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Chapter 27 - Capítulo 27: El Portador del Todo

El aire estaba quieto.

Tan quieto que Dominic podía oír su propia respiración como si viniera de otra persona.

Estaba solo, sentado en el corazón del plano interior del Sistema. No había paredes, ni cielo. Solo una inmensidad blanca donde flotaban esferas doradas —las mismas que guiaban sus decisiones y mostraban los caminos del destino.

Pero ahora no había señales. Solo silencio.

Por primera vez desde su llegada a este mundo, Dominic no sentía adrenalina. No sentía la necesidad de luchar, de avanzar, de conquistar.

Solo sentía… peso.

Un peso extraño.

No físico.

Emocional. Espiritual. Existencial.

—Has tocado el alma de cuatro mujeres… y todas llevan una parte de ti ahora —susurró una voz, que parecía emerger del aire mismo—. ¿Te sientes completo, Dominic Lewis?

Él cerró los ojos. La voz no era del Sistema. Era más antigua. Más profunda.

Era su propia conciencia… o quizás algo más.

—No lo sé —respondió, sincero.

Y ahí estaba: la verdad que no se había atrevido a pronunciar.

—Las amo —dijo en voz baja—. A todas. De maneras distintas. Evelyn me enseña a arder. Seraphyne me obliga a mantenerme firme. Aria me recuerda que aún soy humano. Y Lysara…

Su voz se quebró.

—… Lysara me muestra lo que es el alma desnuda.

—Entonces, ¿cuál es el problema? —replicó la voz.

Dominic apretó los puños.

—No sé si soy suficiente.

La respuesta flotó en el aire, como si necesitara tiempo para asentarse.

—Ellas han renacido conmigo. Han peleado por mí. Se han unido a mí. Pero… cada vez que me miran, siento que esperan más de lo que soy capaz de dar.

Sus ojos se nublaron.

—¿Cómo se ama a cuatro mujeres sin fallarle a ninguna? ¿Cómo se convierte uno en el pilar sin destruirse desde dentro?

En ese momento, las esferas doradas empezaron a girar a su alrededor. Una a una, proyectaron visiones de las mujeres que amaba.

Evelyn, entrenando con furia en la arena de fuego, su expresión endurecida… pero sus ojos llorando cuando creía que nadie la veía.

Seraphyne, observando el horizonte con los brazos cruzados, como si el mundo entero fuera una batalla que debía enfrentar sola… hasta que alguien la abrazara.

Aria, cantando sola en el jardín de los ecos, su voz trémula como una confesión sin palabras, esperando que alguien la escuche realmente.

Lysara, meditando bajo una cascada estelar, con el rostro sereno… y el alma temblando.

—No esperan que seas perfecto —dijo la voz—. Esperan que no huyas.

Dominic se levantó.

Sintió algo encenderse en su pecho: no poder… sino presencia. Ser el que está. El que sostiene. El que acompaña.

No como un héroe.

Como un compañero.

—He peleado contra monstruos —dijo—. He absorbido magia prohibida. He resistido rituales que podrían destruirme.

Miró hacia adelante, hacia un vacío que ahora se sentía como un umbral.

—Pero amar de verdad… exige más coraje que cualquier batalla.

Las esferas se fusionaron en una única luz.

El plano interior se desvaneció.

Y Dominic despertó.

Estaba de pie en el centro del santuario, y frente a él… estaban ellas.

Las cuatro.

Evelyn. Seraphyne. Aria. Lysara.

No como rivales.

No como fragmentos.

Sino como una unidad que lo esperaba.

Dominic sonrió.

Caminó hacia ellas.

Y esta vez… no como el elegido.

Sino como el hombre dispuesto a sostenerlas… a todas.

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