Leda y Miquella salieron de la casa de Brea una vez que estuvieron listos y se dirigieron a las casas cercanas en busca de respuestas.
No fue una tarea sencilla. Era mediodía, y recibir sin previo aviso a un caballero fuertemente armado como Leda no siempre inspiraba confianza en los aldeanos. Sin embargo, fue la apariencia de Miquella la que terminó abriéndoles las puertas. Su aspecto infantil y su etérea belleza lograban que todos bajaran la guardia.
A pesar de esto, Miquella se sintió decepcionado durante la mayor parte del recorrido. No quería menospreciar a estas personas por su falta de educación, pero su ignorancia dificultaba enormemente la recopilación de información. Por suerte, algunas de las pocas personas con más conocimiento lograron brindarle respuestas útiles, como confirmar la existencia de "Gondor" o "Rohan".
Finalmente, Miquella confirmó lo que ya sospechaba: el lugar en el que se encontraba. Y al hacerlo, su mente comenzó a divagar sin control.
Leda lo observó en silencio mientras su amo quedaba atrapado en sus pensamientos, esperando pacientemente su decisión.
'¿Esto es realmente la Tierra Media?'
Era la pregunta que no dejaba de repetirse. Ya lo intuía, pero algo dentro de él seguía resistiéndose a aceptarlo. Su presencia en ese mundo, la resurrección de Brea, una inquietud indescriptible que se aferraba a su pecho… No sabía qué pensar al respecto.
Además de eso, había otra duda crucial: ¿en qué época se encontraba?
Miquella no podía considerarse un experto en el tema. Sabía que El Señor de los Anillos ocurría en la Tercera Edad, pero no tenía claro en qué punto exacto. También recordaba que el mundo real —o al menos la era moderna— debería corresponder aproximadamente a la Séptima Edad. Por lógica, deducía que la Primera Edad marcaba el origen de este mundo. Pero su conocimiento era demasiado vago, y aunque le habían dicho el año en el que se encontraba, no tenía forma de saber si estaba cerca o lejos de la historia que conocía.
Si había llegado después de los eventos que recordaba, todo sería más sencillo. Un tiempo sin grandes peligros más allá de la vida cotidiana en un mundo fantastico. Con su poder y conocimientos, podría prosperar en este mundo, construir un negocio, conseguir tierras, levantar un palacio… incluso casarse.
Leda no se veía tan mal…
Pero si había llegado antes… Un gran enemigo se alzaría. Poderoso. Con un ejército de oscuridad.
Si estuviera en su mundo y en su mejor momento, esa idea no le causaría temor. Pero aquí… estaba débil, sin apoyo, acompañado solo por su fiel caballera. Se sentía vulnerable. La idea de no poder dormir tranquilo nunca más se le clavó como una espina en la mente.
'Necesito recuperar mi poder.'
Leda lo observó con atención. Algo estaba cambiando en él. La vacilación en sus ojos comenzó a disiparse, reemplazada por una creciente determinación.
Era la misma mirada de antes, la misma seguridad que ella había jurado seguir.
Sin darse cuenta, apretó con fuerza el mango de su espada.
"Leda, tenemos que partir" dijo Miquella, mirando el horizonte.
"¿Hacia dónde, mi señor?" respondió ella sin dudar.
"Hacia Hobbiton."(Miq.)
Aunque aún no sabía en qué época estaba, al menos conocía el punto donde comenzaban las historias que recordaba. Sería un buen lugar para obtener respuestas. Claro, lugares como Rohan o Gondor podrían ser más adecuados, pero estaban demasiado lejos. Y aunque Rivendel sería otra opción, no tenía idea de cómo llegar allí.
Leda no comprendía bien a qué lugar se refería su amo, pero eso no importaba. Su deber era seguirlo.
Sin un mapa ni un conocimiento preciso de la geografía, Miquella confiaba en su memoria. No sabía la ubicación exacta de Hobbiton, pero sí que estaba cerca de Bree. Ese sería su primer destino. Una vez allí, preguntarían direcciones y continuarían su viaje.
Con esa determinación, emprendieron el camino.
Antes de partir, Miquella confirmó una vez más con los lugareños la dirección de Bree. No quería cometer el vergonzoso error de tomar el camino equivocado. Luego, tras gastar lo poco que les quedaba en algunos suministros adicionales, ambos estuvieron listos para partir.
Emprendieron su viaje por el Camino del Este… avanzando irónicamente en la dirección opuesta a su nombre.
El trayecto sería largo, especialmente a pie. No tenían caballos ni forma de conseguir uno en este lugar, por lo que no les quedaba más opción que caminar.
Sería un viaje extenso hasta La Comarca, pero un viaje necesario.
...
Los problemas no tardaron en aparecer durante el viaje, pero no fueron bandidos, lobos ni orcos. No, el verdadero obstáculo resultó ser el propio Miquella.
Apenas habían recorrido unos pocos kilómetros, sin llegar a diez, cuando ya estaba exhausto y dolorido, sintiendo que no podría continuar. Aunque habían conseguido un calzado rudimentario para proteger sus delicados pies, la dureza del camino seguía afectándolo. Ni siquiera la runa de Brea en su brazo, que había fortalecido su cuerpo, pudo evitarlo. Después de todo, ya no era un semidiós, sino un niño, y uno sin la resistencia de antaño. El cansancio de la larga marcha le golpeó demasiado rápido.
En contraste, Leda estaba perfectamente bien. A pesar de cargar su armadura, su espada y los suministros, no mostraba la más mínima señal de fatiga.
Ante esta situación, ambos se detuvieron para reconsiderar el viaje. Miquella se sentó sobre una roca, masajeando sus adoloridos pies, mientras Leda permanecía de pie a su lado, observándolo en silencio. Descansaron por unos quince minutos, pero el problema seguía siendo el mismo: continuar a este ritmo haría que el trayecto fuera insoportablemente largo.
"Creo que sé cómo podemos hacerlo" dijo él al fin, con un leve deje de vergüenza en la voz. "Si es que no te importa ayudarme."
"Jamás, mi señor. ¿Cuál es su plan?" respondió Leda, arrodillándose con una rodilla en tierra para estar a su altura.
"Verás… después de la batalla de Aeonia, cuando mi hermana fue derrotada, su caballera, Finlay, la cargó todo el camino de regreso al Haligtree…" explicó Miquella lentamente, evitando el contacto visual directo.
Leda abrió los ojos con sorpresa.
"Mi… señor…" murmuró con duda.
"Si no es mucha molestia… ¿podrías…?" preguntó Miquella, extendiendo los brazos con las manos abiertas y una mirada infantilmente inocente y cautivadora.
Como ex-adulto, sentía algo de vergüenza al pedirle a Leda que lo cargara como a un niño, pero su reacción lo tomó por sorpresa. Apenas terminó de hablar y extendió sus brazos, Leda se quedó completamente inmóvil. Un leve temblor recorrió su cuerpo, y Miquella notó cómo unas gotas de sangre caían de su nariz mientras su rostro se teñía de rojo.
Por un momento, se revisó el hombro, asegurándose de que aún era él quien llevaba la runa de Brea y no Leda.
El instante pasó rápidamente, y Leda se recompuso de inmediato. Se levantó, carraspeó un poco e intentó recuperar su expresión solemne.
"Es mi deber servirle. Por supuesto que estaría dispuesta a cargar con usted. Su carga es mi carga" dijo con seriedad.
"Te sangra la nariz" comentó Miquella con curiosidad.
"Es un sangrado de nariz saludable, no tiene que preocuparse por mí, mi señor. Debemos partir si queremos llegar a nuestro destino" respondió Leda con firmeza, claramente queriendo cambiar de tema.
Miquella decidió no insistir y se enfocó en lo importante: seguir el camino. Leda apartó la bolsa de suministros y se inclinó ligeramente para que su amo pudiera subirse a su espalda. No era la forma más cómoda de viajar, pero sí la más segura.
Con su nueva disposición, retomaron la marcha. Todo iba bien… hasta que, a los pocos metros, Miquella inclinó su cabeza hacia el oído de Leda y susurró:
"Esa sangre que perdiste seguramente se habría ido a tu pene… si tuvieras uno."
Y antes de que pudiera reaccionar, depositó un beso en el borde su oreja.
Leda casi tropezó de la impresión, tambaleándose peligrosamente. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para recuperar el equilibrio y evitar caer, asegurándose de que su amo no sufriera ningún daño.
No sabía cómo manejar a esta nueva versión de su señor. Antes, Miquella era un niño puro e inocente… ahora, oscilaba entre ese mismo niño y una criatura tentadora y perversa en cuestión de segundos.
'Esto será más difícil de lo que pensé…'
Concentrándose en no mostrar ninguna emoción en su rostro, Leda mantuvo la compostura el resto del viaje. Y, afortunadamente, su amo dejó de provocarla… por ahora.
...
No avanzaron tanto como habrían podido en otras circunstancias, pero el viaje ya había comenzado. Duraría más de lo planeado y más de lo que normalmente tomaría para dos personas, pero ninguno tenía problemas con ello, más allá de la incomodidad del trayecto.
Miquella aprovechó la oportunidad para seguir explorando los misterios de su anillo. Lo que le hizo a Brea había abierto muchas puertas, y esperaba que, al no tener que caminar por su cuenta, pudiera usar ese tiempo y energía en descubrir más de sus secretos. Por su parte, Leda estaba simplemente feliz de poder cargar a su señor.
Sin embargo, hubo ciertos… inconvenientes.
Para optimizar el viaje, Miquella decidió prestarle temporalmente la runa de Brea a Leda. Aunque el efecto era mínimo, le daría un poco más de fuerza para soportar su peso sin esfuerzo.
Pero decir que aquella "pequeña bonificación" había valido la pena sería una mentira. Para la noble caballera, fue más una tortura.
Desde el momento en que la energía de la runa entró en su cuerpo, el solo hecho de sentir el cálido y ligero peso de su amo sobre su espalda hacía que su corazón latiera con una fuerza descomunal. El sol calentaba el ambiente, pero no tanto como ella durante ese trayecto. Su emoción era tal que, sin darse cuenta, se exigió más de lo que su cuerpo podía aguantar. Cuando finalmente se detuvieron, casi se desplomó en el suelo, jadeante y cubierta de sudor.
Para evitar más problemas, Miquella decidió retirar la runa de su cuerpo, planeando que solo la usaría cuando estuvieran en movimiento. Leda, por supuesto, lo consideró un acto de crueldad.
Tuvo que usar parte del agua que trajeron para refrescarse y rehidratarse, mientras su señor la observaba con una leve sonrisa, sin hacer preguntas. De hecho, apreciaba que Leda hubiera logrado mantener sus emociones bajo control. Sabía que no había sido fácil. Leda había usado toda su templanza como caballera para evitar que pensamientos más pecaminosos se apoderaran de ella.
Por esta devoción, Miquella le dio un abrazo sincero en señal de aprecio. Pero para Leda… esto casi rompió su voluntad en lugar de ser una recompensa.
Aquella noche acamparon a la intemperie, improvisando un refugio con lo poco que tenían. Al no contar con muchas provisiones, la instalación fue rápida, pero las comodidades eran mínimas.
Miquella, en busca de algo de calor, se acurrucó en los brazos de Leda para dormir, al menos por un rato. Antes de quedarse dormido, le hizo prometer que lo despertaría cuando llegara el momento de la siguiente guardia, a pesar de la reticencia de la caballera. Leda quería asumir la vigilancia completa para que su señor descansara, pero Miquella sabía que el viaje no podía continuar sin ella. Y una Leda sin descanso sería un problema.
Fue una primera noche difícil al aire libre. No enfrentaron peligros, pero Miquella no estaba acostumbrado a este tipo de vida. Y Leda, por su parte, tuvo problemas para dormir, sabiendo que su señor estaba despierto haciendo guardia por ella.
El día siguiente fue agotador y no lograron avanzar demasiado, pero esto era solo el inicio. Con el tiempo, se acostumbrarían a esta nueva rutina.
Y, por supuesto, el viaje aún les tenía preparadas muchas sorpresas.
...
-Un par de semanas después-
*¡ROOOAAAAARRRRRR!*
*¡THUM!*
Un golpe atronador sacudió el suelo, haciendo que la tierra temblara. Desde la distancia, Miquella pudo sentir la vibración recorriéndole el cuerpo, testigo de la fuerza devastadora de aquella criatura. Su mirada permanecía fija en la escena, observando con asombro y tensión cómo ese inmenso oso parecía capaz de arrasar todo a su paso.
Leda apenas logró esquivar el zarpazo de la bestia por un margen mínimo, pero el ataque dejó una abertura en su defensa. Viendo la oportunidad, la caballera saltó con una fuerza impresionante y aterrizó sobre el lomo del coloso peludo. Con un movimiento preciso, blandió su espada y lanzó un corte certero a su cuello. Sin embargo, la criatura era demasiado resistente, y la herida no fue suficiente para derribarla.
El rugido del oso resonó como un trueno cuando, con un brusco movimiento, logró sacudirse a Leda de su espalda. La caballera cayó al suelo, pero rodó con destreza para amortiguar el impacto y se reincorporó de inmediato.
La bestia giró hacia ella, sus ojos brillando con furia, dispuesta a acabar con su oponente. Pero en ese instante, Miquella emergió de su escondite.
Levantó la mano, y sobre su palma comenzó a acumularse un resplandor dorado. La luz crepitaba, pulsando con un poder etéreo, y aunque su rostro palideció, logró materializar un disco luminoso.
Sin dudarlo, lanzó el conjuro contra el oso.
Intencional o no... el disco fue muy certero, demasiado, golpeando al oso en los testículos.
El resultado fue inmediato. Un aullido de agonía y furia desgarró el aire cuando el coloso sintió el dolor abrasador en su punto más vulnerable. El golpe, aunque débil en poder destructivo, había sido quirúrgicamente certero, causando un daño inimaginable.
El oso tambaleó, retorciéndose de dolor, y su mirada se clavó en Miquella, quien, exhausto por el esfuerzo, cayó sentado al suelo, apenas con fuerzas para mantenerse erguido.
Sin perder más tiempo, la bestia se lanzó contra él.
Pero Leda ya estaba de vuelta en la lucha.
Aprovechando la distracción, la caballera atacó la retaguardia de la criatura, hundiendo su espada justo en el mismo punto donde Miquella había infligido su insólito golpe.
El oso rugió con una mezcla de dolor e incredulidad. Su cuerpo se convulsionó, sus patas flaquearon, y su furia se convirtió en puro tormento.
Pero aún no era el final.
Leda, viendo la oportunidad, escaló nuevamente la espalda del coloso, esta vez con determinación implacable. La criatura, aturdida por la agonía, no pudo reaccionar a tiempo. Con un último movimiento, la caballera hundió su espada en la herida previa de su cuello, esta vez atravesándola por completo.
El rugido del oso se fue apagando poco a poco. Sus fuerzas lo abandonaron, y su gigantesco cuerpo finalmente cedió, desplomándose pesadamente sobre la tierra.
Con el pecho agitado y el cuerpo cubierto de sudor, Leda retiró su espada de la cabeza de la bestia, asegurándose de que estuviera realmente muerta.
Solo entonces, con los músculos aún tensos por la adrenalina, se giró rápidamente, ignorando su cansancio, para buscar con la mirada a su señor.
Miquella se acercaba lentamente, con pasos pesados y un rostro visiblemente pálido. Había gastado más de lo que esperaba, aunque sabía que era debido a lo precipitado que había sido.
"¿Está bien, mi señor?" preguntó Leda con preocupación.
"Sí… solo cansado" respondió, observando el cadáver de la criatura con un gesto pensativo... reconociendolo "Un... oso rúnico menor…"
Leda frunció el ceño, aún recuperando el aliento.
"Tuve suerte de escucharlo acercarse, o lo habríamos pasado aún peor" dijo, recordando cómo casi habían sido emboscados por la enorme bestia. "No creí que este mundo tuviera de estos. No parece muy diferente a casa."
"No creo que este mundo los tenga… o al menos, no serían idénticos a los de las Tierras Intermedias." Miquella no apartó la mirada del oso mientras hablaba, su tono más serio.
"Entonces… ¿qué significa eso?" Leda parpadeó, sin comprender del todo.
Miquella guardó silencio por un momento, antes de soltar un leve suspiro.
"No lo sé."(Miq.)
Había muchas preguntas sin respuesta, pero por ahora, decidió dejarlas de lado.
No importaba si estaban en la Tierra media o las Tierras Intermedias. El peligro parecia ser el mismo. Y el viaje apenas comenzaba.
"¿Sacarás algo de carne o algo más de él?" preguntó Miquella.
"Solo un poco. No durará mucho, y ya tenemos el saco lleno desde la última parada. Será para comer ahora" respondió Leda.
"Bien, hazlo. Planeo usar el resto de su cuerpo." (Miq.)
Leda asintió y, con su espada, cortó la gruesa piel del oso antes de extraer trozos de carne que planeaba asar. Una vez terminó, se apartó para buscar madera y preparar el fuego. Aunque aún no era tan tarde y podrían continuar su camino un poco mas, después de esa batalla, un descanso era necesario.
Mientras tanto, Miquella se colocó frente al oso caído. Con el anillo en su mano, la posó sobre la cabeza de la criatura y cerró los ojos.
En estas semanas, había aprendido más sobre el uso del anillo, o mejor dicho, había perfeccionado su comprensión sobre cosas que ya conocía.
El poder del anillo tenía un costo, pero ese costo no siempre debía provenir de él mismo. Experimentó con pequeños animales, plantas e incluso con la tierra, viendo cómo la vitalidad y energía eran extraídas en forma de diminutas partículas de luz, tal como había hecho con Brea. Sin embargo, esta vez no planeaba crear una runa, sino probar algo diferente.
También había notado que la cantidad de energía extraíble variaba entre seres y que algunos ofrecían más resistencia que otros. Aprendió a absorber solo una fracción de la energía de un ser vivo sin acabar con su existencia, pues detestaba arrebatar vidas innecesariamente. Sin embargo, si el individuo ya estaba muerto, como en este caso, no tenía reparos en consumir su cadáver.
El anillo de Miquella brilló con intensidad mientras el cuerpo del oso comenzaba a desprender un aura dorada. Lentamente, la bestia se encogió y fue consumiéndose, hasta que su cadáver desapareció por completo. En su lugar, la mano de Miquella emitió una luz resplandeciente.
Sintió la energía rebosante recorriéndolo. Nada que hubiera absorbido hasta ahora se comparaba con esta sensación de poder. Sabía que parte de esa energía se disiparía con el tiempo, así que decidió aprovecharla en el momento.
Se preguntó qué era lo que realmente necesitaba en ese instante, y su mente regresó al hechizo que había usado antes.
Había descubierto algo sobre la magia de este mundo: podía emplear los conjuros de su mundo natal a través del anillo, pero con un gasto de energía exorbitante. Aún no estaba en sintonía con las fuerzas de esta tierra, y eso lo limitaba. Sin embargo, una idea cruzó por su mente.
"¿Y si… tuviera un catalizador? Como los que usaban varios mortales en mi mundo…"
Si poseyera un catalizador que canalizara su poder interno en lugar de extraerlo directamente de su vitalidad mediante el anillo, todo sería mucho más fácil. Conocía bien tanto el poder de la magia como el de la fe, y no veía razón para que un enfoque similar no funcionara aquí.
Concentrando toda su voluntad, intentó comunicarse con su anillo, buscando moldear la energía desbordante en aquello que deseaba.
La luz en su mano se intensificó de golpe, creciendo hasta un punto cegador antes de empezar a comprimirse, concentrándose más y más hasta volverse casi imperceptible.
Un suspiro de alivio escapó de Miquella. Lo había conseguido. Al abrir la mano, un tenue brillo surgió para materializarse en un pequeño sello de su mundo natal.
'Erdtree Seal… Eh… supongo que esto servirá.'
Sonrió levemente. Aunque el amuleto no parecía ser exactamente el mismo de su mundo natal, sin un gran poder en su interior, su función como foco arcano era perfecta. Podía sentirlo: ahora su poder interior podría proyectarse al exterior con mayor facilidad.
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