Cherreads

Chapter 7 - Mi boda perfecta con el diablo

MISIÓN OBTENIDA: ¡LA BODA DEL INFIERNO!

OBJETIVO PRINCIPAL: ¡IMPIDE EL MATRIMONIO!

OBJETIVO SECUNDARIO: ¡PÍDELE MATRIMONIO, MALDITA SEA!

PENALIZACIÓN: CASTRACIÓN... (Puede ser útil en futuros capítulos)

RECOMPENSA: ¡AMOR PURO Y VERDADERO! (Sin trampas, es tu oportunidad)

RECOMPENSA SECUNDARIA: ¡ANILLO MALDITO! (Anillo vinculante que une ambas partes por toda la eternidad)

Con un suspiro decidido, acerqué mi dedo hacia la ventana emergente que flotaba frente a mí. Lo posé con delicadeza, casi como una caricia.

—Shhh... No digas más, cariño —murmuré en voz baja, como si mi amor eterno dependiera de ello.

Una voz, con su tono robótico habitual, intentó continuar:

—Buena suerte, solo recuerda que...

Pero no le di oportunidad. Con la misma suavidad, lo silencié nuevamente, posando dos dedos en el aire.

—Shhh... Cállate y deja que Yuzato trabaje —dije, inhalando profundamente mientras comenzaba a hacer algunos estiramientos para prepararme. No es que me hiciera falta arreglarme; ser guapo era algo que simplemente me venía natural.

—¿Qué tal una entrada dramática? —me pregunté, dejando escapar una risa baja.

Sin perder más tiempo, eché a correr hacia los picos rocosos que se alzaban alrededor del inmenso castillo. Mis pies apenas tocaban las piedras, escalando con una facilidad que haría sonrojar de vergüenza a cualquier héroe de leyenda. Al alcanzar la cima más elevada, saqué un gancho improvisado —no preguntes de dónde— y lo lancé con precisión quirúrgica hacia una de las torres más altas del castillo. Tiré de la cuerda, asegurándome de que resistiera mi peso.

Una voz, claramente asombrada, preguntó desde algún rincón de mi mente:

—¿De dónde sacaste esa cosa?

Sonreí, sintiendo el corazón latir con fuerza.

—¡Del poder de mi amor! —grité, dejando que la pasión me impulsara hacia adelante.

Con un salto, me lancé al vacío. El viento cortaba mis mejillas mientras me impulsaba directo hacia una gran ventana que daba vista al altar. Con movimientos impecables —como SIEMPRE— atravesé el cristal en una explosión de vidrios brillando como estrellas caídas.

La música solemne se detuvo de inmediato. Todos los presentes quedaron congelados en sus asientos, boquiabiertos. Solté la cuerda, dejándome caer al centro del pasillo, justo frente a la pareja que estaba a punto de sellar su destino.

Me incorporé lentamente, dejando que cada centímetro de mi ser irradiara una grandeza sin igual. Bajé la cabeza, cubriéndome parcialmente el rostro con mi cabello desordenado, y luego la levanté con elegancia, mostrando la expresión más increíblemente heroica que jamás haya tenido.

Con voz grave y potente, hablé con el porte digno de un caballero de leyenda:

—¡PRINCESA! ¡Su matrimonio arreglado no solucionará la guerra del infierno! ¡Usted misma es quien decide su vida, su historia... su legado!

Un par de lágrimas resbalaron por mis mejillas, alimentadas por la intensidad de mis emociones.

—¡Le pido, por favor, piense las cosas! —exclamé, dando un paso adelante, como si el propio destino dependiera de mis palabras—. ¡Este demonio inmundo no la volverá a tocar!

De pronto, un pequeño salto involuntario me sacudió el cuerpo, fruto de la tensión. Sin pensarlo más, lancé mi último golpe.

—¡LE PIDO, CÁSESE CONMIGO!

Por un instante, el mundo pareció detenerse. Entonces, una voz conocida y desagradablemente burlona resonó en mi mente:

—Uy, qué pena. No eres mi tipo... ni el de alguien, seguramente.

—¿Eh?! —exclamé, abriendo los ojos de golpe.

Miré a mi alrededor, desconcertado. La brisa fresca golpeaba mi rostro y, para mi absoluta sorpresa, me encontraba otra vez fuera del castillo.

—¿¡Magia demoníaca!? —grité, apretando los puños con frustración.

Una voz sarcástica retumbó en mi mente, tan relajada que me hizo hervir la sangre:

—¿Por qué preguntas?

—¿¡Y mi esposa!? —dije, girando de un lado a otro, buscando alguna señal de la princesa.

La respuesta llegó sin piedad, cargada de crueldad y una pizca de burla:

—¿Qué fue ese intento de historia? Fue tan patético tu intento de forzar una relación que lloré... por dentro.

Sentí que algo en mi interior se rompía en pedazos.

—¡Pero la tenía en mis manos! —reclamé, apretando los dientes mientras recordaba el breve instante de conexión, tan real... tan mío.

La carcajada imaginaria de la voz fue aún más hiriente.

—Sí, es verdad. Maldito acosador, nunca viste a esa chica, y mírate... inventando todo un cuento de hadas.

Ignoré el comentario, rehusándome a rendirme. Me acerqué con cautela a las enormes puertas del castillo, pegando mi oído contra ellas. Un murmullo llegaba desde el otro lado, como si alguien estuviera llevando a cabo una ceremonia.

La voz solemne del supuesto cura —o lo que fuera que usaran los demonios para casarse— se escuchó con claridad:

—Quien ose anular la unión de estas almas, que hable ahora o que calle para siem...

No esperé a que terminara. Con un grito interno de guerra, levanté una pierna y pateé con toda la fuerza que tenía.

La puerta explotó hacia adentro, abriéndose de par en par con un estruendo ensordecedor. Un dolor agudo subió desde mi pie hasta la rodilla, pero no podía demostrar debilidad. No hoy. No en el día de mi boda.

Erguido como un verdadero héroe, y cojeando ligeramente para disimular el dolor, proclamé con una voz que resonó en cada rincón del salón:

—¡EL HÉROE YUZATO SE INTERPONE!

Levanté la pierna herida apenas unos centímetros, como si fuera parte de una majestuosa pose heroica, mientras reprimía una mueca de dolor.

—¡PRINCESA, NO CAIGA...! —una sacudida involuntaria me recorrió el cuerpo nuevamente, ese extraño salto que ni yo lograba explicar— ¡...EN LAS GARRAS DE ESTE DEMONIO!

El eco de mis palabras aún flotaba en el aire cuando la voz sarcástica volvió a surgir, totalmente desconectada de mi gloriosa entrada:

—¿De qué hablas?

...

A pesar de todo, sabía que no podía rendirme. Mi corazón latía más fuerte que nunca. ¡La batalla por el amor apenas comenzaba!

No dije nada.

Mi rostro, sin embargo, no podía ocultar la creciente frustración que me consumía. Sin pronunciar palabra, cojeando todavía un poco, me acerqué como pude a la enorme puerta de entrada.

—Veamos qué pasa... —murmuré para mí mismo mientras empujaba apenas la puerta, dejando un pequeño resquicio por donde asomarme.

La voz del cura —o lo que fuera ese demonio ceremonial— volvió a sonar con su solemne entonación:

—Quien ose interrumpir...

—¡ALTO! —grité, abriendo de golpe la puerta y dejándome ver por todo el público.

La multitud de demonios presentes giró sus miradas hacia mí, confundidos y tensos. Sin dudarlo, avancé un paso y señalé con firmeza hacia el novio demoníaco.

—¡MALDITO DEMONIO, NO TENGO IDEA DE CUÁL ES TU JUEGO, PERO SI TIENES...!

Un nuevo salto involuntario recorrió mi cuerpo, haciéndome tambalear ligeramente. Apreté los puños.

—¡...LOS HUEVOS!

Una voz cansada resonó en mi mente:

—¿Tan difícil es?

No respondí. En su lugar, me dejé caer sentado en el suelo de mármol frío, cruzando los brazos mientras pensaba.

—Mmm... —reflexioné, apretando los labios—. Tal vez... no lo estoy haciendo bien...

Una idea absurda —o brillante, según como se mire— cruzó mi mente.

Sin perder tiempo, me puse de pie y eché a correr hacia el interior del castillo. Llegué frente a los novios y, sin frenar, me arrodillé dramáticamente ante ellos.

—¡NO LO HAGAS! —suplicaba, dejando que el dolor, la desesperación y una pizca de teatro impregnaran mis palabras.

De nuevo, el extraño salto recorrió mi cuerpo.

Sin darme respiro, me lancé como un proyectil contra una de las ventanas laterales, atravesándola en un estallido de vidrios, y embestí de lleno al novio.

—¡DETEN ESTE FIASCO! —bramé mientras caíamos ambos al suelo enredados.

Todo se volvió a repetir.

Inspirado —o quizás ya perdido en la locura—, en mi siguiente entrada saqué una armónica polvorienta de mis bolsillos.

Al cruzar el umbral del salón, la llevé a mis labios y toqué una melodía breve y dolorosa, llena de sentimiento.

—¡MIS SENTIMIENTOS SON SINCEROS! —proclamé, con lágrimas dramáticas cayendo por mis mejillas.

Otra vez, todo retrocedió. Como si nada hubiera pasado.

No dispuesto a rendirme, ideé una nueva estrategia.

Me acerqué con aire relajado a los padrinos de la boda demoníaca. Sonreí, les ofrecí un par de bromas casuales, y en pocos minutos ya éramos prácticamente mejores amigos. Entonces, en mitad de una carcajada falsa, solté el grito:

—¡DETENGAN ESTA MIERDA!

Y como era de esperarse... todo se reinició.

Cansado, opté por un enfoque más discreto. Caminé como si nada hacia el altar, como si fuera uno más de los invitados, y me planté frente a la novia y al demonio.

—¡PIÉNSENLO BIEN! —sugerí, con una seriedad tan forzada que cualquiera notaría la desesperación detrás.

Otra repetición. Otro salto en el tiempo.

Decidido a tomar una acción más contundente, me detuve a unos pasos del altar y miré fijamente al cura demoníaco.

Éste, confundido, me dirigió una sonrisa amable.

—¿Quieres decir unas palabras, hijo?

Sin pensarlo dos veces, alcé la mano y le propiné una sonora bofetada. El eco del golpe resonó en todo el salón.

Y, por supuesto...

Todo volvió a comenzar.

Frustrado, probé una táctica nueva. Saqué una pequeña piedra de mi bolsillo, la envolví con una nota improvisada, y la lancé hacia el altar. La piedra rebotó cerca de los novios, desplegando el mensaje:

"Hola guapo! Perdón, hoy por mí, mañana por ti."

Un silencio incómodo llenó el aire. Mi rostro enrojeció instantáneamente.

Con rapidez, lancé una segunda piedra, esta vez con otra nota:

"Nota equivocada!"

Pero antes de que pudiera ver sus reacciones, el mundo volvió a reiniciarse una vez más, como si el mismísimo universo se negara a aceptar mi victoria.

Apreté los puños. No importaba cuántas veces fallara. ¡Yo, Yuzato, no me rendiría hasta salvar a mi princesa!

Ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había intentado.

En un arrebato de inspiración —o de pura desesperación—, tomé al cura demoníaco por los tobillos y, girándolo en el aire como un lazo, lo lancé directamente contra el novio.

Ambos cayeron hechos un amasijo de túnicas y cuernos.

...Repetición.

Volví a encontrarme de pie ante el altar, como si nada hubiera pasado. Esta vez, sin pensarlo dos veces, me bajé la cremallera y, con todo el desprecio del mundo, me oriné en el mismísimo centro del altar sagrado demoníaco.

...Repetición.

Sintiéndome cada vez más arrastrado por el abismo de la locura, me puse de rodillas frente a la novia, rogándole con lágrimas verdaderas en los ojos:

—¡POR FAVOR!

...Repetición.

Llegados a este punto, fueron tantos intentos, tantas estrategias absurdas, que ya ni siquiera sabía cómo declararme. Había quemado cada cartucho de mi ingenio y dignidad.

Decidí ahorrar energías.

Me encontraba ahora sentado en el suelo de mármol, con una ramita de madera entre los dedos, trazando líneas concentradamente.

—Mira, cada vez me sale mejor —murmuré, mostrando mi obra como si fuera un tesoro.

Allí, en el suelo, había dibujado mi propio retrato: musculoso, elegante, increíblemente apuesto. Tal y como era yo, obviamente.

Solo faltaba alguien a mi lado: mi chica.

Una voz impaciente resonó en mi mente:

—Yuzato... la misión...

La ignoré por completo, añadiendo detalles a mi obra maestra.

—Tranquilo, todavía no termino...

...Repetición.

Con un suspiro resignado, me levanté para buscar nuevamente mi varita improvisada. Mientras la hacía girar en mis dedos, la voz volvió, más insistente:

—La misión.

—¿Qué misión? —pregunté distraídamente, dibujando círculos en el aire.

—La boda.

Ah, cierto. La boda.

Miré el castillo a lo lejos, aquella monstruosa mole de piedra donde se decidía el destino del amor.

Me encogí de hombros.

—Meh, que sean felices. Tienen mi bendición —dije, agitando mi varita como si lanzara polvo de hadas.

Un suspiro de cansancio se oyó en mi mente.

—¿Quieres saber la penalización?

Jugueteando con la varita, solté una risita despreocupada.

—Jajaja...

De repente, como impulsado por un resorte, corrí hacia el castillo. Crucé las puertas de un salto, alcancé a la princesa con ambos brazos y la levanté en vilo.

—¡Nos vamos, mi amor!

...Repetición.

Mi grito de frustración retumbó como un trueno en todo el universo:

—¡AAAAAAAAAAAAAA!

Me encontraba otra vez afuera, otra vez en el inicio.

No aguanté más. Golpeé el suelo con ambos puños, berreando como un niño al que le habían quitado su caramelo.

—¡¿CÓMO SE SUPONE QUE ME CASE SI ME REGRESAS AL PRINCIPIO?!

La respuesta llegó serena, cruel, inevitable:

—Tú mismo lo provocas.

...

En ese momento entendí que había cruzado un umbral. Esto ya no era sólo una misión... era una guerra contra la mismísima realidad.

—¡¿QUE NO VES QUE INTENTÉ DE TODO?! —grité al cielo, con toda la furia contenida. Sentía que todo mi ser ardía de frustración—. ¡Ahora mis pequeños Yu van a sufrir por tu culpa!

(Obviamente, me refería a mis huevos).

—Ay, por Dios... —resopló el system, exasperado—. Una boda es de dos... ¿sabes?

—¿Qué? —balbuceé, detenido en seco.

La curiosidad me invadió. Con pasos temblorosos, sudando como un puerco en feria y con el corazón a punto de salírseme por la boca, caminé hacia la gran puerta de entrada. Mis manos temblaban al colocarme frente al cura.

Le di mi bendición, como si fuera un simple invitado. Mis ojos se clavaron en la novia, tragué saliva con dificultad. Luego miré al novio... y entonces, movido por un impulso incomprensible, me acerqué a él, dudoso, y tomé su mano.

—T... t... t... tu... tu...

—Agárrate los huevos, Yuzato —susurró el system.

No me detuve.

—Tu... tu... —sentí como si mi cuerpo entero se estuviera derritiendo—. Quisieras... —¡ay Dios!—... ¿quisieras casarte conmigo?

Cerré los ojos apretados, temiendo la respuesta, no por miedo a repetir el ciclo infernal, sino por el terror a enfrentar el abismo de lo desconocido.

Entonces, una voz dulce, intensa, respondió.

—¿Qué...? —levantó su mano libre hasta su mejilla, con una expresión que jamás había visto antes. Su respiración se agitó, su sonrisa se extendió de oreja a oreja, sus mejillas se encendieron como brasas vivas. Sus ojos se curvaron y, ante mi incredulidad absoluta, ¡comenzó a salivar ligeramente!

—Nadie... —susurró, con un tono entrecortado—. Nadie nunca... Nadie nunca se me había declarado de una manera tan... ¡PATÉTICA! ¡Te amo!

Quedé en estado de shock absoluto.

Con la mente a medio fundir, apenas pude murmurarle al system:

—Oye... ¿repito?

La respuesta fue inmediata, vibrante en mi mente:

MISIóN CUMPLIDA

RECOMPENSA OBTENIDA: AMOR PURO Y VERDADERO

RECOMPENSA SECUNDARIA OBTENIDA: ANILLO MALDITO

No entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero la locura no terminó ahí.

La figura frente a mí. tomó mis manos con una delicadeza estremecedora y se inclinó ligeramente hacia mí.

—Vamos... —susurró, su aliento acariciando mi piel—. Sigue humillándote... sigue mostrándome qué tan patético puedes ser...

Sus ojos brillaban, peligrosos y encantadores.

—Eres... —continuó, acariciando mi rostro con la yema de sus dedos.

Mi cerebro, ya hecho puré, reaccionó de forma automática:

—Guapo... hermoso... fuerte... increíble... —mi voz era un hilo de suspiros—. Ya lo sé...

De repente, como obra de magia, dos anillos cayeron en nuestras manos.

La escena parecía sacada de un sueño absurdo.

Con la misma ternura enfermiza, deslizó un anillo en mi dedo y dijo, con la dulzura de quien firma una sentencia:

—Eres... MI PERRA. No lo olvides.

...

Yo no sabía si debía llorar, reír, o arrodillarme de rodillas por segunda vez.

Pero una cosa era segura.

La boda... fue un éxito.

—¡Kyaaaaaa! —grité, como todo un hombre. Un hombre de verdad... que había agudizado su voz mucho más que cualquier chica linda.

—Exactamente así... —murmuró a mi oído mientras sentía su cuerpo apretarse aún más contra el mío—. Muéstrame qué tan patético puedes ser. Muéstrame cuánto puedes resistirte al amor... del príncipe más fuerte del infierno.

—¿¡El qué?! —chillé, en una voz tan alta y aguda que me sentí morir de vergüenza.

—Oh, ¿no me he presentado? —su voz era como una caricia peligrosa en mi oído.

Su cuerpo se apretaba más y más contra el mío. ¡Oye, lector! ¡Dime! ¿Dije que era el novio, verdad? ¡¿Un hombre, verdad?!

Entonces, ¿por qué su piel era tan suave?

¿Por qué su olor era tan increíblemente adictivo?

¿Por qué su mirada era tan malditamente seductora?

¿Y su cuerpo...? ¿¡POR QUÉ DIABLOS ERA TAN TENTADOR!?

Era yo el que ahora se sonrojaba más allá de toda lógica.

—Soy Raphtylf... —susurró, con esa voz que me hacía estremecer—. El príncipe demonio más fuerte de la actualidad.

—¡Kyaaaaaa! —grité de nuevo, esta vez saltando hacia atrás como si me hubiera quemado.

Ni siquiera me di cuenta de cuándo empecé a correr. Solo sabía que tenía que salir de ahí antes de que mi mente... y mi cuerpo... me traicionaran.

—¡FELICIDADES, YUZATO! —tronó el system en mi cabeza.

—¿¡Felicidades!? —corría como alma que lleva el diablo, sin atreverme a mirar atrás—. ¡PREFIERO UNA MUJER!

Mientras tanto...

Raphtylf se quedó en el altar, observándome con una expresión difícil de describir. Los invitados no dijeron nada. La chica a su lado seguía igual de tranquila, como si todo fuera lo más normal del mundo.

Él, en cambio, exhalaba como si acabara de correr un maratón. Su sonrisa no se ocultaba, sus ojos brillaban con un deseo salvaje, y su corazón —lo sentí aunque no quisiera— latía como un tambor frenético.

Sin ninguna prisa, empezó a caminar en mi dirección, tambaleante, como si cada paso fuera impulsado únicamente por su obsesión.

A nadie parecía importarle. Después de todo... ¿qué les importaba?

—¡¿QUÉ CARAJOS TE PASA?! —le grité mientras seguía huyendo desesperadamente.

El system, por su parte, ignoró por completo mi sufrimiento.

—¡Hola, hola! ¡Aquí su presentador Ultra Super Omega Plus System! ¡Dando las bendiciones al inútil de Yuzato que finalmente consiguió lo que tanto buscaba...! ¡AMOR!

¡Sintonícenos en el siguiente capítulo para seguir esta caótica comedia romántica!

—¡¿Comedia romántica mis huevos!? —rugí a los cuatro vientos.

Y así, damas y caballeros... empezó el verdadero infierno.

More Chapters