieve con la sangre de sus víctimas.

Volkhov apretó el gatillo, sin disparar aún.

Aiko susurró:

—¿Es él?

—Sí. —Volkhov lo sabía por el ojo blanco, por el aura distorsionada. Por el silencio denso que lo rodeaba.

Arkadi Rubaskoj no se había vuelto loco.

Él habitaba la locura como un mago habita su torre.

—¡Aléjate! —gritó Arkadi de pronto, girándose hacia ellos sin mover los pies—. ¡Este ritual no es para profanos!

Volkhov disparó. La bala impactó en el hombro de Arkadi, pero no cayó. Solo miró la herida y la escupió con un gesto. Literalmente. La sangre brotó, pero él la recogió con los dedos y la usó para pintar un nuevo símbolo en el aire.

Una ráfaga de energía mágica los lanzó contra un árbol.

Aiko se puso de pie como si nada.Sus ojos brillaban con una chispa distinta.

—¿Querías ver lo que puedo hacer… Ryuusei? —susurró para sí.

Y desenvainó su espada.

Un aura negra emergió de su espalda, como un manto de niebla asesina. Sus ojos se tornaron escarlatas, y su cuerpo, aunque pequeño, emanaba una presión que hizo crujir la nieve bajo sus pies.

Arkadi intentó invocar un escudo, pero Aiko ya estaba frente a él.Un tajo horizontal.El brazo derecho de Arkadi voló por los aires como un trapo sucio.

—¡AAARGH! ¡¿QUÉ ERES, NIÑA DEMONIO?!

—Soy la sombra de Ryuusei.

Y volvió a atacar.

Arkadi se defendía como podía, canalizando magia con una sola mano. Convirtió su sangre en lanzas, su voz en cuchillas, su sombra en cadenas.

Aiko lo esquivaba todo, danzando como una muerte menor. No mataba. Solo destrozaba.Quería que entendiera lo que era el miedo.

Volkhov se incorporó. Vio que Arkadi intentaba alzar una roca flotante con un sello grabado, pero un solo disparo certero le voló la rodilla.

Arkadi cayó de bruces.

—¡BASTA! —gritó—. ¡No me maten! ¡Por favor! ¡Yo... yo solo... yo solo quería que los espíritus me dejaran en paz!

Aiko detuvo su espada a centímetros de su garganta.Volkhov apuntaba a la cabeza.

—¿Qué espíritus? —preguntó él.

—¡Los de Ryuusei! ¡Los que ustedes cargan en los huesos! ¡Yo los veo! ¡Los escucho! ¡Ese maldito chico… el Hijo del Yin y Yang… dejó una marca en el mundo!

Arkadi se retorció en la nieve, balbuceando frases ininteligibles. Finalmente, levantó su única mano.

—Si me van a reclutar, háganlo ahora. Antes de que los árboles decidan devorarme por hablar demasiado.

Aiko miró a Volkhov.

—¿Lo dejamos vivir?

—No. —Volkhov apuntó de nuevo.Pausa.

—Pero... Ryuusei no quiere esclavos. Quiere aliados.

Bajó el rifle.

Aiko se arrodilló y le ofreció una manta a Arkadi.Este temblaba. No solo de frío.Sino por primera vez… de vergüenza.

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