Todavía me costaba creerlo.
Mi abuelo... en esa situación.
Dos semanas atrás, habíamos hablado por teléfono. Me dijo que se sentía mejor, que pronto vendría a visitarme y que iríamos juntos al templo Kanda Myojin para pedir por un año próspero y saludable.
¿Y ahora...?
Hospital. Camilla. Vida colgando de un hilo.
Recorrí los pasillos con prisa, ignorando la sensación de que todo era una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Cuando al fin encontré a mi tía, su rostro lo decía todo. Ojos hinchados, mejillas húmedas, labios temblorosos. Me quedé inmóvil. Nunca supe cómo consolar a otros… ni siquiera a mí mismo.
Al verme, corrió hacia mí. Se aferró a mi abrigo como si pudiera detener el tiempo con solo abrazarme.
—Papá... —su voz se rompió al sollozar—. Está a punto de morir y no puedo hacer nada. ¿Por qué? ¿Por qué alguien tan bueno tiene que irse así…?
No le respondí.
Solo la abracé.
Era lo único que podía ofrecerle.
Un doctor se acercó, con expresión grave.
—El señor Hiroshi Kiryuu desea verlos cuanto antes —anunció con voz solemne.
Mi tía dejó de llorar de inmediato. Se secó las lágrimas con torpeza y asintió con firmeza, aunque su voz aún temblaba.
—No deberíamos hacerlo esperar.
—Tienes razón —respondí, tomando aire—. Después de todo, si algo detesta Hiroshi Kiryuu... es que lo hagan esperar.
Entramos a la habitación.
La luz era tenue. El sonido de las máquinas, casi imperceptible.
Allí estaba él. Más delgado, más pálido… pero con esa misma sonrisa que nunca dejaba de ofrecer consuelo.
—Me alegra que hayan venido —dijo con voz apagada—. Por un momento pensé que moriría solo… Habría sido deprimente.
—No digas eso, papá —susurró mi tía, temblando—. Aún debe haber algo que podamos hacer.
—Ya es tarde, hija… Viajé por el mundo buscando respuestas, tratamientos… pero esta enfermedad siempre estuvo un paso adelante. Lo sabía. Y está bien. Viví con dignidad.
Mi tía le apretó la mano, intentando retenerlo solo un poco más.
—Pero… aún te necesito. ¿Qué voy a hacer sin ti? Sin tus consejos, tus regaños, tu voz...
Él la miró con ternura.
—Lo que puedo dejarte… es a Haruki.
—Cuídala por mí, ¿sí? Sé que pareces frío y reservado… pero yo te conozco. Sé el corazón que escondes detrás de ese muro.
Lo miré, confundido.
—Sigo aquí, abuelo. Puedes decírmelo directamente.
Él sonrió, cansado… pero con el mismo brillo en los ojos.
—Lo sé, Haruki. Solo quería recordarte quién eres.