El silencio que reinaba en la sala del Espejo Lunar no era pacífico.
Era denso.
Tenso.
La luna, dividida en tres fases simultáneas, proyectaba tres luces diferentes sobre los cuerpos reunidos: Evelyn, Seraphyne, Aria... y Lysara.
Las cuatro mujeres del harén.
Las cuatro fragmentaciones de ella.
Y ahora, por fin completas... también eran cuatro emociones a punto de colisionar.
Dominic no estaba allí. El sistema, por algún motivo, lo había llevado a un plano de entrenamiento temporal tras su unión con Lysara. Ellas, solas por primera vez en semanas, no podían ignorarlo más.
La fricción.
El roce de almas.
La lucha interna por definirse no solo como parte de un todo, sino como mujeres individuales.
—¿Vamos a fingir que todo está bien? —dijo Evelyn, cruzada de brazos, su cabello rojo brillando como fuego bajo la luna—. ¿Que esto no es incómodo? ¿Que no sentimos cosas que no deberíamos?
—¿Deberíamos? —Seraphyne respondió con frialdad—. ¿Ahora existe una lista de emociones permitidas? ¿O solo estás molesta porque no eres la única que lo ama?
—¡No se trata de ser la única! —replicó Evelyn, la pasión trepándole por la garganta—. Se trata de... de sentirme desplazada. De que cada noche sea otra la que está a su lado.
Aria bajó la vista.
—Yo tampoco pensé que sería tan difícil... No lo digo por ustedes, sino por mí. Yo... nunca creí que tendría un lugar.
—Tú siempre tuviste un lugar —dijo Lysara, con su tono tranquilo pero firme—. Todas lo tuvimos. El problema es que, por primera vez, estamos conscientes de lo que eso significa.
Seraphyne bufó.
—Sí. Significa compartir al único hombre que logra tocarnos más allá de la piel. ¿Cómo demonios esperaban que eso fuera sencillo?
Evelyn golpeó una mesa con el puño. Fuego brotó de sus dedos por impulso.
—¡No lo es! ¡Y no me pidas que lo sea! No después de lo que vivimos. No después de haber sentido... que por un momento, era solo mía.
—¿Y qué esperas? —intervino Aria, en un raro estallido de voz—. ¿Qué renunciemos a lo que también sentimos? ¿Que una de nosotras se borre para calmarte?
Lysara cerró los ojos, respirando hondo.
—Estamos rompiéndonos otra vez... exactamente como cuando fuimos separadas.
Las palabras callaron a todas.
—Nos fragmentaron una vez porque no supimos sostenernos como unidad. Y ahora, cuando el destino nos ha reunido a través de Dominic, ¿vamos a repetir el error?
Evelyn bajó la mirada, y por primera vez, su rabia pareció rendirse ante algo más profundo: el miedo.
—Tengo terror —susurró—. De no ser suficiente. De quedarme atrás. De verlo enamorarse más de una de ustedes… que de mí.
Seraphyne caminó hacia ella. Tocó su brazo con delicadeza. Su voz, por primera vez en mucho tiempo, fue suave.
—No estás sola en ese miedo. Yo también lo siento… aunque no lo diga. Aunque lo esconda tras fuerza y rabia.
—Yo también… —dijo Aria, con lágrimas—. Cada noche me acuesto preguntándome si mañana todavía me recordará con la misma intensidad.
—Y yo… —dijo Lysara, abriendo por completo su alma— …siento miedo de que, al volvernos completas, perdamos lo que nos hace únicas.
Silencio.
Y luego, Aria se acercó, con lentitud. Tomó la mano de Evelyn.
Seraphyne puso su mano sobre las suyas.
Lysara, finalmente, cerró el círculo.
—Nosotras no competimos —dijo Aria—. Nos sostenemos.
—Porque somos más que fragmentos —agregó Seraphyne—. Somos una familia.
—Y Dominic… no nos divide —dijo Evelyn—. Nos une.
—Entonces prometámonos algo —declaró Lysara—. Que, sin importar lo que venga, elegiremos ser una armonía… no una disonancia.
Las cuatro mujeres se miraron.
Y por primera vez desde que sus destinos se cruzaron, se sintieron completas… no por Dominic, sino por ellas mismas.
En algún lugar distante, Dominic abrió los ojos.
Sintió una ola de calor, de serenidad, de aceptación.
Y supo —sin entender cómo— que algo poderoso acababa de nacer.
No un lazo con cada una.
Sino un lazo entre ellas.