Raul sujetó a Garreth y lo cargó sobre su espalda.
"Siento que tengas que hacer esto por mí..." susurró Garreth, medio consciente, cerca de su oído.
"No te preocupes, te llevaré a que te curen. Solo no te mueras todavía."
"Mnn... No llames a la mala suerte, niño" rió débilmente.
Raul apretó los dientes y, con un sprint, corrió en dirección a la salida. Debía evitar a los Spartoi en el camino y, sin la magia de vuelo, era más fácil decirlo que hacerlo. Incluso si se encontraban con un solo esqueleto, el juego acabaría para ellos.
Garreth estaba en un estado lamentable, y Raul, aun yendo con todo, no podría vencer a un monstruo de nivel 6 por sí solo.
A lo lejos, echó una mirada a su familia, que parecía haber iniciado un enfrentamiento con los monstruos. Pero, de un momento a otro, todos desaparecieron.
"¡No!" gritó a todo pulmón al notar su desaparición, temiendo lo peor. En el lugar donde antes estaba su familia, ahora solo quedaba Ainz, impasible.
Raul se detuvo en seco cuando varias miradas se posaron sobre él. Su grito había atraído la atención de los Spartoi.
Debía escapar. ¿Pero a dónde? La salida estaba sellada, y su familia lo había dejado atrás.
Entonces, una idea cruzó por su mente.
Recordaba un acceso secreto a Knossos en los primeros pisos. Si lograba colarse en la mazmorra artificial, podría librarse de sus perseguidores y buscar la ayuda de los Xenos.
....
Ais Wallenstein, la Santa de la Espada y una de las aventureras más fuertes del mundo, se vio obligada a retroceder.
Una fuerte explosión sacudió la mazmorra cuando Ainz reanudó su lucha contra el Udaeus. Aunque llamarlo batalla sería un error, pues solo podía describirse como una masacre unilateral.
La magia desplegada estaba en un nivel completamente distinto a todo lo que Ais había presenciado antes.
"¡Aria!" el grito de Revis la sacó de su asombro.
Sus espadas chocaron. La oscuridad de Avenger se mezcló con el viento de Ariel, generando una corriente lo suficientemente fuerte como para inclinar el centro de gravedad de Revis y hacerla perder el equilibrio.
Aprovechando la oportunidad, Ais balanceó su espada y, sin dudarlo, le cortó un brazo.
"Soy más fuerte que tú", repitió mientras limpiaba la sangre residual del monstruo humanoide con un abanico de la hoja.
Revis mostró una pequeña sonrisa llena de desdén. "¿Tú lo crees así?"
Su brazo se regeneró a una velocidad sorprendente, algo que Ais no esperaba. Antes de poder reaccionar, recibió un golpe directo en el estómago.
Chocaron más de cien veces en intercambios feroces, y poco a poco, Ais comenzó a perder su ventaja.
La armadura de carne de Revis estaba hecha jirones, marcada por profundos cortes que tardaban en cerrarse. Pero cada vez que Ais lograba infligirle una herida a su cuerpo, esta se regeneraba tan rápido que incluso empezó a dudar de lo que veía.
Algo estaba mal.
El monstruo humanoide no debería ser tan fuerte.
Había aumentado sus estadísticas considerablemente después del fracaso en Knossos. Debería poder dominar esta batalla, pero la realidad era muy distinta.
Fue entonces cuando notó el halo oscuro que se desbordaba del cuerpo de Revis.
Era delgado, apenas más grueso que una aguja sobre su piel, pero sin duda estaba ahí, ondeando y fluctuando. Cada vez que lograba herirla, aquella energía se movía y se acumulaba en la zona afectada, reparándola al instante.
La sensación le resultó extrañamente familiar. Y no tardó en reconocerla.
Era la misma energía oscura que, aquella mañana, había bañado toda la mazmorra, contaminando las piedras mágicas de los monstruos.
Ais frunció el ceño. No esperaba algo así. Mientras esa energía siguiera potenciándola, derrotar a Revis sería imposible.
Pero no se detuvo. Tampoco intentó huir. No le daría la espalda.
Lucharía hasta el final.
Hizo su apuesta; o Revis agotaba la energía oscura de su piedra mágica... o ella moriría.
...
Al activar el ataque automático del báculo, este quedó bajo el control de la conciencia recién nacida.
Ainz no tuvo que moverse ni lanzar ningún hechizo, limitándose únicamente a disfrutar del espectáculo, como si fueran fuegos artificiales.
Decidió llamar al báculo Gown, y parecía comprender instintivamente lo que necesitaba. Por ello, había comenzado a experimentar con sus hechizos sobre el monstruo, obteniendo una gran cantidad de información sobre los no muertos de este mundo.
Lo más importante que descubrió era que, a diferencia de los de Yggdrasil, estos no contenían naturalmente energía negativa. De hecho, esta los dañaba severamente. Además, carecían de las resistencias naturales al hielo, veneno y parálisis, pero, curiosamente, eran resistentes al atributo sagrado y divino.
Ainz casi envidió esa resistencia, pero al recordar la cantidad de debilidades que tenían, solo pudo reír.
Parecía que esta mazmorra odiaba a los dioses, al punto de crear monstruos especializados en defenderse de ellos.
Cuando estaba a punto de matarlo, Gown le daba un respiro para que pudiera regenerarse y así continuar con la experimentación.
Una vez que no quedaban más hechizos menores por probar, Ainz detuvo el suministro de MP. Creyó escuchar un pequeño gemido de descontento por parte de Gown, pero decidió ignorarlo.
Descendió desde el cielo hasta donde yacía el esqueleto destrozado de Udaeus. No temía una represalia; su estado actual era tan lamentable que sus huesos, corroídos por el veneno, se desmoronaban en una papilla espesa sobre el suelo. Y aunque lograra superar eso, la parálisis era tan efectiva que sus tristes y lentos movimientos no serían más que una molestia para él.
"Tomar corazón", entonó Ainz.
El hechizo funcionó, y vio aparecer sobre su palma el espectro de una piedra carmesí, del tamaño de una sandía.
Al igual que las piedras mágicas que había recolectado antes, esta contenía un fino hilo de energía negativa en su interior que se conectaba a él.
Llevaba mucho tiempo preguntándose sobre aquella peculiaridad, y ahora, finalmente, lo entendió.
La mazmorra le había estado robando MP desde que apareció en sus profundidades. Lo más probable era que la energía negativa no existiera en este mundo y que, al interactuar con el maná positivo, se desencadenara una transformación cualitativa.
"Sería muy interesante experimentar... También debería investigar más sobre esa fuente de MP infinito que el dios tenía sellada antes de morir. Si pudiera poner mis manos en esa energía y adoptarla... jeje..."
Solo imaginarlo era suficiente para alucinar con infinitas posibilidades.
Aceptando que ese barco ya había zarpado, Ainz intentó olvidarse del dios. Ya encontraría la oportunidad de descubrir los secretos divinos en la superficie.
Ahora, su problema era otro.
Podía arrancar directamente la piedra mágica de Udaeus y guardarla en su inventario como una gran poción de maná, o seguir adelante con otro de sus experimentos.
Tenía en mente un par de ellos que estaba impaciente por probar.
El primero consistía en usar su control sobre los no muertos, después de todo, Udaeus seguía siendo un monstruo de alto nivel, casi inmortal, con la capacidad de invocar, presumiblemente, miles de esbirros de bajo nivel.
Lo otro sería usar sabiduría oscura sobre la piedra mágica, esperando obtener alguna habilidad o magia de ella.
Antes de que pudiera decidirse, Gown tembló en su mano, enviando sus pensamientos directamente a su cabeza.
"Mnn... podría funcionar", confirmó Ainz, tras comprender lo que Gown quería transmitirle. "Es una gran idea".
¿Por qué conformarse con uno, si podía tomar los dos?
Se enfocó en Udaeus y lanzó Control de No Muertos sobre él.
Sus ojos brillaron cuando sintió cómo su mente se ramificaba. Una pequeña parte de su conciencia se dividió no solo en el jefe de la mazmorra, sino también en cada uno de sus invocaciones.
Pudo sentir, ver y controlar a cada uno de ellos. Eran él, de hecho, sus egos eran increíblemente débiles, casi inexistentes. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era el único conectado a los monstruos.
Un fuerte rugido sacudió sus pensamientos.
La oscuridad lo rodeó.
Estaba suspendido en un vacío estrellado tan inmenso que dudaba que tuviera fin. El suelo cristalino reflejaba el mundo real, mostrando su cuerpo de Overlord detenido, petrificado, aún sosteniendo la piedra mágica de Udaeus.
Como si una piedra cayera en un estanque en plena quietud, la imagen se onduló, volviéndose borrosa. Una gran sombra pareció nadar bajo ella, acercándose hasta estar frente al cristal, separándola de alcanzarlo.
Unos inmensos ojos amarillos se abrieron, penetrando en lo más profundo de su alma.
Incluso con sus sentimientos diluidos, Ainz sintió un cierto temor al verlos.
"Eres la mazmorra", dijo con voz llena de poder. No dudó ni tembló, no podía flaquear ante un jefe mundial.
No hubo respuesta, pero los ojos de aquella criatura oculta en el estanque cristalino se encogieron hasta estar a su misma altura.
La sombra cambió y se deformó hasta volverse un reflejo de él mismo, a excepción de esos ojos amarillentos y enfermos que no se apartaron de él.
"Quiero salir", habló el reflejo, copiando su misma voz para responder.
Ainz no dudó en sacar un reloj de arena de su inventario. Aún no parecía que fuera a estallar una batalla; de hecho, la criatura parecía querer hablar, pero Ainz no se acercó más, manteniéndose alerta.
Si las cosas se salían de control, lanzaría magia de supernivel para escapar de ese lugar.
"Quiero salir", repitió, dando un paso adelante y poniendo su mano sobre el cristal estrellado. "Ayúdame".
"¿Qué ganaré?" La mazmorra parecía sorprendida por su respuesta. Debió haber creído que se negaría, pues la presencia ominosa que intentaba suprimirlo se debilitó visiblemente, como si se relajara al escucharlo.
"Poder, eternidad, el mundo", respondió después de unos segundos.
Ainz no pudo negar que aquellas palabras sonaban tentadoras, pero a la vez sintió que el trato no parecía tan conveniente.
Volverse el enemigo del mundo y unirse al bando del laberinto traería más problemas de los que le gustaría. Los dioses ya eran una variable molesta a las que temía enfrentar, además de que también debía lidiar con el problema del creador.
Ainz dudó por un momento en cómo decidirse.
La mazmorra notó su indecisión, impacientándose. Presionó con fuerza el cristal, agrietándolo.
Cientos de grietas se abrieron, derrumbándose en el vacío.
"Seremos libres", dijo, estirando su mano, esperando que Ainz la recibiera.
Tras el cristal, Ainz pudo verlo con claridad. La tensión sobre su cuerpo disminuyó. Detrás de su reflejo, las sombras de 40 seres se moldearon, estirando sus manos, instándole a estrechar la mano de la mazmorra.
"Yo..." El corazón inexistente de Ainz tembló. Estiró su mano hacia su reflejo, y cuando estaba a punto de tocarlo, dijo: "Te mataré".
El reloj de arena se hizo añicos, activando Caída contra él.
Cientos de miles de runas llenaron el cielo, bailando y girando, formándose al instante gracias al objeto de pago que había utilizado.
El cielo se iluminó, esperando a que la magia de supernivel destruyera su reflejo, pero de repente, todo se desvaneció en la nada.
La magia de supernivel fue cancelada.
"...Tú no tienes poder aquí", rugió su reflejo, estirando su mano hacia el sorprendido Ainz, sujetándolo con fuerza.
Su cabeza dolió cuando un mar de pensamientos se vertió en su conciencia.
Su mente se empequeñecía poco a poco, cuando cien, doscientos, quinientos, mil años y más se vertieron como aceite, reemplazando su ego.
"¡Fuera de mi cabeza!", rugió Ainz, pero por más que lo intentaba, su existencia era reemplazada por la de la mazmorra, que comenzaba a robarle su cuerpo.
Las llamas de sus ojos se extinguieron cuando todo rastro de su yo fue suprimido.
Ainz había muerto, siendo reemplazado por la Gran Madre, o eso pensó el laberinto, hasta que perdió el control sobre su nuevo cuerpo.
Desde su abdomen, un brillo carmesí sacudió su conciencia, rompiendo sus pensamientos.
Una presencia aún más grande que la de ella se desató en el mar estrellado, cubriéndola de una intención asesina.
"¡Un mundo!" gritó, reconociendo aquella presencia que continuaba creciendo, con un terror instintivo desde su nacimiento.
Como una rata, escapó del contenedor perfecto que había tomado, sumergiéndose nuevamente en el reflejo, llena de pánico, temiendo que aquella entidad continuara su persecución en su contra.
El mundo carmesí no se desvaneció hasta que la conciencia de Ainz comenzó a reformarse. Después de todo, él era el orbe rojo de Momonga, y no permitiría que un usurpador reemplazara a su maestro.
...
No sabía si fueron días, meses o años, pero en aquella eternidad, Ainz abrió los ojos una vez más, siendo recibido por innumerables estrellas que pintaban el cielo.
Tocó su abdomen antes de sujetar su cabeza y suspirar.
Aún era Suzuki Satoru, el Overlord Momonga y el ser supremo que gobernaba Nazarick, Ainz Ooal Gown. Pero la copia de los miles de años de recuerdos fragmentados y destrozados dejados atrás por la Gran Madre lo obligaron a tomarse un momento para retomar su existencia y no perderse nuevamente en ellos.
Sin dudarlo, convocó el báculo gremial en el mar de estrellas, y sin siquiera compartir su situación con Gown, lanzó un control de amnesia modificado sobre sí mismo.
La magia encapsuló sus recuerdos originales, separando su yo de aquella vida ajena.
Soltó un gran suspiro, y las llamas rojas se formaron en sus cuencas nuevamente. "Eso estuvo cerca", susurró para sí mismo.
....