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Herederos del pecado +21

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Synopsis
Maximiliano Lamberti y Malcom Bellini son dos jóvenes que han aprendido a jugar con fuego sin quemarse... o eso creen. Entre la frialdad de la alta sociedad y la lujuria desenfrenada de sus fiestas privadas en la isla Jeki-Kije, ocultan sus verdaderos demonios bajo máscaras de indiferencia y deseo. Malcom arde en una obsesión incontrolable por Maximiliano, mientras que este último solo encuentra placer en el poder que tiene sobre los demás. Pero hay un infierno del que ninguno de los dos puede escapar: Andrew Lamberti ha regresado. Como primogénito y heredero de la familia, Andrew no solo gobierna con poder, sino también con miedo. Para Axel, su crueldad fue un tormento físico. Para Maximiliano, un veneno silencioso que aún lo persigue. Ahora, con su regreso, las viejas heridas vuelven a abrirse y el pasado amenaza con devorarlos a todos.
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Chapter 1 - capitulo 1

Las luces doradas bañaban la inmensa sala de la mansión Lamberti, reflejándose en las copas de cristal y en los vestidos de diseñador de las invitadas. Los hombres hablaban de negocios y política con voces bajas y controladas, como si el dinero fuera un secreto que solo ellos podían entender. En ese mundo, las emociones eran un lujo innecesario.

Maximiliano Lamberti estaba allí, entre ellos, con su copa de vino en la mano y su expresión impasible. Sus ojos fríos escudriñaban la habitación con aburrimiento, como si buscara algo que jamás encontraría en un lugar así.

—Estás particularmente serio hoy —susurró Malcom Bellini a su lado, con su sonrisa ladeada y su aire de despreocupación calculada.

—Siempre estoy serio aquí —respondió Maximiliano sin mirarlo.

Malcom sonrió más, tomando un sorbo de whisky. A su alrededor, un par de mujeres lo miraban con interés, pero él no les prestó atención.

—No lo niegues, Max. Estás pensando en Jeki-Kije.

Maximiliano no respondió. No tenía por qué hacerlo.

Una hora después ambos desaparecieron de la aburrida "fista de adultos" y terminaron en...

Jeki-Kije: Donde las máscaras caen

La lancha surcaba la noche, rompiendo la calma del agua con su velocidad. El aire salado se mezclaba con el olor a licor y el sonido de risas desenfrenadas. A bordo, Maximiliano observaba la silueta de la isla privada de su familia acercándose. Su refugio. Su prisión.

Jeki-Kije no era solo una isla. Era un santuario donde los herederos de familias poderosas podían entregarse a sus verdaderos deseos, lejos de las miradas juzgadoras de la alta sociedad. Aquí no había reglas, solo placer, excesos y promesas rotas antes del amanecer.

Malcom fue el primero en bajarse, desabrochándose la camisa con una risa despreocupada.

—Por fin estamos en casa —dijo, sirviéndose otro trago sin siquiera haber terminado el anterior.

La fiesta ya había comenzado. Cuerpos brillaban bajo las luces neón, la música era un latido fuerte en el suelo, y el aire estaba impregnado de sudor, alcohol y lujuria. Maximiliano caminó entre la multitud con la gracia de un depredador que aún no decide a quién devorar. Podía sentir las miradas sobre él, el deseo en los ojos de hombres y mujeres por igual.

Él podía tener a quien quisiera. Lo sabía. Pero el juego le interesaba más que la conquista.

Malcom, en cambio, ya tenía una mujer entre sus brazos. Sonreía con su típico aire de embriaguez, murmurando palabras al oído de su presa. Pero sus ojos no estaban en ella.

Sus ojos estaban en Maximiliano.

Siempre en Maximiliano.

Y Maximiliano lo sabía.

—Maximiliano.

La voz de Axel lo hizo girarse. Su hermano estaba allí, apoyado en una pared con un cigarro entre los labios.

—¿Qué pasa? —preguntó Maximiliano, encendiendo el suyo.

Axel exhaló humo lentamente antes de responder.

—Andrew volvió.

El simple sonido de ese nombre hizo que todo lo demás se desvaneciera. La música, las risas, el calor del alcohol en su garganta… todo dejó de importar.

Maximiliano sintió que su cuerpo se tensaba, pero su rostro permaneció imperturbable. No podía permitirse mostrar miedo. No ante nadie.

—¿Qué quiere?

Axel sonrió con amargura.

—Lo de siempre. Jodernos la vida.

Maximiliano tenía una regla: nunca hablaba de su infancia. No con Malcom. No con sus amantes. No con nadie.

Pero el pasado nunca desaparece. Se esconde en los rincones de la memoria, esperando el momento perfecto para resurgir.

Andrew Lamberti no era solo su hermano mayor. Era su torturador.

Desde que Maximiliano tenía memoria, Andrew había sido una sombra sobre su existencia. No era un simple hermano dominante, no era alguien que solo imponía respeto por ser el mayor. No. Andrew disfrutaba hacerlos sufrir.

Con Axel, su crueldad era física. Golpes, "accidentes" con cigarrillos encendidos, empujones por las escaleras que siempre terminaban con una disculpa fingida ante sus padres, todo su cuerpo termino siendo un desastre por ese demonio de ojos azules.

Pero con Maximiliano… era distinto.

Andrew jugaba con su mente. Lo aislaba. Lo hacía dudar de su propia cordura. Se metía en su cuarto en medio de la noche y le susurraba cosas que lo hacían temblar.

—¿Sabes por qué mamá ya no te abraza? Porque sabe que eres un error.

—Nadie va a quererte nunca, Maximiliano. Solo yo.

—Si intentas alejarte de mí, haré que Axel pague por ello.

Las palabras de Andrew eran cuchillos invisibles. Maximiliano creció con el miedo incrustado en la piel, aprendiendo a ocultar sus emociones para que Andrew no pudiera usarlas en su contra.

Pero ahora, después de años de ausencia, Andrew estaba de vuelta.

Y Maximiliano sabía que los demonios nunca regresaban sin un motivo.

La promesa rota

Maximiliano apagó el cigarro en la pared de piedra y miró a Axel a los ojos.

—Esta vez, si Andrew cruza la línea… yo mismo lo haré pagar.

Axel sostuvo su mirada por un momento antes de reír con amargura.

—Siempre dices lo mismo, hermano.

Maximiliano no respondió. Porque, en el fondo, sabía que Axel tenía razón.

Él había jurado muchas veces que se liberaría de Andrew. Pero cuando la oscuridad de su hermano lo envolvía, cuando volvía a sentir su sombra sobre él… el niño asustado que había sido regresaba, recordándole que el miedo nunca se va del todo.

La fiesta continuaba a su alrededor. La música subía. Malcom reía con su copa en alto, rodeado de cuerpos que no significaban nada.

Pero en el alma de Maximiliano, la celebración había terminado.

Andrew estaba de vuelta.

Y el infierno estaba a punto de comenzar otra vez.