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Chapter 4 - El recuerdo del ayer

La noche y la neblina eran como una madre y su hija, caminando juntas y en armonía por la ciudad, abrazando cada rincón con su misterio. Los faroles de luz, aunque escasos, parecían tener un propósito: iluminar la estatua de los antiguos reyes. Ethan, al alzar la vista, veía a su familia, que había quedado inmortalizada en piedra, a excepción de él.

Aunque por fin podía respirar sin la presión del consejo, algo comenzó a nublar su visión. Al principio lo atribuyó a la neblina, pero al sentir el calor recorrer sus ojos, comprendió lo que sucedía. Eran sus tibias lágrimas las que se deslizaban.

—Mi señor, ya es hora de irnos. La noche es peligrosa sin su escolta —dijo Ester, con una dulce voz. Ella había sido una compañera durante años, quizás la única que realmente lo comprendía.

—Desearía... —la voz de Ethan se quebró un momento, mientras miraba fijamente la estatua—, que siempre el sol iluminara mi camino; de esta manera, mi dolor solo sería sombra.

Al subir a su limusina, miró una última vez el monumento, pensando en cómo todo lo que quedaba de su linaje, de su historia, era solo una persona. Su corazón se alegró un poco más al imaginar que, tarde o temprano, su imagen estaría junto a su familia, inmortalizada en piedra.

Mientras la limusina comenzaba a moverse, la ciudad quedó atrás, perdiéndose en la bruma nocturna.

—En el año 1920, era un día tan cálido como los abrazos que mi madre me ofrecía al despertar. Los rayos de sol tocaban mi morada, donde las manecillas del reloj marcaban las 9:30 del día. Tenía el día libre, pero sentía que algo había olvidado… mis pensamientos son una tormenta y, a pesar de eso, tengo que recordar mis compromisos.

Al mirar mi mesa de noche, comprendí que las cartas eran una invitación que acepté tiempo atrás.

Todos los protocolos se cumplieron al pie de la letra, y al fin, con mi escolta real, me dirigí a un lugar donde solía compartir momentos agradables bajo el olor del café. Aunque llegué algo tarde, vi cómo sus ojos se estrechaban y su boca se fruncía en un gesto de descontento. Tal vez esa confianza que tenía hacia mi persona la hacía auténtica. Siempre odié que los jóvenes de mi edad me trataran con tanto respeto, aunque fuera un rey.

Di la orden, y mi escolta esperó en las afueras del establecimiento.

—He estado esperando veinte minutos —dijo Nadia, tamborileando los dedos sobre la mesa.

—Lamento mucho la demora —respondí con tono apresurado—. Hice todo lo posible por llegar rápido. Como disculpa, pagaré la cuenta.

Nadia se recostó en su silla, cruzando los brazos lentamente. Luego, sus labios se curvaron en una sonrisa pícara.

—No creas que será tan fácil.

Ella tenía la piel tan suave como la nieve recién caída. Sus ojos, dos profundos lazos azules, brillaban con una intensidad cautivadora. Mientras se acomodaba el largo cabello negro, que caía en cascada sobre sus delgados hombros, me miró con cierta preocupación.

El café estaba caliente en mis manos, pero el calor no lograba calmar el frío que me recorría. Intenté beber un sorbo, deseando que la taza me ofreciera algún tipo de escudo, pero la mirada de ella seguía fija en mí. Su belleza me dejaba sin aliento.

Justo cuando estaba a punto de revelar más de mí mismo, una oleada de recuerdos me invadió. Mi sonrisa se desvaneció y sentí cómo mis manos se tensaban. Bajé la mirada, ocultando mi tristeza tras una máscara de serenidad. Pero mi reflejo en el cristal de la mesa delataba mi verdadera naturaleza.

—A mi familia le encantaba este lugar… —dije en voz baja—. Ojalá las cosas no hubieran ocurrido de esta manera. La responsabilidad de ser el nuevo rey… es demasiada carga.

—¿Cómo te sientes con respecto a asumir el papel que tu hermana Luna habría desempeñado? —dijo Nadia, mientras sus ojos escudriñaban los míos, como si pudieran ver todas las emociones que intentaba esconder.

—Luna siempre tuvo una visión clara y decidida. Ella se enfrentaba a los problemas con una determinación que yo envidiaba. Me siento como si estuviera intentando llenar unos zapatos demasiado grandes… yo… yo… no fui preparado para liderar.

Cerré los ojos, inhalando el aroma del café en un intento por ordenar mi mente. Al abrirlos, vi a Nadia inclinándose hacia mí. Su expresión se suavizó y, en lugar de simplemente tomar mi mano, se acercó aún más, y sin previo aviso, su frente descansó suavemente contra la mía.

—Sé que la presión es enorme. Pero recuerda que tu madre siempre decía que la verdadera fuerza de un líder radica en su capacidad para escuchar y aprender —dijo ella con una voz que sonaba más como una melodía que un consejo. A pesar de sus quince años, irradiaba una madurez que lograba calmar mis emociones.

—Mi madre solía decir que la diplomacia y la empatía eran tan cruciales como la estrategia. Me enseñó que un rey no solo debe imponer su voluntad, sino también entender a sus adversarios. Pero ahora siento que estoy fallando en todo eso, como si estuviera traicionando sus enseñanzas.

Nadia se quedó en silencio por un momento, pensando en sus propias palabras.

—¿Y qué te decía tu hermana Aurora?

La mención de Aurora me hizo respirar hondo.

—Al dejar de lado la competencia por el trono, ella valoró su libertad —respondí, mientras ella me abrazaba con ternura. Para los presentes, la escena podría parecer romántica, pero en realidad, era todo lo contrario.

Nadia, aunque provenía de una familia noble cuyo linaje no destacaba en la alta sociedad, tenía una belleza indiscutible. Sin embargo, lo que realmente la hacía especial era su manera de entender a las personas, de ofrecer apoyo en sus momentos más difíciles. Pero eso era solo una parte de su historia, una que aún no estoy listo para contar.

Al día siguiente, la luz matutina se filtró suavemente a través de las cortinas de mis aposentos. El silencio habitual era profundo, pero mi mente, aún nublada por los sueños de la noche anterior, comenzó a despejarse tan pronto como escuché el suave golpe en la puerta.

—Adelante —respondí, sin apartar la mirada de la ventana.

La sirvienta, con un gesto respetuoso, cruzó el umbral y, depositó una bandeja con el desayuno sobre la mesa. Sin embargo, algo peculiar llamó mi atención: un sobre, aparentemente ordinario, tenía un sello que jamás había visto antes.

—¿Quién ha enviado esto? —pregunté, un tanto intrigado.

La sirvienta vaciló por un instante, mientras sus ojos esquivaban los míos. Finalmente, armándose de valor, me susurró con tono respetuoso:

—Un mensajero, acompañado de una escolta, presentó esta carta a los guardias, mi rey.

En el palacio, los mensajeros rara vez venían acompañados de escoltas. Algo más estaba ocurriendo, algo que no entendía. Mis dedos, inexplicablemente, rompieron el sello con más violencia de la que hubiera querido mostrar. Al desplazar el papel, leí las primeras palabras con la respiración entrecortada.

Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue lo que apareció al final del mensaje: una fotografía en blanco y negro, cuidadosamente colocada entre las hojas. En ella, mi familia sonreía en lo que parecía ser una tarde soleada. Yo era un bebé recién nacido que descansaba en los brazos de mi madre. Sin embargo, lo que no esperaba ver fue la presencia de una niña que no reconocía, una niña que no aparecía en ninguna otra fotografía familiar. Su rostro, inexpresivo y distante, me miraba desde la foto, como si fuera una sombra olvidada del pasado.

Era como si hubiera sido colocada ahí a propósito, como una intrusa en una escena que nunca debió formar parte de ella.

Mis pensamientos comenzaron a desmoronarse cuando mi mirada se desvió hacia el reverso de la fotografía. Unas palabras escritas a mano, con una caligrafía fina pero decidida, me dejaron helado:

"Para mi querido hermano Ethan, quien ha traído la felicidad a este palacio. Cuando leas este mensaje, no estaré a tu lado. Espero que aceptes esta invitación. Con cariño, tu hermana Liliana Winter."

"¿Mi hermana…?" Las dudas comenzaron a apoderarse de mí. Yo no tenía hermana. "¿O sí?" No recordaba nada que mencionara una Liliana Winter. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, como si el tiempo mismo estuviera suspendido, esperando que reaccionara.

La ira se apoderó de mí, pero más que enojo, era miedo. De inmediato, llamé a los guardias con voz autoritaria, haciendo eco en los pasillos del palacio.

—¡Traigan de inmediato a los mejores expertos en fotografía! ¡Y que me confirmen si esta imagen es auténtica! —grité, como si pudiera obligar al destino a darme respuestas. Los guardias, como era de esperarse, se mostraron temerosos ante mi exigencia.

Lo que había comenzado como un día ordinario, entre las paredes de mi propio hogar, revivió esta vieja enfermedad que había logrado controlar durante años. El dolor punzante se extendió por mi cuerpo con rapidez. Antes de que pudiera reaccionar, caí al suelo; mi visión se nubló. Por más que mis manos se aferraban al suelo con desesperación, resultaba imposible levantarme.

La última imagen que vi antes de perder el conocimiento fue la de la sirvienta, pálida y aterrada, con sus manos temblorosas al intentar alcanzarme.

Tan rápido como fui auxiliado, el palacio entero entró en alerta roja. Las campanas sonaron en las torres, y los ecos de los guardias y servidores se extendían por los pasillos. Yo, el legítimo heredero de los Winter, volvía a estar postrado en cama… tal como era en mi niñez.

Cuando finalmente recobré el sentido, el calor y la humedad de las sábanas me envolvieron. Intenté moverme, pero mi cuerpo estaba débil. La visión de la sirvienta, ahora acompañada de varios médicos, me dio la sensación de estar atrapado en un sueño del que no podía despertar.

Mis ojos se posaron en la carta sobre la mesa, aún intacta, como si el destino me desafiara a enfrentar lo que me había dejado sin aliento. Con las manos temblorosas, tomé el sobre y, a pesar de mi fragilidad, lo abrí de nuevo.

"Mi querido hermano, sé que es muy repentino que aparezca así en tu vida, pero te daré tiempo para que consideres mi invitación. En dos semanas te estaré esperando en el Gran Salón de la Primavera."

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