El sol ya comenzaba a ocultarse detrás de los edificios cuando salí del aula principal. Me apresuré hacia la fuente central de la plaza, donde Asuka ya me esperaba. Había cambiado el uniforme por una blusa sencilla color marfil y una falda beige que se movía suavemente con el viento. Al verme, alzó una mano y sonrió.
—Llegas tarde, Hoshino —dijo con ese tonito que me desarmaba.
—¡Son solo cinco minutos! —protesté, un poco avergonzado.
—Cinco minutos son suficientes para que me arrepienta —añadió con una sonrisa pícara.
Nos pusimos en marcha por las calles adoquinadas de la ciudad, envueltos en la calidez dorada del atardecer.
—¿Sabes? Últimamente he estado pensando en estudiar medicina —comentó de pronto.
La miré sorprendido.
—¿Medicina?
—Sí. Quiero poder ayudar a los demás. Curar, salvar… no sé, me gusta la idea de entender cómo funciona el cuerpo. Suena raro, ¿verdad?
—No, para nada. De hecho, suena admirable —dije sincero—. Supongo que es muy de Asuka querer salvar el mundo.
Ella rió suavemente, con un leve sonrojo.
—¿Y tú? ¿Qué harás después de graduarte?
—Pensaba en… volverme aventurero.
Se detuvo por un instante.
—¿Aventurero? ¿En serio?
—Sí. Escuché que pagan bien —solté como si no fuera gran cosa, pero me reí enseguida al ver su cara—. Aunque no se lo he contado a mi familia…
—¿Por qué no?
Bajé la mirada, sintiendo ese peso en el pecho.
—Perdimos a un tío que era aventurero. Nunca volvió. Desde entonces, mi familia lo ve como una locura.
Ella no respondió de inmediato. Solo caminó en silencio a mi lado unos pasos, hasta que murmuró:
—A veces, las cosas que más valen la pena son las que más miedo dan.
La miré de reojo, admirando su fuerza, incluso en sus palabras.
Poco después, llegamos a un colorido puesto de crepes en la calle principal. El letrero colgante decía con letras doradas y barrocas: El Reino de Lucifer.
—Vaya nombrecito… —comenté.
Asuka ladeó la cabeza, curiosa.
—¿Te suena?
—Claro que sí —respondí con una pequeña risa—. Mi amigo Cuatro Ojos me mostró un grimorio legendario que lleva ese nombre: "Los Mil Mandamientos". Según él, perteneció al mismísimo caballero Lucifer, el que salvó esta nación.
—¡Es en serio! ¿Ese grimorio existe de verdad?
—Se supone que sí. Aunque lo tiene una chica de mi clase… bastante intensa.
—¿Shizuka?
—¡Exacto! —dije señalándola con una sonrisa cómplice.
Asuka se echó a reír.
—No me extrañaría. Esa chica da miedo.
—Tú también das miedo cuando te enojas.
—¿Ah, sí? —me miró levantando una ceja.
—Pero un miedo lindo —agregué con una sonrisa nerviosa.
—Tonto… —susurró, pero sus mejillas se tiñeron levemente de rosa.
Compramos nuestros crepes —fresa con crema para ella, chocolate para mí— y salimos de la ciudad por una pequeña vereda que nos llevó a las afueras, hacia un campo cubierto de flores de cristal.
Las Traxal de cristal brillaban como si el campo estuviera lleno de pequeñas estrellas esparcidas sobre la hierba. Más adelante, una elevación natural nos ofrecía una vista clara del mar, ahora teñido de tonos anaranjados y azul profundo.
—Este lugar es mágico… —susurró Asuka, mirando el horizonte.
Sin decir una palabra, me agaché, tomé una traxal y me acerqué a ella, temblando un poco.
—E-esto es para ti —dije, colocándole la flor cuidadosamente en el cabello.
Ella se quedó quieta, sorprendida. Luego, sonrió con timidez, bajando la mirada.
—Gracias… Akira.
El silencio entre nosotros se hizo más profundo, más íntimo. Pero entonces, Asuka miró por encima de su hombro, como si sintiera algo.
—¿Todo bien? —le pregunté.
—Sí, solo… sentí que alguien nos observaba —respondió, aunque luego sacudió la cabeza—. Debe ser mi imaginación.
Volvió a mirarme, esta vez más seria.
—Akira… ¿tú alguna vez te has preguntado qué hay más allá de este continente?
Mi corazón se aceleró. Esa misma pregunta me la había hecho decenas de veces.
—Todo el tiempo —le respondí sin dudar.
Y en ese instante, lo supe: lo que sea que estuviera allá afuera… quería descubrirlo con ella.
El viento fresco comenzaba a levantar las hojas del campo, cuando nos sentamos sobre la suave loma. Asuka observaba el mar con ojos soñadores, mientras la flor Traxal que le había puesto en el cabello brillaba suavemente con la luz del anochecer.
Yo me quedé en silencio un momento, sintiendo que ese era el instante. El corazón me latía con fuerza, las palabras se revolvían en mi garganta.
—Asuka… yo quería decirte algo… —comente, tragando saliva.
Ella giró a verme con dulzura, pero justo cuando estaba por seguir, un escalofrío recorrió el ambiente.
—Oh no… ya oscureció más de lo que pensaba —interrumpió mientras se abrazaba a sí misma—. comenzó a hacer frío.
Se levantó sacudiéndose un poco la falda. Yo tardé un segundo en reaccionar, aún atrapado en la nube de lo que no llegué a decir.
—Déjame acompañarte a casa —ofrecí, saliendo de mi trance.
—¿No te queda muy lejos?
—No me importa.
Asuka sonrió, y comenzamos a caminar en dirección al campo este, donde las casas estaban más dispersas, rodeadas por árboles altos y senderos de tierra húmeda. Las farolas mágicas del camino parpadeaban suavemente, iluminando nuestros pasos entre las sombras.
Después de un rato, llegamos a una pequeña casa de campo con luz cálida en las ventanas. Nos detuvimos frente a la entrada.
—Gracias por acompañarme —dijo ella, bajando la mirada por un momento—. La pasé… increíble. Me gustó mucho.
—Sí… yo también —murmuré, intentando mantenerme sereno.
Nos quedamos en silencio, el tipo de silencio que grita lo que no se dice. Entonces, ella se inclinó y me dio un abrazo, tibio y tembloroso por el frío.
—Buenas noches, Akira —susurró.
—Buenas noches, Asuka.
La vi entrar. Me quedé un momento más, mirando la puerta cerrarse lentamente… como si mi oportunidad también lo hiciera.
Volví a casa bajo un cielo ya estrellado, con el pensamiento aún revoloteando en ella, en el abrazo, en lo que casi dije. Cuando entré por la puerta, el aroma del guiso de la cena me recibió.
—La cena ya está lista —dijo mi madre desde la cocina, sirviendo con cuidado.
Miré a mi alrededor.
—¿Y Yui? —pregunté, notando su ausencia.
—Se fue a quedar con una amiga —respondió mi madre, sonriendo levemente—. Me alegra que al fin esté haciendo amigas.
—Sí… —asentí, sincero—. Ella siempre ha sido algo tímida.
Entonces mi padre, que ya estaba en la mesa, levantó la vista del periódico y me miró por encima de sus lentes.
—¿Cómo te fue hoy en la academia, Akira?
—Bien. Bastante bien, la verdad —respondí, sonriendo con cierta nostalgia aún en la voz.
Pero justo en ese instante, tres golpes secos resonaron en la puerta.
Mi padre frunció el ceño y se levantó. El sonido de sus pasos hacia la entrada fue lo último que escuché… antes del terror.
Apenas abrió la puerta, una figura alta, vestida completamente de negro, con el rostro cubierto por una máscara de metal, alzó su espada. El filo se hundió sin vacilar en el pecho de mi padre.
Escuché el sonido seco de su cuerpo cayendo contra el suelo. Mi corazón se detuvo. Ese frío… ese horrible frío… lo reconocí de inmediato.
El mismo que sentí cuando aquel hombre me tomó la muñeca aquella vez.
Me lancé al pasillo, mis pies golpeando el suelo de madera con desesperación. Vi a mi padre retorciéndose, la sangre saliendo a chorros de su pecho.
Los tres hombres de negro entraron a la casa con pasos lentos pero firmes, sin decir una palabra.
—¡¡Akira, corre!! —gritó mi madre desde la cocina. Su voz temblaba entre el miedo y la determinación.
Me atrapó por detrás, me apretó fuerte. En sus manos temblorosas tenía un cuchillo de cocina.
—Toma esto —dijo apretándolo contra mi palma—. ¡Corre! ¡No mires atrás!
Antes de que pudiera protestar, me lanzó con fuerza hacia la ventana. El vidrio estalló en mil pedazos y mi cuerpo cayó fuera, al jardín.
Desde el suelo, levanté la vista justo a tiempo para ver por la abertura de la ventana cómo uno de los encapuchados alzaba a mi madre por el cuello.
—¡NO! —grité con todas mis fuerzas.
Pero fue inútil.
Su cuello se quebró como una rama seca. Y el mundo se rompió conmigo.
Me lancé hacia la casa, quería volver, quería salvarla, pero antes de alcanzar siquiera la pared, un golpe brutal me cruzó el rostro. Todo se volvió oscuro.
…
Desperté atado, con las manos inmovilizadas. El interior era oscuro, húmedo, con un leve olor a sal. El suelo se movía levemente bajo mí: un carruaje.
Al abrir bien los ojos, los vi. Los tres encapuchados. Seguían allí, manchados con la sangre seca de mis padres. Uno de ellos sostenía la espada aún goteando.
Yo no podía moverme. No podía hablar. Solo lágrimas silenciosas recorrían mis mejillas.
Finalmente, el carruaje se detuvo. Las puertas se abrieron y una brisa marina golpeó mi rostro. Estábamos en un viejo muelle.
Más allá, un gran barco esperaba.
Me tomaron de los brazos y me arrojaron dentro de la bodega como un saco de trigo. El portón se cerró con un golpe seco, dejándome a oscuras.
Desde las pequeñas rendijas de madera, vi cómo el barco comenzaba a alejarse de la costa. El continente… mi hogar… Asuka… todo quedaba atrás.
Me habían arrebatado a mi familia, y ahora… me estaban sacando del continente.
Solo, en la oscuridad, comencé a llorar. No solo por lo perdido… sino por el miedo de no saber qué vendría después.
CONTINUARA...