Las criaturas oscuras que emergieron del bosque eran más horribles de lo que Aiko había imaginado. Sus cuerpos retorcidos parecían formados de sombras solidificadas, y sus ojos rojos brillaban con una malicia ancestral. Eran rápidas y feroces, abalanzándose sobre ellos con garras afiladas y un hambre voraz.
Volkhov disparó ráfagas precisas con su rifle, derribando a varias de las criaturas, pero parecían multiplicarse en la oscuridad. Aiko se movía como un torbellino de acero, su katana cortando las sombras con cada golpe, dejando tras de sí un rastro de un líquido oscuro y fétido.
Arkadi, a pesar de su reciente herida, se irguió con una determinación sorprendente. Su único ojo blanco brillaba con una luz intensa, y sus manos huesudas comenzaron a moverse en el aire, trazando símbolos invisibles.
—¡Suficiente! —rugió Arkadi, su voz resonando con una autoridad mágica que hizo retroceder a las criaturas por un instante.
Extendió sus brazos, y la nieve a su alrededor comenzó a derretirse, revelando la tierra oscura debajo. Con movimientos rápidos y precisos, Arkadi comenzó a dibujar símbolos complejos en el suelo con sus dedos, la tierra pareciendo arder brevemente con una luz púrpura oscura mientras los trazos se completaban. Los símbolos se entrelazaban, formando un círculo intrincado que palpitaba con una energía palpable.
—¡Amber Lee! —exclamó Arkadi, su voz ahora cargada de poder—. China. Hong Kong. Ese es nuestro próximo destino.
Aiko, jadeando por el esfuerzo del combate, asintió. —Vamos por Amber Lee.
Arkadi no les quitó la vista a las criaturas, que ahora rodeaban el círculo mágico con cautela. —Aiko, Volkhov. Entren al círculo. Ahora.
Aiko y Volkhov intercambiaron una mirada y obedecieron, colocándose en el centro del círculo de símbolos que ahora brillaba con una luz azul intensa. Las criaturas oscuras intentaron acercarse, pero una barrera invisible parecía detenerlas, haciéndolas chillar de frustración.
Arkadi levantó sus manos hacia el cielo nocturno, su cuerpo temblando con la energía mágica que fluía a través de él. —Este portal… nos llevará lejos. A través del espacio y la distancia. Es rápido… pero puede ser… turbulento. Aiko, niña del fuego, tu cuerpo puede que no soporte el tránsito. Puede que te desmayes. Agárrate a lo que puedas.
Aiko asintió, apretando con fuerza la empuñadura de su katana. Volkhov se mantuvo en alerta, su rifle listo para disparar a cualquier criatura que intentara interrumpir el conjuro.
—Prepárense —advirtió Arkadi, su voz ahora un murmullo cargado de poder—. El viaje comienza.
Los símbolos en el suelo comenzaron a girar más rápido, la luz azul se intensificó, y el aire a su alrededor vibró con una energía creciente. Las criaturas oscuras chillaron y retrocedieron, como si la propia magia las quemara.
De repente, una columna de luz blanca surgió del centro del círculo, envolviendo a Aiko, Volkhov y Arkadi. La sensación fue instantánea y abrumadora. Aiko sintió como si cada célula de su cuerpo se desgarrara y se volviera a ensamblar a una velocidad vertiginosa. Su visión se nubló, y un zumbido ensordecedor llenó sus oídos. La advertencia de Arkadi resonó en su mente justo antes de que la oscuridad la envolviera por completo.
Volkhov apretó los dientes, luchando contra la sensación de ser estirado y comprimido a la vez. El mundo a su alrededor se convirtió en un torbellino de colores y formas distorsionadas. Intentó mantener la conciencia, pero la fuerza del portal era demasiado grande.
Y entonces, tan rápido como comenzó, la sensación cesó. La luz blanca desapareció, y el silencio volvió, aunque un zumbido persistente aún resonaba en los oídos de Volkhov.
Abrió los ojos, desorientado. El cielo nocturno sobre él era diferente, más contaminado por la luz de una gran ciudad. Y la sensación de vacío en su estómago le indicó que ya no estaba en tierra firme.
Miró hacia abajo y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Estaban cayendo.
La ciudad de Hong Kong se extendía debajo como un mar de luces brillantes. Estaban a una altura considerable, y la velocidad de su descenso aumentaba rápidamente.
A su lado, Aiko estaba cayendo inconsciente, su cuerpo inerte. Justo a su lado, Arkadi también caía, su rostro pálido bajo la luz de la luna.
Aiko, a pesar de estar semi-consciente, reaccionó por instinto. Vio a Arkadi cayendo a su lado y, con un esfuerzo desesperado, extendió su brazo y lo agarró por la túnica. Su agarre fue firme, evitando que el mago se precipitara hacia una muerte segura.
Volkhov, sin embargo, no tuvo la misma suerte. Estaba demasiado lejos de Aiko y Arkadi, y la sorpresa de la repentina aparición en el cielo lo había tomado desprevenido. Cayó en picado hacia la ciudad, el viento silbando en sus oídos.
El impacto contra el tejado de un edificio fue brutal. Volkhov sintió un dolor agudo recorrer su cuerpo. Sus huesos crujieron, y supo al instante que se había roto varias costillas y posiblemente una pierna. El golpe lo dejó sin aliento por un momento, pero la adrenalina y la rápida acción de la piedra de regeneración comenzaron a hacer efecto de inmediato. Sintió cómo sus huesos se realineaban y el dolor disminuía gradualmente.
Mientras tanto, Aiko, aún cayendo pero ahora con Arkadi firmemente agarrado, buscó desesperadamente un lugar donde aterrizar. Vio un toldo grande sobresaliendo de un edificio cercano y dirigió su caída hacia él, usando su cuerpo como un escudo para proteger a Arkadi.
El impacto contra el toldo fue fuerte, pero logró amortiguar la caída. Aiko jadeó por el golpe, pero se mantuvo consciente, aferrándose a Arkadi con todas sus fuerzas.
Abajo, en el tejado donde Volkhov había aterrizado, el ex soldado se levantó con dificultad, gimiendo por el dolor residual. Su pierna aún le dolía, pero podía apoyarse en ella. La regeneración estaba funcionando, aunque no era instantánea.
Miró hacia arriba y vio a Aiko aterrizando en el toldo con Arkadi. Suspiró aliviado. Al menos ellos estaban relativamente a salvo.
Ahora, dispersos en medio de una ciudad desconocida, después de un viaje intercontinental caótico y una caída libre desde el cielo, Aiko, Volkhov y Arkadi se enfrentaban a su siguiente desafío: encontrar a Amber Lee en la laberíntica metrópolis de Hong Kong. Y esta vez, habían llegado con un aterrizaje… forzoso.