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Chapter 4 - ¡BarMan! la leyenda del golpe fantasma

Nos encontrábamos en la cima de una azotea, una de esas que tienen más óxido que barandales y más soledad que motivación en lunes por la mañana. El viento soplaba apenas, cargado del calor urbano, y ahí estaba yo: impecable, como siempre. Mi estilo natural —ese que podría cegar hasta a los mismísimos dioses si tuvieran la mala suerte de mirarme de frente— se veía mejorado por unas gafas de sol que no necesitaba, pero que gritaban “soy demasiado cool para estar sobrio”.

Mi armadura, negra como el sentido del humor de mi System, absorbía el calor como si disfrutara torturarme. Y yo, que no tenía ni una gota de intención de sudar como cerdo, me mantenía quieto, sereno... y absurdamente sexy. Sin novedades, como era de esperarse.

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!

Como si fuera un despertador cósmico que no entiende lo que significa “fin de semana”. Una notificación flotó frente a mis ojos, titilando con entusiasmo, como si tuviera algo importante que decir. Pero ya me conocía ese truco.

—Es fin de semana, no molestes —gruñí con el alma de un anciano de noventa años atrapado en el cuerpo de un joven de veintitantos sin motivación.

Sin dignarme a mirar la notificación, metí la mano en el bolsillo de mi bermuda. Los billetes salieron arrugados, sudados por el infierno térmico que era esta ciudad, y los dejé caer al suelo sin una pizca de respeto.

—Cómprese algo bonito... y quédese el cambio.

El silencio duró medio segundo. Lo suficiente para que mi falsa sensación de victoria floreciera... y muriera al instante.

—¿Un helado? —respondió la voz con un tono tan inocente que casi me hizo sentir mal. Casi.

—Un helado... y te lo metes en el...

No llegué al remate. Una ventana emergente apareció justo frente a mí, como una bofetada visual con bordes brillantes y animaciones innecesarias.

—Como decía... te lo metes en el...

La ventana se movió. Se acercó más. ¿Podía hacer eso? ¿Las ventanas flotantes tenían libre albedrío ahora?

—...cu...

Fue entonces cuando lo sentí. No fue metafórico. No fue emocional. Fue físico. Como si algo intangible decidiera aplastarme con el peso de su existencia digital. Y sí, dolió. No en el cuerpo. En el alma.

> Misión: ¡Casi le doy!

> Objetivo principal: Emborráchate y reta a cualquiera a una pelea.

> Objetivo secundario: Acertar al menos un golpe.

> Condición 1:Debes estar al borde del desmayo por alcohol.

> Condición 2: La misión fracasa si vomitas.

> Penalización: Vista mareada por seis meses.

> Título desbloqueable: BarMan

Solté un suspiro que probablemente fue más largo que mi última relación.

—¿Al borde del desmayo...? Genial. Justo lo que pedí: un intento de suicidio con etiqueta de misión secundaria.

La ventana desapareció con un "ding" burlón. Y yo me quedé ahí, en la azotea, preguntándome cuántas malas decisiones se necesitan para que tu vida empiece a parecer un videojuego mal escrito.

—¿Me estás pidiendo que me emborrache?

La pregunta salió de mis labios con la seriedad de un doctor dando un diagnóstico... solo que el paciente era yo, y el diagnóstico era “borrachera legalizada por inteligencia artificial”.

—Lo sé —respondió esa voz incorpórea y burlona—. Soy muy considerado.

Levanté mis gafas de sol con teatralidad, dejando que mis ojos se encontraran con el vacío absoluto que representaba a ese condenado System.

—¡Ya nos vamos entendiendo! —dije, mientras giraba hacia un público invisible—. ¡Niños, no hagan esto en casa!

—Tu especialidad no son los niños...

Tragué saliva. No por miedo, sino porque sabía que contestar esa clase de acusación solo le daría poder. Me levanté rápidamente y eché una mirada al suelo.

—Vamos de una vez... ¿y mis billetes?

—¿Cuáles billetes?

No dije nada más. El silencio fue mi única defensa. ¿Quién sabe de qué sería capaz esta cosa si me ponía sarcástico?

Sin perder tiempo, nos dirigimos al bar del Reino. Este lugar tiene absolutamente de todo: magia, monstruos, impuestos injustos, pero lo más importante... alcohol.

¿Los guardias? Meh. Ya me aburren. Decidí ignorarlos esta vez. Uno me miró feo, pero tengo un Máster en ignorar responsabilidades y miradas desaprobadoras.

Ah, el bar. Un lugar donde siempre, incluso a primera hora de la mañana, hay alguien más ebrio que mis esperanzas. Pero curiosamente, nunca está sucio. Supongo que eso cambiará pronto... en cuanto empiece la pelea.

Me pregunto si el cantinero tiene algún tipo de inventario mágico para reponer todo lo que se rompe cada noche. O si simplemente se resignó a la destrucción como parte del negocio.

Aunque... pensándolo bien, tal vez ignorar a los guardias no fue la mejor idea.

—¡Dos tarras de cerveza! —dije con decisión al sentarme en una mesa solitaria.

Mi pedido llegó en cuestión de segundos. ¿Qué? ¿Esperaban que apareciera una linda mesera con un vestido tradicional y voz tímida?

Yo también.

Entonces, la voz del System volvió a sonar, esta vez con un tono más ridículamente artificial que nunca.

—Al habla Ultra Super Omega Plus System!Desde que un idiota, acosador y enemigo de los niños llegó a hacer escándalo por cualquier cosa, se crearon nuevas leyes. Si no hay un guardia cerca, las mujeres no pueden trabajar. En caso de hacerlo, debe ser bajo supervisión directa de un héroe certificado. Si no, no trabajará ese día y será remunerada en contra de la voluntad del jefe o jefa correspondiente. Sin querer, el “Acosador Nocturno” le dio una ayudita a la sociedad. ¡Bravo!

Me quedé inmóvil, con la tarra en la mano, congelado entre un trago y un trauma.

—...Qué alegría vivir en una distopía que finge ser fantasía.

Estaba desparramado sobre la mesa como si la madera fuera un colchón cinco estrellas. La sonrisa estúpida que tenía se negaba a irse, y mi cara ya tenía ese color rojo radiactivo que solo el alcohol puede lograr.

—Más... alcohol... —musité, con la voz arrastrándose como si tuviera que cruzar un desierto de sobriedad.

Mi visión era borrosa, pero lo suficientemente clara como para ver los tarros vacíos frente a mí. Dos. Solo dos.

—¿En serio...? —dijo esa molesta voz mecánica mientras examinaba los tarros con desaprobación robótica—. Pensé que con uno bastaría.

Un breve silencio. Luego, con ese tono de robot con complejo de estilista, soltó:

—Toma tus gafas. Debes mantener el estilo. No tengo manos, pero espero que el cantinero esté dispuesto a sacarle más dinero a este idiota...

Levanté una mano que se movía como si estuviera intentando dirigir una orquesta de nubes, y segundos después sentí algo frío en mis dedos.

—Ah... néctar de la vida —dije con solemnidad al mirar el nuevo tarro de cerveza que apareció en mi mano como un milagro etílico.

—Tus gafas... —insistió la voz, como si eso fuera más importante que mi hígado a punto de rendirse.

Le respondí con otro trago. Otro tarro. Otra porción de olvido burbujeante.

—Espera, no se supone que tú eres el que debe hacer la misión... —se quejó el System, ya sonando más frustrado que funcional—. Me debes una.

Luego se giró —¿cómo lo hizo si no tiene cuerpo? misterio eterno— hacia el público invisible que a veces siento que nos observa y declaró con fastidio:

—Esto va a tardar un rato... En total van 23 tarros. Es un borracho en potencia.

—Más... traigan... —balbuceé con una voz que parecía arrastrarse desde el fondo de una caverna.

Una arcada se me escapó de la garganta, dramática, peligrosa, anunciando que la línea entre la misión y el vómito era más delgada que mi dignidad.

—Más...

—Ya déjalo, Yuzato... —suspiró el System, con ese tono entre lástima y resignación que solo se usa con idiotas adorables y autodestructivos.

—¿Qué...? ¿No hay más? —me levanté tembloroso, con el alma colgando de un hilo de saliva y dignidad. El mundo giraba, y no de forma poética. Más bien como una licuadora sin tapa.

—¡Maldito bar de tres centavos! ¿Necesitan dinero?! —grité con la furia de un banquero arruinado por un cajero automático.

Saqué mi billetera y empecé a contar con el juicio de un político bajo presión.

—Uno... dos... ¡al carajo! —y la arrojé al suelo como quien lanza un hechizo de ruina económica—. ¡Pongan una maldita ventana, por Dios!

Salí del bar tambaleándome, tropezando con cada paso como si el suelo me tuviera rencor.

—Yuzato —dijo el System con tono neutral, como si no estuviera presenciando una escena digna de un documental sobre autodestrucción—. La pelea.

—¿Pelea...? ¡No me retes! —gruñí, girándome hacia una dirección aleatoria con el entusiasmo de alguien que acaba de recordar que olvidó el desayuno... y la estabilidad emocional.

—Regresa al bar.

—¡Ya voy, ya voy!

Abrí la puerta de golpe, dándole una entrada digna de leyenda... o de vergüenza pública.

—¡Buenos días, puercas, aquí está su lodo! —proclamé, extendiendo los brazos como si fuera a repartir milagros—. ¿Quién tiene los... *arcada* los huevos... *otra arcada* tú contra mí... *y otra más* tiempo... dame dos... *urgh* tres segundos...

Me apoyé en la puerta con la mano temblorosa, la otra tapándome la boca, como si pudiera frenar el apocalipsis estomacal que se avecinaba. Levanté un dedo en señal de tregua.

—Ya casi... *arcada de nuevo*...

Un toque en el hombro me sacó del trance. Me giré —lentamente, como si fuera una escultura animada por error— y me encontré con el cantinero, que extendía una menta con expresión estoica.

—Para el mal olor. Vete a dormir... o a vomitar.

—Muchas gracias, señor dueño... —balbuceé con gratitud, aunque apenas recordaba cómo se usaban las palabras.

Y sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, terminé sentado en una banca en el centro de la ciudad. Justo frente a la estatua sagrada del Primer Gran Héroe. Ese héroe que seguramente jamás tuvo que ganarse su título vomitando en público.

—¿Yuzato...? —la voz del System resonó, ahora algo preocupada—. Oye, Yuzato. La misión...

Mi única respuesta fue un leve quejido, mezcla de arrepentimiento, alcohol, y lo que probablemente era el eco de una arcada fantasma.

Golpeé levemente los bolsillos de mis pantalones con la vaga esperanza de encontrar algo más que aire y decepción.

—No tengo mi billetera... —murmuré con solemnidad alcohólica—. Pídelo a mi cuenta.

Silencio. Ni un solo *bip*, ni un *ding*, ni una respuesta sarcástica. Algo no andaba bien.

Abrí los ojos apenas. Todo era borroso, como si el mundo estuviera cubierto de gelatina. Pero entonces lo vi. Ese desgraciado. Estaba ahí, frente a mí, mirándome... como si me juzgara.

—¿Qué me ves...? —espeté con la voz rota.

El muy idiota seguía ahí. Quieto. Inmutable. Como una piedra.

—¿Quieres probar a Yuzato? —me levanté lo más rápido que me lo permitió la embriaguez, tambaleándome hasta quedar frente a él—. ¿Demasiado cool como para hablar, eh...? *Urgh*... tu estilo barato...

¿Se estaba riendo de mí? ¡Lo juro por todo lo sagrado, vi cómo su expresión no cambiaba en absoluto!

—¡¿Te ríes de mí?! —lancé un puñetazo con todas mis fuerzas. Fallé. Estrepitosamente.

—Eres bueno... *arcada*... pero no más que Yuzato.

Otro golpe. Fallé. Otro. Fallé de nuevo. Me lancé con todo, con el espíritu de un borracho enloquecido y el orgullo de un héroe caído en desgracia.

Y entonces... el maldito me devolvió el golpe.

—Tienes la mano pesada... —gruñí mientras trataba de mantenerme en pie.

Señalé al cielo con toda la picardía que me quedaba.

—¡Mira! —y lancé otro puñetazo traicionero.

Fallé. Y recibí otro golpe.

Oscuridad. Caí de espaldas con una dignidad inferior a la de una cucaracha.

—Tienes... *arcada*... suerte... *arcada*...

Mi camarada —una banca de la ciudad— me sostuvo, y justo cuando pensé que ya no podía hundirme más... lo dejé todo salir.

No me refiero a los sentimientos. Me refiero a mi almuerzo, desayuno y probablemente la cena de mañana.

Olía horrible. Sabía peor. Pero, curiosamente... era cómodo. Me acurruqué ahí mismo y tomé una pequeña siesta.

La voz robótica del System volvió, con tono escandalizado.

—¿Una estatua...? ¿En serio? ¿Una estatua?

Un estruendo sonó en mi cabeza, como un gong tocado por payasos.

**¡MISIÓN CUMPLIDA!**

**TÍTULO RECIBIDO: BARMAN**

—Ah, es verdad —añadió el System—. No te mencioné la recompensa... error tuyo, Yuzato. ¿Por qué no me preguntas?

...

...

...

—Agh... hue... vo... —susurré con la poca energía que me quedaba, más allá de la vergüenza.

**RECOMPENSA OBTENIDA: HABILIDAD ÚNICA**

Me incorporé ligeramente, con la ilusión de que al fin me tocaba algo roto, legendario... algo útil.

**HABILIDAD ACTIVABLE OBTENIDA: 200% DE PROBABILIDAD DE FALLAR UN GOLPE**

...

Hubo aplausos. Con eco de televisión vieja.

—Felicidades a nuestro concursante Yuzato por obtener... —dijo el System con voz de presentador de programa barato— una habilidad inútil.

—*Aplausos.*

—Sintonícenos en el siguiente capítulo para más habilidades inútiles. Soy su anfitrión, Ultra Super Omega Plus System, y les digo...

La señal se cortó. De golpe.

Como mi dignidad.

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