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Chapter 17 - Capítulo 17: De la Luna al Caos: Pesadillas, Chismes y Croquetas Divinas

Artemisa despertó de golpe, su respiración agitada y su cuerpo cubierto de un sudor frío. Sus manos temblaban mientras se llevaba una a la frente, intentando calmarse.

Su habitación en el templo estaba en penumbra, apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Todo estaba en calma… pero su corazón seguía latiendo con fuerza.

"Esa pesadilla de nuevo."

Se sentó en la cama, abrazando sus propias piernas mientras trataba de recuperar el aliento. No era la primera vez que soñaba con aquello. Con Antares. Con la destrucción. Con la muerte de su familia.

Siempre era lo mismo. El rugido del monstruo, la desesperación de ver a sus niñas caer una por una, la impotencia de no poder salvarlas… y luego, la oscuridad.

Sus ojos recorrieron la habitación, tratando de anclarse en la realidad, de recordar que todo eso ya había pasado. Pero el vacío en su pecho no desaparecía.

"No puedo seguir así…"

Se levantó lentamente, caminando hasta la ventana. Desde ahí, podía ver Orario en la distancia, iluminada por las luces nocturnas. Aquel lugar, tan diferente a los bosques donde vivía regularmente con su familia… Y, sin embargo, en su corazón sabía que no importaba dónde estuviera.

El peso del pasado siempre la alcanzaría.

Artemisa suspiró, apoyando la frente contra el vidrio frío de la ventana. Orario seguía brillando con su luz artificial, con aventureros deambulando incluso a esas horas. Era una ciudad que nunca dormía… y ella tampoco parecía poder hacerlo.

"Quizás debería salir a despejarme un poco."

No era la idea más prudente, pero tampoco era alguien que se quedara de brazos cruzados cuando algo la perturbaba. Se puso su otro vestido y salió de la habitación en silencio, con pasos ligeros y medidos.

Al salir de la posada, la brisa nocturna acarició su rostro, ayudándola a despejarse un poco. Caminó sin rumbo fijo, sin notar demasiado a dónde se dirigía… hasta que sus pies la llevaron a una plaza solitaria, cerca de la Torre de Babel.

Se sentó en un banco, cruzando las piernas y mirando hacia el cielo. La luna llena brillaba con intensidad, recordándole noches más tranquilas… cuando su familia aún estaba con ella.

Sin darse cuenta, sus pensamientos volvieron a la pesadilla.

El rugido de Antares.

Los gritos de sus niños.

El eco de sus propias súplicas…

Su respiración volvió a agitarse.

"No es real." Se dijo a sí misma en un murmullo, cerrando los ojos con fuerza. "Ya pasó… Todo pasó…"

Pero entonces, sintió un ruido a su lado.

Abrió los ojos rápidamente y se encontró con alguien sentado junto a ella.

Al girarse, su mirada se topó con la de…

El autor.

Sentado con total naturalidad, piernas cruzadas, comiendo una bolsa de papas fritas como si estuviera viendo una película de drama barato.

"Vaya, tremenda pesadilla que te echaste. Casi lloro."

Artemisa parpadeó, todavía en shock por su repentina aparición. "¿Qué… haces aquí?"

"Ah, solo pasaba. Vi que estabas teniendo una crisis existencial y pensé 'Hey, voy a hacerle compañía a la diosa traumada'. Ya sabes, cosas de buen samaritano."

Artemisa frunció el ceño. "¿Me estabas observando?"

"Siempre lo hago. Es más, técnicamente, en este momento, sigo observándote."

El autor le dio otro bocado a sus papas y le ofreció la bolsa. "¿Quieres?"

La diosa lo miró como si le hubiera ofrecido veneno. "No."

"Tu pérdida."

Hubo un silencio incómodo. Artemisa volvió la vista al cielo, intentando ignorar su presencia, pero el autor no parecía dispuesto a dejarla en paz.

"Así que… otra vez soñando con Antares, ¿eh?"

Artemisa se tensó. "No es asunto tuyo."

"Claro que lo es. Yo escribo esta historia, recuerdas."

Ella lo fulminó con la mirada. "Entonces deja de darme pesadillas."

El autor chasqueó la lengua. "Nah, si hiciera eso, perderías profundidad como personaje."

"¿Profundidad?" Artemisa bufó. "No necesito que alguien como tú me dé un desarrollo forzado."

"Eh, eso suena como algo que diría alguien que necesita un desarrollo forzado."

La diosa apretó los puños, claramente frustrada. Pero en lugar de seguir discutiendo, suspiró y cerró los ojos.

"… ¿Por qué siempre apareces cuando menos te necesito?"

El autor se encogió de hombros. "Porque es divertido."

Ella no respondió.

El autor la observó por unos segundos y luego sonrió con burla. "Oye, ¿quieres olvidar un rato tus problemas?"

Artemisa lo miró con desconfianza. "¿Qué estás planeando?"

"Ah, nada." El autor hizo un gesto despreocupado. "Solo pensé que podríamos hacer algo entretenido… ¿qué te parece un viajecito?"

Artemisa sintió un mal presentimiento. "Define 'viajecito'."

Antes de que pudiera decir algo más, el autor chasqueó los dedos.

Y el mundo desapareció en un destello.

Artemisa abrió los ojos y…

Silencio.

Un inmenso paisaje gris y desolado se extendía a su alrededor. El suelo polvoriento, los cráteres gigantes, la ausencia total de sonido…

Y lo más alarmante de todo:

La Tierra flotando en el cielo, enorme y brillante.

"… ¿Estamos en la Luna?"

El autor, de pie junto a ella, con una escafandra de astronauta que claramente no necesitaba, asintió con entusiasmo. "¡Así es! Bienvenida a tu dominio, diosa de la Luna."

Artemisa miró a su alrededor, incrédula. "Pero… ¿cómo estamos respirando?"

El autor hizo un gesto como si eso no tuviera importancia. "Detalles, detalles. ¿Quieres quedarte atrapada en tecnicismos o quieres disfrutar del paisaje?"

Ella se masajeó las sienas. "No puedo creer que esto esté pasando."

El autor saltó ligeramente, flotando en la baja gravedad. "¡Mira qué divertido es! Vamos, inténtalo."

Artemisa cruzó los brazos y lo miró con desaprobación. "No tengo tiempo para esto."

El autor la ignoró por completo. "Oh, oh, ¿quieres hacer algo aún más absurdo?"

"No."

"¡Vamos a plantar una bandera!"

El autor sacó de la nada una bandera con su cara dibujada, sonriendo de forma ridícula. La clavó en el suelo con exagerado dramatismo.

"En el nombre del Autor Supremo, declaro que la Luna ahora me pertenece."

Artemisa suspiró. "Eso es estúpido."

"Sí, y tú sigues aquí en lugar de largarte."

Ella entrecerró los ojos. "¿Puedo largarme?"

El autor sonrió. "No."

Un largo silencio.

"… Odio esto."

"¡JA! ¡Eso significa que está funcionando!"

Artemisa soltó un largo suspiro. Ya estaba aquí, en la Luna, con el autor, respirando sin necesidad de oxígeno y viendo cómo ese lunático (jaja bromita) plantaba una bandera con su propia cara.

Así que, por el bien de su cordura, decidió… dejarse llevar.

"Está bien, ¿qué se supone que haga?" preguntó con resignación.

El autor sonrió de oreja a oreja. "¡Buena actitud! Primero, prueba dar un salto. La gravedad aquí es menor que en la Tierra, así que puedes hacer cosas geniales."

Artemisa frunció el ceño, pero finalmente flexionó las piernas y dio un pequeño salto. Para su sorpresa, se elevó varios metros en el aire y aterrizó suavemente.

"… Bueno, esto es más divertido de lo que pensé."

El autor aplaudió. "¡Lo sabía! Ahora, siguiente actividad."

Sacó de la nada un balón de fútbol americano y se lo lanzó a Artemisa. "Vamos a jugar a lanzar el balón en baja gravedad."

Ella atrapó la pelota por instinto. "¿De verdad me trajiste aquí para esto?"

El autor se encogió de hombros. "Bueno, iba a sugerir carreras de carruajes espaciales, pero me pareció que querías algo más relajado."

Artemisa lo miró con suspicacia. "¿De dónde ibas a sacar los carruajes?"

El autor solo sonrió misteriosamente.

Ella decidió no preguntar.

En lugar de eso, miró el balón y luego la inmensidad del espacio. Se encogió de hombros y lo lanzó con fuerza. Para su sorpresa, el balón salió disparado a la velocidad de un proyectil y desapareció en el horizonte lunar.

"… Ups."

El autor asintió con aprobación. "Genial, acabas de lanzar un pase de touchdown interplanetario."

Artemisa se cruzó de brazos. "Entonces… ¿qué sigue?"

El autor chasqueó los dedos. De repente, una mesa con dos sillas apareció frente a ellos, con un juego de cartas sobre ella.

"¡Poker en la Luna!"

Artemisa arqueó una ceja. "… ¿Cómo demonios conseguiste eso?"

El autor sonrió con suficiencia. "Soy el autor. Consíderalo un 'poder lunar especial'."

Artemisa suspiró de nuevo. Definitivamente, su cordura estaba colgando de un hilo.

Artemisa se cruzó de brazos y miró sus cartas con seriedad. Nunca antes había jugado póker, pero su orgullo le impedía preguntar las reglas. Enfrente, el autor tenía una expresión que claramente decía: Estoy a punto de hacer algo estúpido y lo sabes.

"Voy con todo," dijo el autor, empujando todas sus fichas al centro de la mesa.

Artemisa lo miró con incredulidad. "Ni siquiera hemos jugado suficiente tiempo para que tengas tantas fichas."

El autor sonrió con misterio. "No subestimes mi habilidad para hacer trampa."

Artemisa suspiró. "Bien, acepto la apuesta."

El autor puso sus cartas sobre la mesa. "¡Escalera real!"

Artemisa miró sus propias cartas y frunció el ceño. "Tengo… dos pares."

El autor alzó los brazos en señal de victoria. "¡Gané! Y lo mejor de todo es que ya no estás pensando en esa pesadilla."

Artemisa parpadeó, sorprendida. Se había estado enfocando tanto en la partida que… sí, había olvidado completamente la pesadilla.

Se quedó en silencio por un momento antes de suspirar. "No sé si debería agradecerte o lanzarte fuera de la Luna."

El autor sonrió. "Puedes hacer ambas."

Artemisa parpadeó y, de un momento a otro, ya no estaba en la superficie lunar. Ahora se encontraba en su habitación de la posada, acostada en su cama como si nada hubiera pasado.

Se sentó lentamente, procesando lo sucedido. Hace unos momentos estaba en la Luna, jugando póker con el autor, y ahora… estaba de vuelta como si nada.

Miró a su alrededor, buscando alguna señal de que realmente había salido de su habitación, pero todo estaba en orden. Casi parecía un sueño.

Casi.

Porque en su mesa de noche había una baraja de cartas con el símbolo de la Luna en el dorso.

Artemisa suspiró y tomó la baraja en sus manos, girándola lentamente entre sus dedos.

"Al menos… sirvió de algo", murmuró para sí misma, sintiendo que su pecho ya no estaba tan oprimido como antes.

Se recostó de nuevo, esta vez sin que la sombra de Antares nublara su mente. Tal vez no tenía sentido, tal vez no era lógico, pero el extraño "viaje" con el autor la había distraído lo suficiente.

Acomodándose en su cama, cerró los ojos y pudo por fin dormir tranquila.

Airmid suspiró pesadamente mientras pasaba las páginas de varios de documentos. Su atención no estaba realmente en el contenido, sino en el eco persistente del caos que el autor había dejado tras su última "visita".

Habían pasado días, pero el recuerdo seguía fresco en su mente. Y no por voluntad propia. No.

Airmid masajeó sus sienes mientras miraba la pila de documentos frente a ella. Habían pasado días desde aquello, pero el problema seguía sin desaparecer.

Primero, había tenido que lidiar con Dian Cecht.

Cuando él la encontró en la clínica, vestida de novia, con el autor en traje y la marcha nupcial sonando de fondo, su reacción fue… demasiado calmada.

Eso la puso aún más nerviosa.

No levantó la voz, no la acusó de nada, ni siquiera se mostró sorprendido. Solo la miró fijamente, cruzó los brazos y esperó.

Airmid tuvo que explicarle, con la mayor serenidad posible, que no tenía ninguna intención de casarse con el autor. Que obviamente todo eso había sido obra suya y que, en cuanto desapareció, ella volvió a la normalidad.

Dian Cecht escuchó en silencio. Luego, tras unos largos segundos, solo asintió.

"Entiendo."

Airmid sintió un ligero alivio. "Entonces—"

"Debo haber hecho algo mal como dios."

El alivio murió en el acto.

Desde ese día, Dian Cecht comenzó a hacer comentarios extraños, diciendo cosas como "Si el destino quiso que esto pasara, ¿quién soy yo para negarlo?" o "Quizás en otra vida ustedes realmente estaban destinados".

Airmid casi se arrancó el cabello de la frustración.

Y si eso no fuera suficiente, los pacientes de la clínica también presenciaron el evento.

El rumor de que Airmid estaba comprometida con un misterioso hombre se esparció con una velocidad ridícula.

"¡Doctora, no sabíamos que tenía un prometido!"

"¡Felicitaciones! ¿Cuándo será la boda?"

"¡El señor de negro se veía muy apuesto!"

"¿Fue amor a primera vista?"

No importaba cuántas veces lo negara, nadie parecía convencido.

Al final, tuvo que redactar personalmente un aviso aclarando que no, no tenía ningún prometido, no, no había boda, y no, no era una tragedia romántica donde su dios la obligaba a separarse de su verdadero amor.

Pero aun así…

Airmid soltó un suspiro.

Cada vez que caminaba por la clínica, notaba a algunos pacientes susurrando y mirándola con ojos llenos de drama innecesario.

Y todo por culpa de él.

Airmid se frotó la sien con los dedos, tratando de calmar la creciente migraña que la acechaba. A pesar de toda la evidencia, de su explicación lógica y de la clara falta de un prometido real, la gente seguía susurrando.

"Escuché que su amor es prohibido porque él es demasiado poderoso…"

"Dian Cecht-sama debe haber intervenido para separarlos…"

"¿Y si la boda fue real y solo nos están ocultando la verdad?"

Airmid sintió un espasmo en el ojo.

¿Qué parte de "no me casé" era tan difícil de entender?

La guinda del pastel fue cuando una joven paciente se acercó tímidamente y le entregó una pequeña carta de amor.

"Esto… ¿qué es?" preguntó Airmid, confundida.

La chica sonrió, algo avergonzada.

"Es para su esposo. ¿Podría dársela de mi parte?"

Airmid se quedó en blanco.

"…"

"Me di cuenta de que él es el hombre de mis sueños" continuó la joven, con un leve rubor en las mejillas. "Alto, misterioso, con un traje elegante… parecía alguien que vino de otro mundo."

Airmid tragó en seco.

Sí… de otro mundo lleno de puro caos y sufrimiento…

"Asi que… si alguna vez necesita a otra esposa… ¡Por favor dígale que me tiene a mí también!"

Airmid sintió que le hervía la sangre.

Se puso de pie tan rápido que la paciente dio un brinco.

"Discúlpame un momento."

"¿Eh?"

Sin decir más, Airmid caminó hacia la ventana, la abrió de un golpe y miró al cielo nocturno.

Airmid tomó aire.

"¡¡¡AUTOOOR!!!"

La voz resonó en la clínica y probablemente en toda la ciudad.

Era un grito de pura frustración.

Un grito que, en algún rincón de Orario, seguro que hizo sonreír a cierto ser con poder absoluto.

Airmid sintió una perturbación en el aire y supo exactamente lo que estaba a punto de suceder.

Un parpadeo después, ahí estaba.

El autor, con esa sonrisa irritante, parado junto a ella como si lo hubieran invocado con un hechizo prohibido.

"¿Me llamaste, mi querida esposa?" dijo con un tono burlón, inclinándose levemente en una reverencia exagerada.

Airmid inhaló profundamente, apretando los puños.

"No. Te invoqué para destruirte."

El autor chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza con una fingida expresión de tristeza.

"Qué fría, qué cruel. Apenas han pasado unos días desde nuestra boda y ya quieres deshacerte de mí. ¿Acaso nuestros votos no significaron nada para ti?"

Airmid sintió un tic nervioso en el ojo.

"¡No hubo boda!" espetó, señalándolo con el dedo. "¡Tú tramaste todo ese espectáculo! ¡Incluso hiciste sonar la marcha nupcial en la clínica! ¡Y ahora tengo que lidiar con rumores absurdos porque la gente cree que me casé contigo!"

El autor puso una mano en el pecho, fingiendo estar ofendido.

"¿Rumores absurdos? ¿Cómo te atreves? Yo también he tenido que cargar con esta cruz."

Airmid entrecerró los ojos, sintiendo que iba a perder la paciencia.

El autor sacó una carta del bolsillo y se la mostró.

"He recibido cartas de amor dirigidas a mi persona" dijo con tono dramático. "Damas de toda Orario ahora suspiran por mí, el esposo de la gran Dea Saint."

Airmid sintió un escalofrío de horror.

"¿…Qué?"

El autor suspiró, mirando la carta con fingida nostalgia.

"Algunas de ellas están dispuestas a compartir, otras me piden que te abandone para estar con ellas…"

Levantó la vista y sonrió de oreja a oreja.

"¿Adivina qué? ¡Tengo mi propio fan club!"

Airmid se llevó una mano al rostro, sintiendo que su dignidad se desmoronaba con cada segundo que pasaba.

"…Voy a matarte."

"Y eso es lo que me gusta de ti, esposa mía. Siempre tan apasionada."

Airmid sintió que un calor peligroso se acumulaba en su pecho.

Había lidiado con pacientes moribundos, con heridas espantosas y enfermedades incurables… pero esto era otro tipo de sufrimiento.

"Deja de llamarme así" dijo con los dientes apretados.

El autor suspiró dramáticamente. "Está bien, está bien. No quiero que nuestro matrimonio se arruine tan rápido."

Airmid le lanzó una mirada que podría haber desintegrado a un hombre común.

"¡No hay matrimonio!"

El autor sonrió con picardía. "Ah, pero la gente no opina lo mismo. Y ya sabes lo que dicen… vox populi, vox dei (la voz del pueblo es la voz de Dios)."

Airmid inhaló tan profundo que casi se desmayó.

No. No podía caer en su juego.

Se masajeó las sienes, tratando de encontrar algo mínimamente lógico en la locura que estaba viviendo.

"…Solo dime qué quieres."

El autor chasqueó los dedos y, de repente, apareció sentado en una lujosa silla acolchonada, con una copa de vino en la mano.

"Solo quería verte, mi querida no-esposa" dijo, dando un sorbo elegante. "Y asegurarme de que no estés trabajando demasiado."

Airmid frunció el ceño. "Eso no te incumbe."

"Por supuesto que sí. Si te estresas demasiado, ¿quién me cuidará cuando accidentalmente termine en el hospital?"

Airmid lo miró con escepticismo. "Tienes poderes que desafían toda lógica. Dudo que necesites atención médica."

El autor giró la copa en su mano, mirándola con una sonrisa enigmática. "Uno nunca sabe… tal vez un día quiera estar en el hospital."

Airmid sintió un escalofrío.

No, no iba a morder el anzuelo.

"Si eso es todo, lárgate."

El autor dejó la copa en el aire (que flotó sola) y se puso de pie, acercándose con las manos en los bolsillos.

"Está bien, está bien, no quiero abusar de tu paciencia."

Airmid suspiró con alivio.

"Pero antes de irme…"

Ella se tensó.

El autor sacó algo de su túnica.

Airmid palideció.

No.

No podía ser.

No otra vez.

En su mano, con un brillo infernal…

Había un segundo vestido de novia.

"¿Qué te parece este modelo?" preguntó con una sonrisa angelical.

Airmid sintió que algo dentro de ella se rompía.

"¡¡¡¡LÁRGATEEEEE!!!!"

Su grito resonó por toda la clínica, haciendo que varios pacientes y médicos se asomaran con preocupación.

El autor simplemente se rió, dio una vuelta en su sitio y, con un chasquido de dedos, desapareció en un remolino de confeti.

El vestido de novia cayó inofensivamente al suelo.

Airmid se quedó jadeando, con el rostro rojo de ira, mientras varios curanderos la miraban con expresiones entre la confusión y el terror.

"…¿Está bien?" se atrevió a preguntar uno.

Airmid inhaló profundamente.

No.

No estaba bien.

Pero en ese momento, todo lo que pudo hacer fue tomar el vestido del suelo, arrugarlo con furia y lanzarlo por la ventana.

El silencio que siguió al estallido de Airmid fue breve.

Demasiado breve.

Porque al instante, la clínica de Dian Cecht se llenó de susurros y miradas indiscretas.

"¿Otra vez ese tipo raro?" murmuró una paciente mayor, moviendo la cabeza con desaprobación.

"Bueno, bueno, se veía muy apuesto" comentó una curandera más joven, con un leve sonrojo.

"¿Será que realmente hay algo entre ellos?"

"¡Eso no importa! ¿Lo importante es qué acaba de pasar?"

Airmid se masajeó las sienes, intentando contener el dolor de cabeza que ya se estaba formando.

"Ya me encargué del problema. El autor se fue. No hay nada más que decir," declaró, con la voz más firme que pudo.

Pero la paz no duró.

Uno de los pacientes—un aventurero con una venda en la cabeza—la miró con ojos entrecerrados, como si analizara algo.

"Uh… Airmid-sama…" señaló con cautela, "¿qué es eso en su cuello?"

Airmid parpadeó.

"¿Eh?"

La preocupación en los rostros de los presentes creció.

Confundida, Airmid se acercó al espejo más cercano.

Y lo que vio casi la hizo lanzar un grito.

Marcados en su piel blanca, a lo largo de su cuello y clavícula, había varios… chupetones.

Múltiples.

Claramente visibles.

Airmid sintió que la sangre le abandonaba el rostro.

"Pe-pero… ¿¡qué!?"

Trató de frotarse el cuello, pero las marcas seguían ahí.

No había ninguna razón lógica para esto.

No hizo nada.

Ni siquiera la tocaron.

La única explicación…

El autor.

Ese maldito.

Los murmullos aumentaron de volumen.

"¡¿Vieron eso?!"

"¡Lo sabía! ¡Sí pasó algo en esa boda!"

"¡Pero Airmid-sama lo niega!"

"Bueno, ¿y qué esperabas? ¿Que lo admitiera públicamente?"

"Eh… ¿creen que ahora ella esté esperando un bebé?"

"¡IDIOTA! ¡Los chupetones no hacen bebés!"

"Aunque… con el autor, quién sabe…"

Airmid sintió un temblor de furia subir por su cuerpo.

No.

No.

NO.

Su reputación ya estaba arruinada, pero esto era otro nivel.

Con el rostro rojo de una mezcla de furia, vergüenza e impotencia, Airmid volteó hacia la ventana y gritó con todas sus fuerzas:

"¡¡¡AUTOOOOOOR!!! ¡¡¡TE MALDIGO!!!"

Orario entero probablemente la escuchó.

Pero el único que rió desde algún rincón del mundo fue el mismo autor.

Freya estaba sentada en el balcón de Babel, con una copa de vino en la mano, disfrutando la vista nocturna de Orario. A su lado, como si fuera lo más normal del mundo, estaba el autor, también con una copa en la mano, aunque nadie tenía idea de dónde la había sacado.

"Así que… ¿qué se siente ser la diosa más codiciada de Orario?" preguntó el autor, apoyándose cómodamente en la baranda.

Freya sonrió con diversión. "Oh, ¿acaso quieres que te lo describa? Lo dudo, porque lo más probable es que me interrumpas con alguna locura."

El autor le hizo un brindis con la copa. "Tienes razón. Pero dime, ¿qué se siente pasar tiempo conmigo, el ser más impredecible de este mundo?"

Freya lo miró de reojo, entrecerrando los ojos con un aire juguetón. "Sorprendentemente… entretenido."

El autor puso una expresión de satisfacción. "Lo sabía. Eventualmente, todos caen bajo mi encanto."

Freya se rió suavemente, pero no negó nada.

El silencio entre ellos no era incómodo. Era como si ambos se entendieran de una forma extraña. El autor era una anomalía en Orario, alguien con poder absoluto que jugaba con la realidad a su antojo. Y Freya… bueno, ella era la diosa del amor, pero también alguien que disfrutaba lo desconocido.

"Entonces, ¿para qué me llamaste?" preguntó el autor, girando la copa en su mano.

Freya sonrió con un aire misterioso. "Oh, nada en particular. Solo quería… probar algo."

El autor levantó una ceja. "¿Probar qué?"

Freya no respondió de inmediato. Simplemente se acercó al autor y, sin previo aviso, lo besó en la mejilla.

El autor parpadeó. "¿Eh?"

Freya, con una sonrisa satisfecha, se apartó. "Curioso. No desapareciste ni hiciste alguna tontería. Parece que puedes actuar como un ser normal si te lo propones."

El autor entrecerró los ojos. "Mujer peligrosa…"

Freya rió suavemente y volvió a mirar la ciudad. "Dímelo tú."

Y así, sin más, pasaron el rato, simplemente disfrutando la noche como si fueran viejos amigos.

El autor tomó otro sorbo de su copa, apoyándose en la baranda mientras miraba el panorama nocturno de Orario.

"¿Sabes? Eres bastante agradable cuando no tienes en mente querer 'poseer' a la persona con la que hablas."

Freya arqueó una ceja con diversión. "Oh, ¿te refieres a en el sentido de 'hacerla mía' o de control absoluto sobre su destino?"

El autor sonrió. "Los dos."

Freya soltó una risa ligera y giró la copa en su mano. "Qué curioso que lo digas. Me pregunto, ¿te consideras inmune a mi encanto?"

El autor se encogió de hombros. "Soy el autor, Freya. Podría escribir un párrafo y convertirte en una fan obsesiva mía si quisiera."

La diosa lo miró con los ojos entrecerrados. "¿Y por qué no lo haces?"

El autor le devolvió la mirada con una sonrisa confiada. "Porque eso sería aburrido. Prefiero ver cómo te frustras porque no puedes hacer nada contra mí."

Freya ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo. "Hmm… entonces, ¿qué pasaría si intentara hacerte mío?"

El autor se rió. "Si me tratas como a Bell, probablemente termine con un séquito de aventureros intentando matarme."

Freya puso una mano en su mejilla, con una expresión pensativa. "Eso es cierto. Pero también significa que serías un buen trofeo."

El autor suspiró exageradamente. "Ah, Freya… y yo que pensé que estábamos teniendo una conversación madura sin que intentaras agregarme a tu colección."

Ella le sonrió. "Oh, no te preocupes. Aún no he decidido si te quiero en mi colección… todavía."

El autor la miró con una mezcla de diversión y resignación. "Diosa peligrosa."

Freya simplemente le guiñó un ojo y volvió a mirar la ciudad.

El autor suspiró, sintiendo que la conversación se estaba volviendo demasiado seria. Así que hizo lo más natural en estos casos: sacar un control remoto de la nada y apretar un botón rojo gigante.

De repente, el cielo de Orario se iluminó con fuegos artificiales… pero en lugar de figuras tradicionales, cada explosión formaba la cara del autor con un pulgar arriba.

Freya parpadeó. "¿Eso era necesario?"

El autor asintió con seriedad. "Es importante que la gente recuerde quién manda aquí."

Freya rodó los ojos, pero no pudo evitar reír un poco. "No tienes remedio."

El autor guardó el control remoto y la miró con una sonrisa. "Ahora dime la verdad, ¿en serio nunca te has enamorado de alguien sin querer poseerlo?"

Freya hizo una pausa, como si estuviera considerando la pregunta. Luego, lentamente, levantó su copa, miró al autor con una expresión seria y respondió con voz solemne:

"Me enamoré una vez… de los Jagamarukuns."

Hubo un silencio sepulcral.

El autor la miró fijamente. "Freya."

Ella tomó un sorbo de su vino, sin dejar de mirarlo.

El autor entrecerró los ojos. "Eso no cuenta."

Freya apoyó la barbilla en su mano, sonriendo. "Oh, pero sí cuenta. Su sabor… su textura crujiente por fuera y suave por dentro… no hay mortal que me haya traído tanta satisfacción."

El autor suspiró. "Bueno, al menos no es Bell."

Freya se encogió de hombros. "Bell podría aprender un par de cosas de un buen Jagamarukun."

El autor se frotó la cara con ambas manos. "Dioses, esto es peor de lo que imaginé."

Freya le guiñó un ojo. "Así que, autor, si quieres conquistarme… deberías empezar por aprender a cocinar Jagamarukuns perfectos."

El autor se quedó en silencio por un momento, mirando al horizonte con una expresión pensativa.

"…No puedo creer que este sea el camino para hacer que la diosa más peligrosa de Orario se enamore de alguien."

Freya sonrió. "Oh, cariño, siempre ha sido así."

El autor la miró fijamente por unos segundos antes de que ambos estallaran en carcajadas al mismo tiempo.

"¿En serio, Freya? ¿Jagamarukuns?"

Freya se cubrió la boca con elegancia mientras reía. "Admito que me lo tomaste demasiado en serio. Pero viendo tu cara valió la pena."

El autor negó con la cabeza, aún riendo. "Por un momento pensé que la clave para evitar la destrucción de Orario era abrir una tienda de croquetas."

Freya levantó una ceja con diversión. "Bueno, no es una mala idea. Imagínalo: 'Freya's Jagamaru Heaven'. Siempre lleno, éxito asegurado."

El autor hizo un gesto exagerado con las manos. "¡Y tú en la caja registradora, con una sonrisa amable pero con la amenaza silenciosa de muerte para quien no pague exacto!"

Freya se cruzó de brazos, sonriendo con orgullo. "Por supuesto. A mí nadie me roba."

Ambos siguieron riendo, disfrutando del momento absurdo. Por un rato, no hubo maquinaciones, no hubo planes de conquista ni locuras cósmicas. Solo una diosa y un autor riéndose como dos amigos que compartían un chiste interno.

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