Al volver a casa, nos encontramos con padre. Estaba sentado en el comedor, tomando café.
Un hábito nocturno. Una señal de que, en cuanto terminara la taza, se retiraría a dormir. Después de eso, no deberíamos hacer ningún ruido. Y tenía sentido. Pasa casi todo el día con el rey, y a veces, lo acompaña en las guardias nocturnas.
Al vernos entrar, nos dedicó una sonrisa burlona.
—Se ven bastante mal. Parece que barrieron el piso con ustedes.
Muy gracioso. De verdad, una comedia inigualable.
—Jaja… —Isolde rió con tristeza.
—No se desanimen —intervino madre, acercándose con una toalla en cada mano—. Solo es cuestión de que sean persuasivos y tengan una gran fuerza de voluntad.
Típico. Motivación en su forma más pura.
Aun así, tomé la toalla cuando me la ofreció y me limpié el rostro. Isolde hizo lo mismo.
—Gracias, madre.
No solo por la toalla, sino por sus palabras. Tenía razón. No era momento de desanimarse, sino de tomar esta humillación como combustible.
—¡Sí! ¡Gracias, madre! —gritó Isolde con su energía habitual.
—Iremos a descansar —dije, saliendo de la cocina.
—¿No van a cenar?
No tenía hambre. Para ser honesto, en todo el día no había sentido hambre en absoluto. Solo quería dormir.
—Yo no tengo hambre.
—¿Y tú, Issy?
—Mmm… No —negó con la cabeza—. Voy a dormir junto con Lucy.
Madre sonrió.
—Bien. Descansen, mis gemelos.
Nos dio un beso en la mejilla. Isolde corrió hacia padre y le hizo lo mismo. Él solo sonrió.
—Descansen.
—Gracias, padre.
Con eso concluido, Isolde y yo subimos a la habitación, conversando sobre nuestro pequeño entrenamiento con Alicia.
—¿No crees que su fuerza era realmente abrumadora? —preguntó ella con un tono decepcionado.
Sí, lo era. Y su velocidad tampoco era normal.
—Lo creo.
Demasiado rápida para una niña de su edad.
Según el libro de Paradoja, un niño apenas alcanza la fuerza de un adulto promedio y, con entrenamiento, puede igualarlo en velocidad. Un adolescente puede superarlo. Pero al llegar a la adultez, las estadísticas físicas generales dejan de tener un límite mortal, siendo lo divino la única barrera real.
Alicia tenía la velocidad de un adulto. O algo menos. Pero no lo suficiente como para marcar una diferencia tan abismal.
Eso solo puede lograrse usando…
—Tengo una idea, pero vamos a tener que estudiar más de lo debido.
Isolde frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir, Lucy?
—Vamos a tener que estudiar la magia curativa en su totalidad.
Sonreí.
Porque si mi teoría era correcta, esa diferencia que nos aplastó hoy no era solo cuestión de talento o entrenamiento. Era cuestión de saber cómo usar el cuerpo en su máximo potencial. Y si eso significaba desentrañar los principios de la magia curativa para aplicarlos de manera poco ortodoxa…
Que así sea.
Perspectiva de Isolde.
Me sentía aplastada. Algo grande, algo pesado estaba sobre mí. Oh… oh… se sentía como…
—¡Lucy, no puedo respirar!
—¿Mmm? Oh, perdón.
Lucy se deslizó fuera de mí, dándome el aire que tanto ansiaba. ¡Qué divertido! Dormimos tarde, uno encima del otro, y despertamos en posiciones totalmente ridículas. ¿Cómo pasó esto? Quién sabe, pero seguro que no fue culpa mía.
Lucy bostezó y se estiró como un gato satisfecho.
—¿Qué hora es…?
—Mmm… No lo sé. —Me asomé por la ventana, ladeando la cabeza hacia la izquierda para ver el reloj gigante. Temprano. —Son las nueve.
—Mmm… creo que dormir tarde y despertar demasiado temprano no es lo mejor para la salud, ¿verdad? Pero valió la pena. Aprender sobre magia curativa fue increíble.
Sí, fascinante. Pero también desesperante. Átomos, tejidos, enfermedades, concentración… todo debía encajar perfectamente o el resultado podría ser… bueno… explosivo.
—Sí… pero es complicado.
—Sí, puede ser. Pero ya hemos pasado por cosas peores, ¿no crees? ¿Recuerdas la magia de gravedad? Terminamos destrozando los platos de mamá.
Solté una risa. Cierto. No había razón para desanimarse. Lucius siempre encontraba la forma de ver las cosas de manera positiva, aunque su rostro fuera tan frío y estoico.
Lucius bajó de la cama de un salto.
—Bueno, bajemos a desayunar y vayamos al taller del Tío Reginald. —Se calzó las botas con calma.
Últimamente pasábamos demasiado tiempo en ese taller. Pero, vamos, era un lugar lleno de artefactos extraños, peligrosos, y potencialmente mortales. ¿Cómo no iba a ser divertido?
Mi favorito era una pequeña araña mecánica con veneno letal. ¡Tan adorable~! Pero lo mejor era que servía como vigilante y podía capturar imágenes directamente en el cerebro.
Lucius no entendió el mecanismo. Yo tampoco. Pero ¡qué más daba! Era genial.
—¡Sí! ¡Muero de hambre! —exclamé, poniéndome mis botas con rapidez.
Salimos corriendo de la habitación y bajamos a la cocina.
—¡Buenos días, madre! —entonamos en perfecta sincronía.
Nuestra querida mamá nos sonrió con ternura.
—Buenos días, mis pequeños gemelos. Deben de tener hambre. Tomen.
La comida apareció frente a nosotros. Caliente. Deliciosa. Desapareció en segundos.
Papá ya no estaba. Como siempre, salía temprano con el Rey. Mamá se quedaba en casa la mayor parte del día, cosiendo, trabajando… siendo adorablemente predecible~
Cuando terminamos, nos lavamos los dientes rápido, rápido, rápido.
—Volvemos después, madre.
—Bien, cuídense y regresen temprano.
—¡Entendido~!
Y así, con sonrisas inocentes, corrimos directo al taller del Tío Reginald.
Estábamos a medio camino cuando, de repente, nos cruzamos con alguien que, hace menos de un día, había estado entrenando con nosotros.
— ¡Alicia! —le grité con felicidad, alzando mi brazo y agitándolo como una niña perdida en una multitud.
— ¿Eh? Oh, Isolde.
Sus ojos se posaron en mí. Qué curioso. Ayer había sido tan burlona con nosotros durante el entrenamiento, pero seguro lo hizo para provocarnos, para que diéramos lo mejor. O tal vez solo le divierte fastidiarnos. No voy a mentir, me cae un poco mal… pero también me agrada.
— Buenos días. No pensé que vendrían tan temprano para entrenar —dijo ella, con su típico tono despreocupado.
— Bueno… así se dieron las cosas —respondió Lucy, algo nervioso.
Se inclinó hacia mi oído y susurró:
— ¿Qué deberíamos hacer? Ahora no podremos ir al taller del Tío Reginald.
Oh~ razón tienes. Pero, si lo pienso bien, podíamos ir otro día. No es como si el Tío Reginald fuera a huir. Pero entrenar… eso sí era importante. En cuatro años vendría el examen de admisión a la academia, y no pensaba quedarme atrás.
La mayoría de los niños ya comenzaban a entrenar para ese examen. ¿Alicia la única prodigio del reino? Lo dudo. Debíamos superarnos. Además, ya teníamos un poco de magia curativa de control sanguíneo. Y eso sí que era divertido.
— Mmm… ¿No crees que deberíamos ir al taller del Tío Reginald otro día?
— Issy, ya habíamos quedado que iríamos a estudiar con él. No podemos ausentarnos ahora.
— Mmm. Pero tú también dijiste algo similar. Dijiste que, si no llegábamos, Alicia se iría por aburrimiento a esperarnos. ¿Eso no sería dejarla plantada?
Lucius se quedó callado. Pensando. Frunció el ceño.
— De cualquier manera. Ya habíamos quedado con el Tío Reginald.
— No iré.
— ¿Qué?
— Me escuchaste. No iré.
Lucy apretó los dientes.
— Bien. Yo sí iré.
Y sin más, se fue corriendo.
Tch. Qué molesto. Quiero decir, no siempre íbamos a centrarnos en leer, ¿cierto? También necesitábamos entrenar, mejorar nuestras condiciones físicas.
Pero… siendo honesta… me sentí un poco mal.