El viaje continuaba, con Leda encargándose prácticamente de todo, mientras Miquella se concentraba en estudiar el poder de su anillo. Si pudiera decir algo sobre su uso anterior, seguramente se llamaría idiota por cómo lo manejaba. Pero como todo en la vida, la práctica hace al maestro, y Miquella había aprendido poco a poco a ser más eficaz con su magia.
Cada criatura que cazaban se convertía en nuevo material de investigación. El sello que ahora portaba era prueba del enorme potencial en sus invocaciones. Había estado probando una tras otra, pequeñas, controladas… al menos hasta ahora.
Había descubierto cómo acumular energía absorbida del entorno hasta cierto punto, pero no era un poder ilimitado. Con el tiempo, la pérdida constante de esa energía volvía lo inútil. Por eso, tras varios días reuniendo energía del ambiente, de las plantas y de las presas que encontraban en el camino, Miquella decidió realizar una nueva invocación.
Sabía que mientras más poderosa fuera la criatura, mayor sería el coste. Así que eligió otro camino: invocar no a la criatura en su forma plena, sino una versión debilitada, incompleta… como cuando él o Leda llegaron a este mundo por primera vez.
Juntando las manos, una tenue luz emergió de ellas mientras Miquella se concentraba, transmitiendo su voluntad al anillo. La energía comenzó a fluir, consumiéndose poco a poco, tanto del anillo como de su propio cuerpo. Pero a diferencia de antes, esta vez tenía el control. No sería succionado por la fuerza.
Leda, a su lado, observaba en silencio cómo su amo trabajaba. Lo admiraba profundamente, aunque también estaba lista para actuar ante cualquier eventualidad o peligro que pudiera surgir.
De pronto, la luz entre las manos de Miquella se extinguió en una pequeña explosión… y luego, nada. Solo unos segundos de silencio. Miquella mantenía los ojos cerrados, concentrado, hasta que el aire comenzó a ondularse, como si el espacio se desgarrara. Una figura empezó a tomar forma en el aire y, en un instante, cayó pesadamente al suelo.
Agotado, Miquella sudaba profusamente. Se tomó un momento para recuperar el aliento, respirando el aire puro mientras observaba a la figura en el suelo. Luego se dejó caer sobre una roca cercana para descansar.
Leda, en cambio, sintió un odio profundo emerger en sus ojos. Sin pensarlo dos veces, empuñó su espada, dispuesta a decapitar al recién llegado.
"¿Dónde estoy...?" murmuró la figura.
"Bienvenido de nuevo al mundo de los vivos... Sir Ansbach" dijo Miquella con voz neutra.
"¿Mi-Miquella...?" el anciano reconoció la voz al instante. Se giró y vio al empíreo sentado, mirándolo, mientras Leda se acercaba con la espada lista para matarlo. "Así que... así es como termina todo" dijo, cerrando los ojos con una sonrisa débil, resignado.
"Detente, Leda" ordenó Miquella.
"Debemos matar al traidor" dijo ella, sin detenerse.
"Leda... ya no hay traidores. Déjalo al menos ponerse de pie, por favor..." añadió Miquella con un tono infantil, casi suplicante.
A pesar de haberse acostumbrado a ese tono durante el viaje, Leda aún temblaba cada vez que lo escuchaba salir de los labios de su señor. Y aunque en ese momento deseaba más que nada acabar con el traidor, no desobedecería a Miquella.
"¿Esto es un sueño...?"preguntó Ansbach, aturdido y confundido, mientras miraba a su alrededor, intentando entender la escena y a las personas que tenía frente a él.
"No" respondió Miquella con una leve sonrisa. "Pero si supieras un poco más, probablemente diría que lo parece. Es un placer volver a verlo, Sir Ansbach" añadió, saludando con cortesía.
"No necesitas burlarte de mí. Solo acaba conmigo. No creo tener fuerzas ni siquiera para levantarme" dijo Ansbach, sin alzar la vista, resignado a su destino.
"La debilidad es temporal" aclaró Miquella. "Es cierto que le costará mucho recuperar su antigua fuerza, pero al menos estará al nivel de una persona promedio en este mundo en poco tiempo. Y, por favor, deje de hablar como si realmente tuviera intención de matarlo."
"¿Y qué desea hacer entonces el bondadoso Miquella con mi miserable vida?" replicó Ansbach con tono irónico. Para él, que recordaba haber escapado del control del empíreo y traicionado su causa, la muerte era lo mínimo que esperaba.
"Disculparme podría ser un buen comienzo" respondió Miquella mientras se levantaba de la roca y se arrodillaba ante él. "Sir Ansbach... lo siento. Perdón por todo lo que le hice."
"¡Su Majestad!" exclamó Leda con desesperación, corriendo hacia él e intentando levantarlo. "¿Cómo puede rebajarse así ante una escoria como esa? Estuvo bajo su gracia y lo traicionó. No puede..." balbuceaba, sacudida por una mezcla de angustia, ira y confusión.
Su mirada alternaba entre su señor, que adoraba, y el enemigo, al que odiaba con una intensidad cada vez más peligrosa.
Ansbach tampoco podía creer lo que veía. Ahora dudaba seriamente que aquello fuera un sueño... o quizás lo era, y su mente volvía a estar una vez más bajo el control del empíreo.
"Está bien, Leda" dijo Miquella con voz suave pero firme. "Los errores deben ser corregidos. Las disculpas deben ser dadas.Ansbach me sirvió fielmente, aunque en contra de su voluntad, y esos servicios merecen ser reconocidos... Pero no me disculparé con su señor" continuó con un leve estremecimiento. "Lo que le hice fue horrible. Pero el deseo que sentía por mí no fue algo que yo impusiera... yo solo manipulé cómo actuaría a causa de ese deseo."
Miquella bajó un poco la cabeza, como si la memoria le resultara incómoda. Su 'humana' aborrecía el recuerdo de Mogh y todo lo que implicaba. Solo el pensamiento de que alguien como él hubiera sentido algo por él le revolvía el alma.
"¿Qué está pasando aquí...?" preguntó Ansbach al fin, ahora completamente perdido. Con esfuerzo, logró sentarse sobre el suelo, jadeando.
"Supongo que hay mucho que explicar" suspiró Miquella.
Se acercó a él y se sentó frente a su antiguo caballero, hablándole con una extraña familiaridad, como si las heridas del pasado pudieran ser curadas a través del diálogo.
Leda, aunque no deseaba permitirlo, se mantuvo al margen. Aun así, no se alejó. Permanecía junto a su señor, espada en mano, lista para actuar en cualquier momento.
"Supongo que recuerdas tu muerte... ¿al igual que Leda y yo?" preguntó Miquella con voz suave.
Ansbach guardó silencio. Sí, lo recordaba, aunque era un recuerdo brumoso. Aun así, podía evocar incluso las últimas palabras que le dijo a aquel tarnished.
"No es tu imaginación. Como dije, Leda y yo también... todos morimos" continuó Miquella, como si leyera su mente.
Siguió una explicación breve pero precisa. Miquella habló de cómo ese mundo no era su lugar de origen, sino otro plano, distinto pero con ecos del anterior. Narró cómo él fue el primero en llegar y cómo, desde allí, invocó tanto a Leda como a él, arrancándolos de la muerte que les correspondía.
"No planeaba traerte personalmente, pero no me molesta. Fuiste un seguidor fiel y competente, Sir Ansbach... y mi yo actual —que, supongo haz visto, es muy distinto al que conociste— lo valora profundamente. Sé que tus acciones, incluso tras liberarte de mi influencia, fueron cuestionables desde mi posición, pero también comprensibles... Lo que quiero decir es: en este nuevo mundo, ¿qué te parecería volver a servir bajo mis órdenes, esta vez por tu propia voluntad?
Hablaba con un tono calmo, casi hipnótico. Sus gestos, sutiles y medidos, tenían una gracia encantadora. De vez en cuando, su mirada se perdía en algún lugar del basto campo, como si algo invisible llamara su atención, pero nunca se desviaba del hilo de la conversación.
"¿Así que mi destino es caer una vez más bajo tu hechizo y servirte?" negó con la cabeza. "Prefiero la muerte" dijo con amargura. Pero sabía que poco podía hacer: apenas tenía fuerzas para terminar su vida antes de que lo detuvieran.
"No habrá hechizos ni control mental. Eso era cosa del viejo Miquella, y ese ya no existe como tal. Además, si pudiste liberarte una vez, ¿quién dice que no podrías hacerlo de nuevo? No quiero dormir sabiendo que mis seguidores esperan la oportunidad de traicionarme" negó Miquella, mirándolo de nuevo con esos ojos infantiles y penetrantes. "Si decides seguirme, será por tu propia decisión."
"Eres un monstruo, Miquella... uno aterrador" dijo Ansbach con franqueza, con un miedo tan profundo que Leda apenas pudo contenerse de reaccionar.
"¿Por qué?" preguntó el niño, sin rastro de enojo o molestia. Solo curiosidad. Inclinó la cabeza ligeramente, con la mirada fija en él.
"Tus palabras son como miel envenenada. Ahora incluso eres peor que antes. No tengo idea de lo que tramas, ni qué clase de juego es este" espetó Ansbach.
Y lo decía en serio. La actitud de Miquella, que parecía genuinamente sincera, le resultaba más aterradora que nunca. El tono infantil, los gestos inocentes, todo parecía confundir sus pensamientos, como si estuviera siendo envuelto por un encantamiento natural. Había escuchado la parte en que el empíreo había perdido su poder, que ya no era diferente a ellos... pero no podía creerlo del todo. Conocía demasiado bien su capacidad para manipular, y ahora, incluso sin sentir su poder, presentía que su sola presencia bastaba para elevarlo por encima de los mortales.
"Lo único que deseo…" empezó Miquella, poniéndose de pie, con voz firme "es tener una buena vida aquí. Sin dioses exteriores que intenten controlar nuestro mundo y nuestras vidas. Poder tener comida en mi plato... comida deliciosa. Tener amigos, una familia… una en la que no tengamos que matarnos entre nosotros por culpa de conspiraciones de seres que jamás deberían haberse acercado a nosotros."
Se levantó lentamente del suelo mientras hablaba, cada palabra cargada de determinación, pero también de emociones genuinas: anhelo, tristeza, esperanza.
"Pero no es tan sencillo. Conozco un poco este mundo... y sé que la lucha que dejamos atrás no ha terminado. Aquí también hay enemigos que amenazan nuestra paz. Si de verdad queremos alcanzarla, tendremos que pelear por ella. Y sé que solo no puedo hacerlo. Por eso traje a Leda, a ti… y a muchos más que aún vendrán. Quiero reunir a las personas correctas. Luchar por nuestra libertad. Por nuestra felicidad. Para que, juntos, en este mundo desconocido, construyamos un lugar que podamos llamar hogar."(Miq.)
Ansbach lo observaba en silencio. El empíreo hablaba con una voz infantil, pero sus palabras llevaban un peso inmenso. Y eso lo hacía aún más aterrador. Estaba cayendo de nuevo en su hechizo. Un mundo de paz... era algo que en este momento podría desear, pero detestaba que esa visión viniera de la boca de Miquella.
"No planeo pedirte esto sin recompensa" continuó Miquella, mirándolo directo con sus ojos dorados, brillantes como la promesa de algo inalcanzable. "Y no me refiero a ilusiones como antes. No te diré 'un mundo mejor para todos' sin nada concreto. Si me ayudas, te recompensaré como es debido. Cometí errores con tu señor... y puedo enmendarlos. Puedo devolverle la vida a Mogh, así como lo hice con ustedes, y como planeo hacer con muchos más. Reviviré a mi hermano. Como acto de redención."
Se acercó un paso, con la mirada fija en él, penetrante, como si viera a través de su alma.
"No necesitas creerme ahora. Solo te pido que nos sigas por un tiempo. Aprende con nosotros en este nuevo mundo. Observa por ti mismo lo que soy capaz de hacer… y decide entonces si puedes confiar en mí" dijo, extendiendo su pequeña mano con naturalidad. "Uno de mis propósitos es salvar a todos mis hermanos… y poner fin a esta lucha entre nosotros, una lucha que nunca debió comenzar."
El silencio se impuso entre los presentes.
Ansbach quería no creer. Quería rechazar cada palabra. Pero no podía ignorar lo que sentía ¿Qué estaba cayendo una vez más en las manos del empíreo?. Sin embargo, ¿Qué otra opción le quedaba? Estaba solo, sin señor, sin propósito. Perdido en un mundo desconocido. Si todo era una dulce mentira… al menos era una mentira con un objetivo. Uno más digno que simplemente esperar la muerte.
"No sé qué creer…" murmuró al fin, con voz queda, tomando la mano de Miquella. "Pero espero que puedas mostrarme que hablas en serio."
No pensaba rendirse ciegamente ante él. Pero podía darle una oportunidad., una donde descubriría que es verdad, que no y que hacer al respecto.
Miquella sonrió al tomar la mano de Ansbach, intentando levantarlo con suavidad. Tiró de él con fuerza, pero fue inútil. Volvió a intentarlo, ahora con ambas manos, deslizando sus pequeños pies sobre el suelo sin conseguir moverlo ni un centímetro. Al final, terminó aferrado a su mano, abrazándola con insistencia mientras tiraba con todas sus fuerzas, hasta que su rostro se tornó rojo por el esfuerzo.
Ansbach y Leda solo pudieron observar, atónitos, la escena. El antiguo dios, actuando como un niño, con una inocencia tan desarmante como absurda. Por unos segundos, la tensión se desvaneció ante lo ridículo del momento… hasta que Leda, visiblemente incómoda, intervino para alejar a su señor del traidor.
El anciano cabó levantándose por su cuenta, aunque con dificultad. La debilidad aún lo atenazaba, y cada movimiento era un reto. Miquella hizo un puchero al verlo, intercambiando una mirada entre sus propias manos y el cuerpo tambaleante del resucitado. Ansbach no sabía cómo tomarse todo aquello. La actitud de Miquella era tan convincente, tan natural… que empezaba a dudar de todo lo que creía saber. Como si estuviera viendo algo imposible de catalogar.
"No estoy seguro de que seas realmente el verdadero Miquella" comentó con seriedad.
Las palabras provocaron una reacción inmediata en Leda, quien ya no pudo contenerse y desenvainó su espada, apuntándole directamente.
"¿No sería mejor para ambos?" respondió Miquella con una risita traviesa. "Así no sería el que te causó tantos problemas… y podrías confiar en mí más fácilmente." Luego, su tono se volvió más sereno. "Aunque, en cierto modo, es cierto. No soy el mismo Miquella que conociste. Puedes tomar esa información como desees."
Con paso tranquilo, Miquella se dirigió hacia un objeto cubierto por la hierba y las sombras cercanas. Lo levantó con ambas manos y reveló su forma: una guadaña. Volvió con dificultad junto a Ansbach y extendió el arma con intención de entregársela.
"Esto te pertenece…" (Miq.)
"¡Mi señor!" interrumpió Leda con firmeza, acercándose un paso más. "No podemos confiar en él. No puede venir con nosotros. Es un peligro para usted. ¡Le traicionará de nuevo!"
Eran las palabras que llevaba tiempo guardando, y ya no pudo contenerlas. No quería a Ansbach cerca de su señor. Ni siquiera quería verlo vivo.
"Quizá" asintió Miquella, sin perder la calma. "Pero aun así, elijo darle mi voto de confianza. ¿Cómo puedo exigirle lealtad si ni siquiera soy capaz de mostrar la más mínima confianza en él? Es un riesgo que estoy dispuesto a correr… si con ello puedo empezar a construir una amistad. "Giró hacia Leda y le dedicó una sonrisa cálida. "Y de todas formas, confío en que nada me pasará. Porque tengo a la caballera más increíble y digna del mundo para protegerme.
Leda bajó la mirada, atrapada entre la devoción y la frustración, mientras Miquella finalmente entregaba la guadaña.
Con el arma en sus manos, Ansbach miró al niño que no parecía un dios… y a su excompañera. Sus labios se movieron sin pensar, dejando salir lo que realmente sentía.
"Un monstruo aterrador…"(Ansbach )
Miquella no respondió. Como si no hubiera oído o simplemente no le diera importancia, comenzó a hablar sobre su estado físico.
Le explicó que estaría débil durante un tiempo, que su recuperación sería lenta, mucho más que la de Leda, y que habría limitaciones con respecto a la magia. Su tono era ligero, casi alegre. Compartía detalles como un niño emocionado mostrando sus descubrimientos a sus padres.
Tanto Leda como Ansbach lo observaban en silencio. Ninguno de los dos lograba acostumbrarse a esta versión de Miquella. Un ser divino, inhumano… que ahora se comportaba con una calidez tan desconcertante.. tan accesible.
Se retomó el viaje, y Ansbach, tal como le habían ofrecido, los siguió... o más bien fue guiando el camino, ya que Leda no parecía dispuesta a darle la espalda. La desconfianza era evidente, lo que no le parecía extraño.
Lo que sí le sorprendió al anciano fue la dinámica del grupo: Miquella, aquel antiguo dios, iba cargado en la espalda de Leda. No dijo nada al respecto, simplemente añadió otro punto a su creciente lista de cosas extrañas. Todo era tan distinto a como lo recordaba… tan desconcertante.
La tensión en el grupo recién formado era palpable. Pero, curiosamente, el único que parecía ajeno a ello era Miquella, que hablaba con ambos como si fueran amigos de toda la vida.
Ansbach se obligaba a guardar silencio. Sentía que entablar conversación con Miquella era peligroso, como si cada palabra intercambiada lo acercara más a caer nuevamente bajo su influencia. Y aun así… no pudo evitar preguntarle algunas cosas sobre este nuevo mundo.
El viaje fue más lento que los días anteriores. Leda no quería fatigarse innecesariamente, por si debía reaccionar con rapidez para someter al traidor. Mantenía la vista fija en Ansbach, atenta a cada uno de sus movimientos, y esa vigilancia constante ralentizaba su andar.
La noche cayó pronto. Solo el niño dormía plácidamente, como si no tuviera preocupaciones. Los demás se observaban con desconfianza, manteniéndose alerta. Nadie quería que el sueño fuera el error que acabara con sus vidas. Pero al final, ninguno resistió demasiado: uno estaba agotado por el viaje, el otro aún débil por su estado físico.
Miquella, aunque dormía, parecía soñar algo. Algo que lo inquietó lo suficiente como para despertarlo. Fue entonces cuando notó a Ansbach, que se alejaba sigilosamente, deslizándose entre sombras.
"¿Ya te vas?" preguntó con voz suave, lo suficientemente clara como para detenerlo en seco.
Leda se despertó al instante. Su espada ya estaba en alto antes siquiera de abrir los ojos por completo. Dormía con un oído en la batalla.
"No te detendré" continuó Miquella, sin moverse. "Pero me gustaría que me dieras la oportunidad de demostrarte que digo la verdad. Aquí, todos los demás son nativos. No hay nadie más de casa, solo nosotros tres. Preferiría que no nos separemos... al menos, no sin una buena razón." Hizo una pausa y agregó, con una calma desconcertante "Además, apenas puedes mantenerte en pie. Si planeas abandonarnos, al menos espera a recuperar las fuerzas necesarias para sobrevivir por tu cuenta."
Dicho eso, Miquella simplemente se dio la vuelta y volvió a recostarse, cerrando los ojos como si nada.
Ansbach se quedó quieto durante un largo rato, mirando su propia mano temblorosa, sintiendo de verdad cuán débil estaba. Y podía sentirla… la mirada de Leda, clavada en su espalda, tan afilada como la hoja que aún lo apuntaba.
Finalmente, suspiró y volvió a tumbarse sobre el suelo. Trataría de dormir un poco más. Podía aguantar… solo un poco más. Sabía que no lo dejarían marchar con vida. Así que esperaría. Esperaría a estar lo bastante fuerte para dar batalla. Y cuando ese momento llegara… entonces decidiría si escapar o morir peleando.
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Por la votación anterior, St. Trina será mujer.