La culpable de mi mismo
infierno.
No lo había encontrado, a pesar de haber buscado por todo el bar. Decidí que debía darle su espacio y regresé al departamento. Mi vestido estaba sucio por la caída en el bar, mis pies dolían y sentía cómo se desvanecía mi energía. Aun así, sabía que debía regresar a ese lugar que ahora debía llamar hogar.
Frente al departamento, noté que el mercado que solía estacionarse ahí había desaparecido. Miré la hora en mi celular: apenas eran las nueve de la noche. Continué caminando, pasando por ese burdel cercano que resonaba con gritos y música fuerte. Los hombres en la puerta me miraron con deseo, pero los miré con repugnancia y seguí mi camino, secándome las lágrimas que bajaban por mis mejillas. Ya no quería ver a mi papá así, pero no sabía qué hacer.
Él repetía una y otra vez que lo intentaría, pero sus promesas vacías nunca se materializaban. Mientras tanto, yo me desvivía en una editorial agotadora, sacrificándome para mantenerlo a flote mientras él me usaba como garantía para financiar sus vicios.
Sin percatarme, había llegado al lugar indicado. En la entrada, una mujer cuyo rostro mostraba los estragos del oficio, acompañada de un hombre con aire despreocupado, se dirigían hacia el edificio con claras intenciones de buscar un momento de pasión desenfrenada. La visión me resultó no solo repugnante, sino también tristemente reveladora de las diferencias de prioridades en la vida.
—¿Cuánto por la noche? —escuché que dijo mientras entraba al edificio, ignorando sus comentarios mientras pasaba junto a ellos.
"Oye, flaca, te hablo a ti, la del vestido. Ni aunque te pongas eso vas a parecer decente. Puta", terminó de decir el hombre. Honestamente, ya estaba acostumbrada a escuchar ese tipo de basura en el bar de Wily y hasta en mi trabajo; no iba a prestarle atención a un gordo borracho más.
Llegué al departamento 12 del segundo piso. Miré la puerta por un momento y, por un instante, pensé en lanzarme por las escaleras. No tenía las llaves; Axel no me las había dado cuando se fue y fui lo suficientemente distraída como para no pedírselas. Toqué la puerta con la esperanza de que tal vez él hubiera regresado antes por alguna razón trivial o simplemente se le hubieran olvidado. Pero nada. Me senté frente a la puerta con las piernas cruzadas, asegurándome de que nadie pudiera ver nada al subir las escaleras.
Mi vestido celeste estaba manchado de barro, probablemente de cuando me caí cerca de la puerta trasera del bar. Tenía un pequeño rasguño en la rodilla, causado por mi papá, y mis ojos estaban hinchados de tanto llorar. Además, estaba exhausta de buscar tanto a mi padre.
Estaba sumida en tristeza y pensamientos profundos al respecto, como si mi alma se hubiera desprendido de mi cuerpo.
La puerta se abrió.
—¿Tocaste?—preguntó Axel, asomando la cabeza.
Levanté la mirada hasta encontrarme con su expresión seria. Pensé que volvería hasta muy tarde como había dicho. Me puse de pie, sosteniendo mis zapatos en las manos, e ingresé al departamento, dejándome caer directamente en el sillón. No me importó que uno de mis pies chocara con la pila de libros que había. Solo quería descansar.
Escuché los pasos de Axel dirigirse hacia los dormitorios. Cerré los ojos con facilidad; estaba tan cansada que mis piernas ya no tenían la fuerza para llevarme hasta la cama. Decidí tomar un pequeño descanso en el sillón y luego moverme al dormitorio... aunque no sabía a cuál... esa no era mi cama... ni mucho menos... mi hogar.
***
Un rayo de sol se asomó por la ventana. Sentía mi cabeza pesada y un dolor horrible en la espalda. Abrí los ojos por el ruido de una puerta al cerrarse. Quería seguir durmiendo, pero me dolía todo el cuerpo y...
—¡Mierda, el trabajo!—me levanté de golpe, sintiendo un dolor aún más agudo en la espalda. Había dormido en el sillón. Me quejé un momento mientras tocaba mi espalda. No tenía tiempo de sentir dolor; debía llegar antes que mi inútil jefe para no ser despedida. Al darme la vuelta, vi a Axel con una taza de café, mirándome desconcertado.
—Buenos días—dije, intentando sonar lo más normal posible, aunque sabía que mi apariencia delataba la mala noche que había tenido.
Miré la hora en el reloj que estaba en la pared: 5:50. ¿Qué carajos? Agarré mi celular que estaba en la mesita y confirmé la hora: 5:51. Tenía tiempo de sobra.
—¿Dormiste bien?—preguntó Axel. Lo miré; era obvio que no.
—Sí, descansé algo, gracias por preguntar—le di una rápida sonrisa.
—¿Quieres que te haga algo de desayunar?—dijo con seriedad.
—lo haré yo.
Él se quedó mirándome un momento, parecía confundido. Sus cejas se arquearon para después de unos segundos suavizarse. ¿Qué era esa expresión?
—¿Sabes cocinar?—preguntó.
—Sí—respondí.
—Interesante. Pensé que eras como tu hermana, una inútil que no sabe un carajo de la cocina—explicó.
—¿La conoces?—pregunté. Se suponía que ni ella misma sabía quién era mi prometido. Seguro estaría aquí en mi lugar si supiera desde un inicio qué tan apuesto es el hombre de la familia kiernan.
—No, pero escuché a un amigo de mi padre hablar de ella: "peli negra, estúpida y engreída"—respondió Axel sin ningún reparo, como si no le importara lo que pensara. No me molestó el comentario; en realidad, Leora se lo merecía. Ella no era un cordero que no rompe ni un plato.
No quería darle el gusto de saber si era verdad o no eso sobre Leora. A pesar de todo, ella seguía siendo mi estúpida hermana.
—¿Te avergüenzas de ella, no es así?—preguntó como si fuéramos lo suficientemente cercanos para hablar de mi familia.
—A ti no te importa si me avergüenzo o no de mi familia. Regla 1—respondí, mirándolo fijamente. Nos quedamos en silencio por unos segundos.
El levantó un poco la comisura de su labio, mostrando dominación y conformidad.
—Tengo que ir a trabajar... La gente se levanta a esta hora para hacerlo —tomó grandes sorbos de su taza, agarró sus llaves, celular y chaqueta. Luego frenó en seco al verme—. ¿Quieres un beso de despedida?
Bromeó. Qué molesto. Negué, agarrando mi celular. Me iba a ir al cuarto, pero recordé algo.
—Me preguntaba si podrías darme alguna copia de las llaves del departamento —comenté, sintiéndome un tanto incómoda por la situación.
—No tengo copias de la llave, te dejaré la que siempre uso, No la extravíes.—dijo él mientras dejaba la llave en la mesa y se alejaba. Solté un gran suspiro de alivio, sintiendo un peso menos en mis hombros.
Me acerqué a la mesa y recogí la llave, observándola por un momento.
Entré en la habitación que era de su madre supongo y me lancé a la cama. Realmente me dolía cada parte de mi cuerpo; moría de hambre pero también de sueño. Era en ese momento cuando debía elegir entre satisfacer mi necesidad de dormir o mi hambre, sabiendo que una podía esperar pero la otra no.
"No dormí anoche, pero tampoco cené. El hambre puede esperar, pero el sueño no... aunque en realidad sí tengo mucha hambre."
Me dejé llevar por el agotamiento acumulado y cerré los ojos, sintiendo cómo poco a poco el sueño me envolvía. La cama era cómoda y el silencio de la habitación me reconfortaba. Mis pensamientos sobre la situación con Axel y mi padre se desvanecieron temporalmente mientras me sumergía en un reparador descanso.
Ya no sentía hambre, solo escuchaba el molesto pitido de una alarma. Al levantar la cabeza, dejé que mi cabello cayera desordenadamente sobre mi rostro. Miré la alarma del celular que había estado sonando durante quince minutos seguidos. Eran las 7:15 am; me había quedado dormida una vez más.
—¡Carajo! —exclamé mientras apagaba la alarma con un golpe seco en la pantalla. Me sentí frustrada por haber desperdiciado esos valiosos minutos. Sin perder más tiempo, me levanté de la cama y me dirigí al baño a toda prisa. El tiempo ahora corría en mi contra.
Me cepillé los dientes y me lavé la cara rápidamente, tratando de despertarme por completo.
Saqué la ropa que usaría: una falda negra que no era demasiado corta pero sí decente, una camisa blanca y unas pantimedias negras, algo que nunca debía faltar cuando estaba rodeada de idiotas.
Mi pelo estaba mojado debido a que no tuve cuidado para evitarlo, y la camisa, hecha de una tela algo delgada, mostraba claramente todo lo que había debajo. Era mi única camisa blanca disponible. Entre arreglarme y esperar a que el agua se calentara, lo cual nunca sucedió, el tiempo se me hacía cada vez más tarde. No tenía más opción que tomar el autobús, aunque más lento, era más económico y me ofrecía algo de paz. Optar por un taxi habría sido más rápido, pero también más peligroso, y ya había vivido suficiente para no querer estar en esa situación de nuevo.
Me veía un poco desarreglada, pero intenté pintarme los labios con mi labial de siempre. Eran las 8:30 de la mañana y ya había tomado dos autobuses diferentes para llegar a mi trabajo. El camino estaba siendo estresante debido al tráfico intenso. Finalmente, pude ver la parada para bajar. Guardé mis cosas y, en cuanto el bus se detuvo, salí corriendo.
Afortunadamente, llevaba mis botas bajas, y mi trabajo quedaba cerca de la estación. Solo debía cruzar un pequeño callejón y estaría en las puertas de "Synergy Editorial".
a mi lugar de trabajo, rezando para que hoy no fuera el día en que mi jefe decidiera aparecer antes de lo habitual. Subí hasta el cuarto piso, ya que el edificio carecía de elevador y Cameron había insistido en que no era necesario instalar uno. Estaba sudada y con la respiración agitada cuando finalmente llegué a mi sitio. Lancé mi gabardina negra a un lado y tomé aire lentamente para recuperarme.
Fue entonces cuando vi la nota sobre mi escritorio:
"Si nunca llegas temprano a trabajar, es mejor que te largues."
— Qué chistosos — murmuré, arrugando el papel para tirarlo en la basura.
— Son muy infantiles, ¿verdad? —me espante al escuchar su voz
— Dios, Cameron, casi me das un infarto — dije, llevándome la mano al pecho y frotándolo para calmar mi nerviosismo repentino.
— Es la primera vez que llegas tarde —comentó Cameron, ajustándose la bufanda verde que combinaba de manera peculiar con su suéter rojo. Mi jefe, claro. — No importa... tenemos una reunión con todo el personal a las 10, los necesito a todos allí.
Se veía cansado y triste; sé que va a despedir a mucha gente por falta de fondos, y me sentía mal por todas esas familias que dependían de este trabajo. Aun así, mi preocupación principal era asegurarme de no ser una de las despedidas.
Comencé el día revisando las agendas de Cameron. En la agenda de trabajo no tenía nada, y en la personal (aunque no me pagan por ser su secretaria personal) solo había dos cosas pendientes: una visita a la casa de sus padres en Seattle y una cena con una chica "afortunada", tal como me pidió que lo escribiera.
Con un suspiro de alivio, me dirigí a la máquina de café y preparé una taza bien cargada. El día apenas comenzaba, pero ya sentía que necesitaba una dosis extra de energía para lidiar con las tareas que se avecinaban. Me senté en mi escritorio, mirando el reloj. Eran las 9:00 a.m.
Justo cuando me acomodaba en mi silla, una notificación apareció en mi pantalla. Un correo de la dirección general, solicitando un informe detallado sobre los avances del último proyecto en el que estábamos trabajando. Mi corazón se aceleró un poco. Sabía que Cameron no estaría contento con esto; detestaba los informes y las solicitudes de última hora.
Me puse manos a la obra, revisando los documentos y organizando la información. El tiempo pasaba rápidamente y, para mi sorpresa, cuando miré el reloj de nuevo, eran casi las 10:00. Era hora de esa dichosa reunión.
Autora
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