Cherreads

Chapter 5 - 5) Encuentro con la aguja

Leda estaba confundida. No sabía qué había pasado ni cómo había terminado aquí. Lo último que recordaba era su combate contra aquel Tarnished... y su derrota. Luego, solo oscuridad. Un vacío profundo, hasta que una voz la llamó.

"Estoy... tan solo... por favor... alguien..."

Ese eco desgarrador la arrancó de su letargo. Reconocía aquella voz. Pertenecía a su señor, a su razón de existir.

Con todas sus fuerzas, intentó alcanzarla, aferrándose a su voluntad inquebrantable. Y entonces, sintió cómo una energía desconocida la arrastraba fuera de aquel abismo. En un instante, apareció en tierras extrañas.

Cada músculo le dolía, sus huesos pesaban como plomo y su cabeza ardía, pero nada de eso importaba. Su deber era lo único que tenía significado. Aun en su estado de debilidad extrema, sus dedos encontraron el mango de su espada, fiel compañera que había viajado con ella hasta este extremo del mundo. No caminó, se arrastró, guiada por el eco lejano de su señor.

No supo cuánto tiempo avanzó. La sensatez le habría indicado que descansara, que recuperara fuerzas antes de seguir, pero no lo hizo. Su única obsesión era seguir adelante. El paisaje que la rodeaba era ajeno, extraño, incluso antinatural, pero nada de eso la detendría. No importaba dónde estuviera; salvaría a su amado Miquella... aunque le costara la vida.

Día y noche, con apenas descanso y alimentándose de lo poco que encontraba, su férrea determinación la sostuvo. Con el tiempo, la debilidad de su cuerpo disminuyó, pero la falta de descanso seguía cobrándole un alto precio. Aun así, continuó... hasta que por fin llegó.

Para entonces, sus pies se movían por inercia y su vista era borrosa. Pero cuando presenció lo que sucedía frente a ella, toda la energía que no tenía explotó junto con su furia.

Su señor, su dulce Miquella, de rodillas, a punto de ser profanado...

Todo su mundo se tornó rojo. No vio hombres, sino bestias indignas de respirar el mismo aire que su dios. Desgraciadamente, en su estado actual, no podía concederles un destino peor que la muerte. Solo pudo darles el único castigo que su espada les permitía.

Uno por uno, los exterminó. Primero, aquellos que habían osado tocarlo. Luego, a todos los demás. No estaba en su mejor momento, pero la masacre terminó demasiado rápido. Para cuando el último cuerpo cayó, la sobrecarga de su propio poder la reclamó.

Ni siquiera tuvo la oportunidad de ver el rostro que tanto anhelaba. Todo se volvió negro una vez más.

En su mente, aceptó su destino. Había cumplido su misión. Si ahora debía desvanecerse en el vacío, lo haría feliz. Pero no fue así.

Horas después, volvió a sentir el peso de su cuerpo. No estaba muerta.

Entre la penumbra de su conciencia, percibió algo: un tarareo suave, una melodía simple pero hipnótica. Y luego, una sensación cálida... Unas manos delicadas acariciaban su cabello, peinándolo con ternura.

Se sintió segura, protegida, como una niña acunada por su madre. Como si hubiera despertado en el paraíso.

Si aquello era un sueño, no quería despertar jamás.

Con el tiempo, Leda abrió lentamente los ojos. Lo primero que vio fue a su señor, mirándola con aquella expresión amable y maternal mientras tarareaba suavemente. Por un instante, creyó que seguía soñando. No podía haber un momento más feliz en su vida. Pero, a medida que la imagen se volvía más nítida, comprendió que no era un sueño.

Su casco había sido retirado y yacía sobre la hierba, con la cabeza descansando en los pequeños muslos de Miquella, quien continuaba acariciándole el cabello con ternura.

El impacto de la realidad la golpeó como un trueno. Leda se incorporó de inmediato, pero el mareo la azotó, amenazando con hacerla caer de nuevo. Aun así, forzó su cuerpo a moverse y se arrodilló con firmeza frente a su señor.

"Needle Knight Leda se presenta ante su majestad" declaró con el tono más serio y respetuoso que su debilitado estado le permitió.

Miquella la observó con dulzura y negó suavemente con la cabeza.

"No tenías que levantarte tan bruscamente, aún no te has recuperado" dijo con amabilidad. "Tienes fiebre... ¿No quieres descansar un poco más? No quiero que te pase nada. Puedes quedarte sobre mis piernas un rato más, si así lo deseas."

Leda se quedó completamente inmóvil.

Algo en la voz de Miquella era distinto. No en el sonido en sí, sino en el tono, en la forma en que hablaba. Había un matiz diferente, una cercanía que nunca antes había sentido. Levantó la mirada y encontró sus ojos: seguían siendo amables, pero de una manera nueva, de una forma que desarmaba toda la seriedad que ella intentaba mantener. Su corazón se agitó con una fuerza desconocida.

"No, mi señor... Estoy bien" respondió con nerviosismo. "Gracias por su amabilidad."

Mientras hablaba, una sensación extraña se asentó en su pecho. El Miquella que tenía frente a ella parecía haber perdido un ápice de su majestuosidad... pero, a cambio, había ganado una cercanía que la hacía sentir vulnerable.

"Bien..." susurró Miquella.

Se levantó con gracia y se acercó a Leda.

Ella se tensó, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de su cuerpo. Pero, antes de que pudiera reaccionar, Miquella se inclinó sobre ella y la envolvió en un abrazo inesperado.

Leda quedó petrificada.

"Estoy muy feliz de que estés aquí... Ya no estoy solo."(Miq.)

Su voz se quebró en un susurro, y pequeñas lágrimas rodaron por sus mejillas.

El corazón de Leda pareció detenerse. Durante un instante, su mente quedó en blanco. Luego, casi por instinto, sus brazos se movieron y le devolvieron el abrazo. No sabía qué estaba pasando, dónde estaba ni qué había ocurrido, pero en ese momento nada de eso importaba.

Lo único que tenía significado en esta vida, y en cualquier otra, era servir a Miquella.

Y asegurarse de que nunca volviera a sentirse solo.

Nunca más.

El caballero y su señor permanecieron abrazados durante largos minutos. Cuando finalmente se separaron, Leda vio el rostro de Miquella marcado por lágrimas. Su corazón se rompió en mil pedazos.

Entonces, miró los cadáveres esparcidos por el suelo.

Su ira se avivó como una hoguera alimentada por aceite. Si aún quedaba odio en su interior, se multiplicó a niveles inimaginables.

Ellos le habían hecho llorar... y si aún estuvieran vivos, ella les haria desear lo contrario.

Miquella se sentó sobre uno de los cuerpos, su mirada fija en Leda. La analizaba con calma, como si estuviera estudiando cada detalle de su existencia en este mundo.

"¿Sabes dónde estamos?" preguntó con voz serena.

"No, mi señor… lo siento" respondió ella, su voz teñida de tristeza al darse cuenta de que Miquella tampoco parecía conocer este lugar. "Lo último que recuerdo es intentar detener el avance de uno de los siervos del Erdtree… y fallar… fallarle…" Su expresión se ensombreció, su pecho oprimido por la culpa. "Luego… todo fue oscuridad, hasta que escuché su voz. La seguí y… aparecí en medio de un campo."

Miquella murmuró pensativo mientras jugueteaba con su anillo, su mirada distante.

"Lo siento mucho, mi señor… le fallé… No pudo alcanzar la divinidad por mi culpa" Leda cayó de rodillas, las lágrimas rodando por su rostro.

Comprendía lo que había ocurrido: los planes de su señor habían fracasado por culpa de ese impío. Ya no podía sentir el poder resplandeciente de Miquella, y ahora ambos estaban varados en una tierra desconocida. En su mente, su fracaso significaba que Miquella había perdido su poder, que había sido desterrado de su mundo. Todo… por su culpa.

"Levántate. No fue tu culpa" ordenó con firmeza.

Leda obedeció de inmediato, alzando la mirada hacia él. Sus ojos no reflejaban enojo ni recriminación, y eso solo hacía que la culpa dentro de ella doliera aún más.

"Si yo hubiera… usted y el señor Radahn…"(Leda)

"¡Calla!" La voz de Miquella retumbó como un trueno.

Leda se estremeció y quedó en silencio al instante.

"Solo…" Miquella se llevó una mano a la sien, exhalando con frustración. "Solo no menciones a Radahn. No quiero recordarlo…"

Había algo en su tono, en la manera en que pronunciaba ese nombre, que era diferente. No era simplemente un rechazo; era asco, una repulsión profunda que parecía haber echado raíces en su ser. Y en cierto modo lo era, ya que de los dos seres que componen al actual Miquella, uno deseaba a Radahn como consorte, mientras que el otro, con gustos diferentes, le despreciaba, y rechazaba esa idea por completo, hasta el punto de que esta última parte prevaleció en este aspecto.

"Sí, mi señor" respondió con urgencia al notar su descontento.

"Mira… no fue tu culpa. Fue mía." (Miq.)

Leda abrió los ojos con sorpresa, a punto de protestar, pero él continuó antes de que pudiera hacerlo.

"De verdad. Fui un estúpido. Tomé pésimas decisiones, aunque no quieras creerlo. El camino que elegí estaba condenado desde el principio… solo me habría llevado a perderlo todo. Y Radahn… Radahn nunca fue la opción correcta."(Miq.)

A Leda le costaba procesar lo que escuchaba. Siempre había seguido a Miquella con la certeza de que su señor conocía el destino al que se dirigía, de que todo lo que hacía tenía un propósito. ¿Y ahora decía que había estado equivocado? ¿Que sus planes habían sido en vano? Pero… ella no era más que su caballera. Si la amable Miquella lo decía, solo podía aceptarlo… aunque su fe permanecía intacta.

"Soy afortunada…" murmuró de repente, con una sonrisa.

"¿Por qué lo dices?"preguntó él, intrigado.

"Aunque me cueste creerlo, dice que falló… que el camino era el equivocado" sus ojos brillaron con fervor. "Pero ahora estamos aquí. Estoy viva para servirle otra vez, para presenciar cómo elige el camino correcto. Se me ha concedido una segunda oportunidad para verlo alzarse como el dios verdadero."

Miquella la observó en silencio por un instante.

"Mmm… quizás…" musitó, sin convicción. "Pero incluso si lo intentara, no estoy seguro de no elegir el camino equivocado otra vez." Alzó la mirada al cielo, indiferente.

"No lo hará. Usted es Miquella el Amable. No fallará."(Leda)

"De todas formas… no sé si quiero seguir con ese objetivo."(Miq.)

"¿Q-qué?" Leda titubeó, desconcertada.

"Ser un dios… ¿es eso lo que quiero?" levantó una mano y cerró los dedos en el aire, como si intentara atrapar algo intangible. "¿Es ese mi destino?"

"No… no le entiendo, mi señor" admitió Leda, con auténtica confusión. Se esforzaba por comprender, pero las palabras de su señor se deslizaban entre sus pensamientos sin encontrar forma.

"Este no es nuestro mundo. No son las Tierras Intermedias, ni las Tierras Sombrías… nada de eso. Este lugar es completamente distinto, ajeno a todo lo que alguna vez nos gobernó."(Miq.)

Leda miró a su alrededor y tuvo que aceptar que tenía razón. A lo largo de su viaje, había notado diferencias sutiles, pero presentes. Aunque no podía confirmarlo del todo, sentía que era verdad.

" Ya no soy Miquella el Amable. Ya no soy un Empíreo, ni un dios… solo soy Miquella. Y en este mundo… no tengo por qué perseguir la divinidad. No la necesito." Hizo una pausa, como si dudara de sus propias palabras. "Lo único que quiero es…" murmuró, como si la idea apenas estuviera naciendo dentro de él. "¿Ser feliz…?"

"Si ese es su deseo, mi señor, entonces yo…" Leda se irguió con determinación, lista para recibir sus órdenes.

"Leda." (Miq.)

"Sí, mi señor" respondió de inmediato, tomando una postura firme.

Miquella la miró directamente a los ojos.

"Ya no necesitas ser mi caballera."(Miq.)

"¡¿Qué?!" exclamó Leda, sintiendo cómo el mundo entero se tambaleaba bajo sus pies.

"La Orden Dorada ya no existe, ni el Erdtree, ni el Haligtree. No quedan dioses exteriores disputándose la posesión de nuestro mundo... o al menos eso espero. Ahora no tengo un propósito fijo, hay tantas posibilidades..." Miquella hizo una pausa, su mirada se posó en Leda con una extraña ternura. "Y lo mismo va para ti, mi antigua caballera. Estás en tu derecho de decidir tu camino, de hacer lo que quieras en este nuevo mundo. Esta es tu segunda oportunidad." Sonrió suavemente mientras acariciaba su anillo. "Ve y haz tu vida..."

Leda reaccionó de inmediato. "No, mi señor." Su voz fue firme, casi desesperada. "Por favor, no me eche."

"No lo estoy haciendo." Miquella negó con la cabeza y apoyó una mano sobre su armadura. "Solo digo que ahora puedes elegir un camino diferente, igual que yo."

"Mi único camino siempre ha sido seguirlo, ayudarlo a cumplir su destino." Leda sostuvo su mirada con determinación. "Sé que, aunque ahora dude o no quiera verlo, llegará lejos, más lejos que cualquiera. Se convertirá en el dios que el mundo necesita. Ya sea en nuestra tierra o en cualquier otra, usted traerá la felicidad... Mi felicidad. Y yo derramaré hasta la última gota de mi sangre para ayudarlo a lograrlo."

Miquella suspiró, su expresión se tornó más serena. Lentamente, llevó una mano al rostro de Leda y lo sostuvo con delicadeza.

"Leda... ya no soy el mismo de antes." Su tono era un susurro. "Ya no tengo el poder que una vez poseí. No soy distinto de un niño normal... Débil, indefenso."

"No me importa." Leda cerró los ojos un instante, como si grabara en su mente aquel contacto. "Precisamente por eso es mi deber acompañarle. Debo protegerlo hasta que recupere su fuerza y después servirle como siempre lo he hecho." Su voz tembló levemente, pero su convicción era inquebrantable.

Miquella la observó en silencio. Luego, con la misma dulzura de siempre, se inclinó y depositó un suave beso en su mejilla.

Leda sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Aquello era... desconcertante. Pero intentó mantenerse firme, aunque su mente divagaba entre la confusión y la devoción.

Sin embargo, su desconcierto aumentó cuando vio a Miquella arrodillarse y comenzar a revisar los cadáveres a su alrededor.

"¿Q-qué está haciendo, mi señor?" preguntó, titubeante.

"Saqueo..." respondió él con naturalidad, sacando unas monedas de entre las ropas de un cuerpo y examinándolas con curiosidad. Su rostro se iluminó con una leve sonrisa.

"¡Mi señor, no puede hacer eso!" exclamó Leda, sobresaltada.

"Necesitamos dinero." Miquella se encogió de hombros, como si su acción fuera la cosa más normal del mundo. "No tenemos nada en este mundo. Ya están muertos, no veo nada de malo en tomar lo que dejaron atrás."

"Eso no..." Leda apartó la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. "Usted no debería... no debe ensuciarse las manos con algo así."

"Pero necesitamos todo lo que podamos reunir hasta establecernos." Su tono era calmado, casi inocente, aunque involuntario.

Finalmente, Leda sujetó la mano de Miquella, alejándolo del cadáver.

"Entonces déjeme hacerlo yo."(Leda).

Sin decir nada más, se arrodilló y comenzó a revisar los cuerpos con manos temblorosas debido al cansancio.

Miquella la observó desde un lado, su rostro sereno, impasible. Pero en su mente, los pensamientos se arremolinaban sin descanso. Sobre ella. Sobre él mismo. Sobre todo lo que había cambiado.

Cuando Leda terminó, no había conseguido mucho, aunque tampoco podía saberlo con certeza, pues desconocía el valor de la moneda local. Estaba a punto de mostrarle a Miquella lo obtenido, pero se sorprendió cuando este simplemente tomó su mano y la llevó fuera del bosque, sin darle la menor importancia al dinero que ahora cargaba.

Mientras caminaban, Miquella le habló con entusiasmo sobre todo lo que había descubierto de aquel lugar: su historia, sus peculiaridades... La emoción casi infantil con la que narraba contrastaba con la expresión de Leda, que se tornaba cada vez más sombría. A pesar de no haberse recuperado del todo, la rabia le hervía en la sangre, dándole ganas de regresar y cortar más cabezas. Pero al ver a su señor comportarse como un niño emocionado mientras la guiaba a su refugio, no pudo pensar en nada más.

Miquella planeaba que ambos descansaran antes de continuar su viaje. Durante la noche anterior, mientras dormía, algunos recuerdos emergieron de forma extraña...

'Rhudaur.... Rhudaur... Rhudaur... Cardolan.... Arthedain... agmar... Trolls, Snow Trolls, Hill Trolls ,Thrall Masters... ¡¡¡The Witch-king!!!'

No podía llamarlo una visión, ni siquiera un recuerdo claro, pero aquellas palabras resonaban en su mente. Le resultaban familiares. Eran nombres que conocía bien… pertenecían a un videojuego que solía jugar en su vida anterior, en particular a la expansión de la segunda entrega.

Miquella no estaba seguro de si sus pensamientos tenían sentido. ¿Realmente estaba en el mundo que creía? Era algo fácil de comprobar: bastaría con hacer unas cuantas preguntas y confirmar algunos nombres. Pero eso podría esperar. Primero, debían descansar. Leda apenas se mantenía en pie y, sin ella en plena forma, salir era demasiado arriesgado.cuando entraron a la casa, miquella se vio atrapado en el abrazo de brea quien parecia tan asustada y nerviosa que no noto a leda y solo tenia a miquella en sus ojos.

Al cruzar el umbral de la casa de Brea, Miquella apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de verse atrapado en un fuerte abrazo. Brea lo estrechó contra su pecho con tal desesperación que no notó la presencia de Leda, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor.

"¡Mi pequeño! ¿Cómo osas escaparte? Me tenías tan preocupada... pensé que te había perdido" dijo, apretando la cabeza de Miquella contra su pecho. "Nunca vuelvas a salir sin avisarme. Es peligroso allá afuera… solo mami puede mantenerte a salvo."

Miquella permaneció inmóvil, sintiendo la calidez de su abrazo y la genuina preocupación que emanaba de ella. Sin embargo, la situación cambió en un instante.

Miquella permaneció inmóvil, absorto en el profundo amor y la preocupación que irradiaba Brea, hasta que ella, sin romper el abrazo, deslizó una mano hacia sus zonas íntimas, intentando repetir sus acciones anteriores. Quizás una demostración de dominio, pero la acción quedó inconclusa.

Un líquido caliente salpicó el rostro de Miquella.

Confundido, parpadeó. Algo pesado cayó sobre él. Levantó la mirada y vio cómo Brea tosía sangre, su boca abierta en un ahogado quejido. Bajando la vista, encontró la punta de una espada atravesando su pecho.

"Perra maldita… ¿cómo osas siquiera pensar en tocar a mi señor?" escupió Leda con rabia, retorciendo la espada dentro del cuerpo de la mujer.

El grito de dolor de Brea fue breve. La muerte, inmediata.

El cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo. Miquella, con el rostro manchado de sangre, la miró sin expresión. Leda, con la respiración agitada y los ojos aún encendidos de furia, mantenía la guardia alta.

"Leda... mataste a Brea" comentó Miquella con calma.

"Lo siento, mi señor… pero ella quería…" Leda apretó los puños, aún indignada, pero luego cayó de rodillas con culpa. "No podía permitirlo. Castígueme como crea conveniente."

Miquella suspiró por la mujer con inclinaciónes perversas que le había cuidado.

"Está bien… Solo, no mates indiscriminadamente si no es necesario. Podrías complicar las cosas." (Miq.)

Leda bajó la cabeza, pero no dijo nada.

"Hay algo de comida en la casa. También busca todo lo de valor. Comeremos y descansaremos por hoy. Mañana preguntaremos por ahí… y si mis suposiciones son correctas, partiremos."(Miq.)

"Como usted ordene, mi señor" respondió Leda con firmeza.

Miquella, sin más, tomó la ropa de Brea y se limpió la sangre del rostro, sin expresión alguna en su mirada.

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