Los días que siguieron al ultimátum de la Sra. Valmorth transcurrieron con una doble capa de realidad para Hitomi: la fachada de estudiante y miembro del linaje, y la febril planificación clandestina de su fuga. El plazo de dos meses pesaba sobre ella como una lápida, cada día acercándola a la horrible "elección" o a la necesidad de desaparecer. La logística de la fuga era una bestia compleja, pero un componente crucial seguía siendo incierto: el acceso seguro al exterior y la obtención de documentos que no levantarían alarmas. Necesitaba ayuda interna. Alguien de confianza.
Su mente, ya acostumbrada a operar en las sombras, consideró las pocas personas dentro del complejo a las que podía recurrir. Sus hermanos estaban fuera de cuestión; uno intentó abusar de ella, los otros eran parte de la jaula, protectores o indiferentes, pero siempre sirvientes del linaje y su Madre. Las sirvientas comunes eran leales al sistema, aterrorizadas por la Matriarca. Pero había uno... Alistair. El mayordomo principal. El hombre de semblante inmutable que había estado allí desde que ella era una niña pequeña, moviéndose con eficiencia fantasmal, observando todo desde las sombras del servicio. Él la había cuidado, a su extraña y formal manera, en su infancia. Había una conexión allí, tenue, sepultada bajo años de protocolo, pero quizás… quizás lo suficiente.
Esperó la oportunidad. Un momento en que supiera que Alistair estaría en un área menos transitada del vasto complejo, lejos de las cámaras de seguridad más obvias o de los oídos indiscretos. Lo encontró en un pasillo de servicio secundario, revisando inventario con su eficiencia habitual. Hitomi se acercó a él, su corazón latiendo con fuerza, la garganta seca por la mezcla de miedo y desesperación.
—Alistair. —Su voz era baja, apenas un susurro en el pasillo silencioso.
El mayordomo se detuvo en su tarea. Sus ojos gris frío se posaron en ella, la sorpresa —una emoción rara en su rostro— cruzó brevemente su semblante antes de volver a su compostura perfecta. Pudo ver la tensión en la postura de la joven ama, el brillo inusual en sus ojos carmesí.
—Ama Hitomi. —Su tono era formal, respetuoso, como siempre. —¿Necesita algo?
Hitomi miró a su alrededor, asegurándose de que estaban solos. Dio un paso más cerca, la urgencia quemando en sus palabras. —Necesito hablar contigo. A solas. Ahora.
Alistair evaluó la intensidad en su mirada. Asintió lentamente, guardando su bloc de notas con movimientos precisos. —Por aquí, Ama Hitomi.
La condujo a una pequeña sala de estar contigua, funcional y sin la ostentación del resto del complejo, claramente utilizada por el personal de alto rango. Cerró la puerta con un suave click. El aislamiento se sintió palpable. Hitomi dio un paso hacia él, la formalidad desapareció, reemplazada por una desesperación cruda.
—Alistair… por favor. —Sus manos se apretaron, buscando las palabras, el coraje. El miedo era un veneno frío, pero la necesidad era mayor. —Necesito que me ayudes. Necesito… necesito que me saques de aquí.
La petición colgó en el aire, enorme, peligrosa. Pedirle a un miembro del servicio que traicionara al linaje Valmorth era una locura.
—Necesito que me ocultes de mi madre. Que me ayudes a salir de esta… de esta mansión. Que consigas… un pasaporte. —Las palabras salían atropelladamente ahora, la urgencia incontrolable—. Para irme. Lejos.
El rostro de Alistair se mantuvo impasible, pero había una quietud en sus ojos que Hitomi no recordaba haber visto antes. La escuchó, sin interrumpir, sin juzgar.
—Sé que es peligroso. Que te estoy pidiendo algo terrible. —Continuó, su voz teñida de la desesperación de quien juega su última carta—. Pero tengo recursos. Tengo dinero. Puedo compensarte. Te daré… te daré unos cuantos millones. Lo que necesites.
Los millones. Una fortuna. Suficiente para desaparecer, para vivir el resto de su vida en el anonimato. Una tentación inmensa para cualquiera. Pero Alistair no era cualquiera. Y Hitomi lo sabía. Estaba apelando a algo más que la codicia. Estaba apelando a la conexión silenciosa que sentía, a la humanidad que esperaba que él tuviera bajo su fachada de mayordomo perfecto.
Alistair la observó por un largo momento, sus ojos grises penetrantes. Luego, hizo algo inesperado. Una leve, casi imperceptible, sonrisa apareció en sus labios, una expresión extraña y llena de significado. Y su voz, cuando habló, aunque mantuvo su suavidad, se despojó de la formalidad del servicio. Sonó más… antiguo.
—Mi dulce niña. —dijo, y la vieja familiaridad en el apodo hizo que a Hitomi se le hicieran un nudo en la garganta. —Sabes… sabes que esto que me pides es… mortalmente peligroso. No solo para mí. Para ambos. Si la Matriarca… si alguien se enterase…
Hizo una pausa dramática. La tensión en la pequeña sala se volvió casi insoportable. Los ojos de Alistair se fijaron en ella, y en su mirada gris, Hitomi vio de repente una profundidad, un resentimiento frío, una historia oculta que no le pertenecía, pero que resonaba con la suya propia.
—Pero… —Alistair dio un paso más cerca, y lo que dijo a continuación heló la sangre de Hitomi, una revelación tan impactante como la de su madre, pero con un tipo diferente de terror y una chispa de esperanza retorcida—. Lo haré.
Hitomi parpadeó, apenas creyéndolo.
—Haré… todo lo que esté en mi poder. —confirmó Alistair, su voz baja, una promesa mortal—. Para sacarte de aquí. Para que tengas tu pasaporte… para Canadá. —Nombró el destino, sellando el pacto.
La pregunta obvia colgaba en el aire: ¿Por qué? ¿Por qué arriesgarlo todo?
Alistair pareció leer su mente. Una sombra cruzó su rostro, una mezcla de dolor antiguo y una resolución fría. —Porque… yo también soy un Valmorth, Ama Hitomi. —La formalidad regresó a medias, teñida de amargura—. Un Valmorth… de sangre sucia.
La revelación la golpeó. Alistair. Uno de ellos. Uno de los que su madre consideraba una impureza. Uno de los que habían sido… erradicados. Pero él no. Él estaba aquí. Escondido a plena vista, sirviendo al linaje que lo despreciaba. El horror y la comprensión se mezclaron. Entendió por qué la ayudaba. No era solo lealtad por la infancia. Era venganza.
Alistair observó la conmoción en el rostro de Hitomi. Asintió lentamente. —Sí. No somos solo sirvientes leales. Somos… los errores que esconden. Los que sobrevivimos. —Había una fuerza silenciosa en su admisión, la fuerza de alguien que había vivido una vida en las sombras, esperando.
—Y te diré algo más, mi dulce niña. —Su voz se volvió profética, sombría, llenando la pequeña sala con la magnitud de su resentimiento acumulado y su peligrosa esperanza—. Esta familia. Este linaje. Toda esta… 'pureza' por la que matan y mueren…
Sus ojos grises se fijaron en el vacío, como si vieran el futuro.
—Un día… se va a desmoronar. Todo. —La profecía no fue un lamento, fue una promesa fría y terrible. —Y yo haré mi parte para que eso suceda. Sacarte de aquí… es el primer paso.
Un silencio pesado cayó entre ellos, cargado con el peso de la revelación, del pacto secreto, de la esperanza peligrosa de la destrucción. Hitomi no estaba sola en su deseo de escapar de la jaula. Tenía un aliado. Un Valmorth de sangre sucia, que buscaba la caída de su propia familia. El camino a la libertad sería traicionero, pero ahora, no lo recorrería completamente sola. La tristeza por la necesidad de huir y el horror de los secretos del linaje seguían allí, pero la compañía inesperada de Alistair, su promesa, y la visión sombría de un futuro sin el dominio absoluto de la Matriarca, infundieron una nueva y peligrosa esperanza en el corazón de Hitomi. La fuga ya no era solo un plan; era un pacto forjado en las sombras de la sangre sucia y la ambición silenciosa.