Susurré con la voz más baja que pude, apenas audible, como si el simple acto de pronunciar palabras pudiera invocar al ser que intento evitar.
—Bien... ahora que ese maldito system no está escuchando, déjame continuar.
Eché una mirada a mi alrededor, paranoico. El silencio era sospechoso, como si el aire mismo contuviera la respiración esperando la siguiente estupidez del universo.
—Te lo mencioné antes, ¿cierto? Los héroes... están en el infierno.
Sentí cómo mis palabras se impregnaban de gravedad, como si cada sílaba pesara una tonelada.
—Y resulta que fueron enviados allá porque, según los sabios viejos de túnicas largas y barbas kilométricas, el equilibrio del universo está en juego. Un día todo estaba tranquilo, y al siguiente, ¡bam! Paisajes enteros colapsaron, terremotos por doquier, volcanes en erupción... una fiesta de destrucción digna de los peores clichés.
Me incliné un poco más hacia delante, apenas respirando.
—Y lo peor... es que la verdadera razón es tan mística, tan prohibida... que solo nombrarla ya es un riesgo para la existencia.
Una notificación mental me cortó el hilo de pensamiento. Una voz chillona y artificial irrumpió con toda la sutileza de un ladrillo lanzado por la ventana.
—Nació un bebé demonio que tiene el poder de destruir el universo.
Hubo una pausa dramática.
—Ahora los héroes se convertirán en asesinos de bebés... vaya “héroes”.
Rodé los ojos con tanta fuerza que casi vi mi propio cerebro.
—Sí, y como el puente entre el infierno y la tierra se debilitó, no hay garantía de que los demonios no crucen hacia este mundo. ¿Entiendes lo que eso significa?
Pero no hubo respuesta inmediata. En lugar de ello, esa voz volvió, con su tono burlón y predecible.
—Lo sabremos al finalizar el volumen uno de esta novela... si el autor no nos deja en hiatus.
—¿Quién?
No hubo aclaración. En su lugar, otro anuncio mental brilló en mi visión como si fuera la gran revelación del día.
—Rápido, rápido. Tu nuevo papi te espera.
Y entonces, como si se tratara de una broma cósmica, apareció la siguiente misión:
Misión: Haz que el rey te reconozca como su hijo perdido.
Objetivo secundario: Pártele la cara al rey.
Recompensa: Identidad real, acceso al castillo, baño caliente.
Recompensa secundaria: Llave dorada.
Penalización: Ejecución por traición.
...Y así comienza otro glorioso capítulo de mi vida absurda.
Apenas leí las palabras “llave dorada”, todo lo demás dejó de importar. ¿El rey? ¿Traición? ¿Ejecución? Bah.
—¡LO TOMO!
El system chilló de emoción como si acabara de ver a su waifu cobrar vida en 4K.
—¡Así se habla!
No perdí el tiempo. Me lancé hacia la entrada del castillo como si se tratara del paraíso mismo. Era gigantesca, más alta que cualquier edificio que hubiera visto antes. Tan colosal que parecía haber sido tallada en una montaña viva. La luz del sol rebotaba sobre sus muros blancos y dorados, haciendo que cada rincón reluciera como si estuviera ante las puertas del cielo... o de un banco imperial con problemas de autoestima.
—El rey debe tener un problemita ahí abajo... —murmuró el system con tono burlón— Puerco desgraciado, ahí se van todos nuestros impuestos.
Decidí hacer lo que mejor sé: ignorarlo.
—Buenos días~ —saludé con la mejor de mis sonrisas, levantando una mano con la ligereza de quien no planea una traición estatal.
Uno de los guardias, con armadura reluciente y una cara que gritaba “no me pagan lo suficiente”, extendió una lanza hacia mí.
—¡Alto! Tenemos órdenes de no dejar pasar al acosador del reino.
Parpadeé, fingiendo ofensa y sorpresa con una habilidad digna de premio.
—¿Quién, yo? Revisa bien esos ojos. No soy yo.
—¿Seguro?
Llevé una mano al pecho, indignado.
—Me ofendes al preguntar.
—Me ofendes al pensar que eso funcionará —añadió el system con sarcasmo seco.
El guardia se quedó en silencio por un par de segundos... luego bajó la lanza.
—De acuerdo. Puede pasar.
¿Eh? ¿En serio?
Levanté mi mano derecha y con la izquierda la señalé dramáticamente. El guardia, confundido pero comprometido con la coreografía, levantó la suya también. Mientras pasaba junto a él, choqué los cinco con un estilo tan natural que el viento mismo quiso aplaudirme.
Maldita sea, cargo con mucho estilo. Me pregunto si me veré muy altanero con tanto estilo.
—Espera... ¿es en serio? —El system parecía no creerlo.
—Tengo encanto natural, mi amor.
Avancé por el largo pasillo interior, cubierto por una alfombra roja que parecía no tener fin. A cada lado, columnas de cuarzo blanco, vitrales de cristal tallado y decoraciones que gritaban “tenemos demasiado dinero y cero sentido del gusto”. Había tanto lujo innecesario que sentí que estaba dentro del cofre de botín de un jefe final.
—Ya decía yo que el rey era un completo inútil... —refunfuñó el system— Viendo a sus guardias, no me sorprende que los héroes tengan tanta presencia. Esto es una tragicomedia de seguridad nacional.
Y yo, caminando como si fuera el legítimo heredero del drama, no podía evitar sonreír.
Después de lo que parecieron días—pero según el reloj solo fueron horas, HORAS enteras—deambulado por un castillo tan innecesariamente enorme que tenía más pasillos que lógica arquitectónica, por fin lo encontré. Ahí estaba, el rey, sentado con la espalda perfectamente recta en su trono dorado, como si me hubiera estado esperando desde el capítulo anterior.
Se quedó mirándome con esa mirada de “estoy evaluando tu existencia” que solo los nobles pueden dominar.
—¿Eres un héroe?
Abrí la boca. Estaba a punto de responder con toda sinceridad. "No", iba a decir. Hasta que una ventanita familiar apareció frente a mí, brillando como una alarma de sarcasmo.
—Dile que sí. El muy idiota es capaz de creerte incluso si le dices que eres un perro callejero.
Tragué saliva. Hice mi mejor reverencia, una que decía “soy educado pero probablemente mentiroso”.
—Sí, su majestad.
Sus ojos se iluminaron como si acabara de ganar la lotería emocional.
—¡Bienvenido, héroe! ¿Qué necesitas de mí?
Me quedé en blanco.
—Pues… no tengo idea.
El rey frunció el ceño, claramente confundido.
—¿Entonces por qué estás aquí?
Lo miré con genuino impacto. La pregunta... era magnífica. Casi poética.
—Buena pregunta… —murmuré, girando lentamente hacia el vacío, o mejor dicho, hacia el idiota digital en mi cabeza—. Oye, en serio, es una muy buena pregunta. ¿Cómo se supone que vamos a convencerlo?
—Horas, Yuzato. Caminaste por horas y no pensaste en NADA.
—¡Me ofendes! Pensé muchas cosas, por ejemplo… quitar esos retratos espantosos. ¿Los viste? ¿Quién se retrata a otro cazando un pato con una rosa en la boca? Además, la chica del pueblo me llamó “monstruo”… ¿y mi pobre corazoncito qué?
—Solo díselo... y ya. No tiene mucha ciencia.
Inspiré profundo. Levanté un poco la voz, con la convicción de alguien que no ha planeado absolutamente nada.
—¡SOY SU HIJO!
Hubo un silencio tan espeso que casi podía oír el eco de mi propia estupidez rebotando por las paredes de mármol.
El rey se levantó de golpe, su rostro pálido y los ojos a punto de salirse de las órbitas.
—¿¡QUÉ!?
Y así, damas y caballeros, es como declaré mi linaje real sin pruebas, sin contexto, y con toda la dignidad que me quedaba… que era poca.
—Así es… padre, he vuelto. Y ahora… ahora por fin podremos recuperar el tiempo perdido.
Extendí los brazos como si esperara un abrazo familiar, épico, quizás con un par de violines de fondo. Pero el rey no se movió. En lugar de eso, frunció el ceño como si le hubiera arrojado una pizza congelada a la cara.
—Tú… ¿cómo te llamas?
—Yuzato Hyraga… padre.
Un largo silencio cayó sobre la sala del trono. Pude oír un pájaro volar en alguna parte. O tal vez fue un pedazo de mi dignidad escapando por la ventana.
—Imposible —soltó al fin, con tono seco—. Jovencito, llevo años asegurándome de que no puedo tener hijos.
Giró hacia un lado con total calma, levantando una mano.
—Guardia. Enciérrenlo y revisen sus bolsillos.
Ni siquiera opuso resistencia. ¿Quién tenía ese nivel de eficiencia emocional? ¿¡Quién!?
Mientras me arrastraban, lancé una mirada fulminante al system. Ese maldito cuadro flotante no tenía rostro, pero juro que si lo tuviera, se estaría burlando de mí con una sonrisa de anuncio de dentífrico.
—En mi defensa... yo no fui el idiota que no pensó un plan.
En el calabozo.
Las paredes frías de piedra apenas devolvían el eco de mi dignidad. Sentado en un rincón oscuro, saqué la vieja armónica que milagrosamente sobrevivió al cacheo. La apoyé en los labios y comencé a tocar, marcando el ritmo con el pie.
—Maldito system~ —una nota triste de armónica— Bueno para nada~ —otra nota— Me recontra cagué~
—Métete tu canción por el...
—Ya en serio. ¿Cómo salimos de aquí?
—¿Cómo sales tú? —la voz del system sonó con un fastidio casi existencial— Yo soy un espíritu libre.
—Maldito system~ —la canción continuó, con un tono más dramático y teatral que antes.
Hubo una pausa. El system tardó un momento antes de hablar, esta vez con tono sombrío.
—¿Recuerdas la penalización?
—¿Qué cosa?
—¿Leíste la misión?
—Tal vez sí… tal vez no… Oye, ¿te conté la vez que miré a una chica por diez minutos y me regalaron esta armónica?
Nada. Silencio.
Una ventanilla emergente apareció frente a mí. Vacía. Sin texto, sin advertencias. Solo un cuadro en blanco que flotaba con juicio puro y absoluto.
Era su forma de decir: Estás solo en esto. Tú y tu idiotez.
Y aún así, seguí tocando. Porque si iba a morir, que fuera con estilo. Y con armónica.
—¿Puedes mostrarme la misión?
La ventanilla apareció frente a mí con un elegante plop. Leí. Esta vez con la seriedad que debería haber tenido hace horas. Mis ojos recorrieron cada línea, cada palabra… y cuando terminé, me quedé en silencio.
—Oh...
Mis manos se cerraron en los barrotes con fuerza, como si quisiera estrangularlos. Mi garganta se abrió en un grito desesperado que rebotó por todo el calabozo:
—¡REY! ¡LE PIDO PIEDAD! ¡POR FAVOR, PIEDAD A ESTE GRAN IDIOTA!
Pasos apresurados se acercaron. Un guardia asomó la cabeza con expresión de lástima mezclada con resignación.
—El rey pidió hablar contigo.
—¡Gracias, dioses! ¡Les juro poner más atención a esta cosa flotante con problemas de actitud!
Sala del Trono. Nuevamente.
El rey me miraba con la misma expresión que uno le da a una cucaracha que habla.
—Bien. A todo esto... ¿quién eres?
Me rasqué la cabeza.
—¿Un héroe?
Soltó un suspiro de mil kilos de decepción.
—¿Otro? ¿Cuántos de ustedes hay? ¿Por qué no simplemente se llaman "persona común"?
Desde un costado, el guardia que me traicionó moralmente intervino:
—Dijo ser su hijo.
—Yo no puedo tener hijos, —repitió el rey con una paciencia agonizante.
—Usa tu encanto "NATURAL", Yuzato... Perdón, "HÉROE", soltó el system con veneno pasivo-agresivo.
Reí. Nerviosamente. Como quien está a punto de morir pero no quiere parecer dramático.
—Sobre eso… fui una bala perdida.
—Ni siquiera me molesté en decir algo, murmuró el system, dejándome a mi suerte.
El rey arqueó una ceja.
—¿De dónde?
La respuesta brotó antes de que mi cerebro tuviera tiempo de reaccionar:
—De tus hue...
—¡NO SEAS BESTIA! ¡LUGAR, NO ORIGEN!
—¡Por ahí! —me aclaré la garganta tan rápido que casi me atraganto—. ¡Quiero decir, de... alguna región lejana!
—MEJOR SÉ UNA BESTIA.
El rey asintió con la solemnidad de quien está a punto de firmar una sentencia de muerte.
—Ya veo… Ejecutenlo.
—¿¡ESPERA, ESPERA!? ¿¡CÓMO ASÍ!? ¡Soy un héroe!
—Hay otros mil. No eres la gran cosa.
Los guardias comenzaron a rodearme como hienas hambrientas rodeando a un payaso desorientado.
—Y eso que te consideré un buen tipo… —dijo el guardia mientras desenvainaba su espada con pena.
—¡No digas eso, brother! ¡Teníamos una conexión! ¡Te choqué los cinco! ¡NOOOO!
Y entonces, flotando con sadismo luminoso, apareció frente a mí una ventanita intermitente del system:
[GAME OVER]
—¡Tiempo! —grité con todas mis fuerzas.
Para mi sorpresa… funcionó.
Los guardias se detuvieron. Uno incluso parpadeó confundido, como si hubiera olvidado por qué tenía la espada desenfundada. Me quedé helado por un segundo.
—Ok… creo que estos tipos sí son imbéciles.
—¿En serio? —el system soltó con un sarcasmo tan espeso que podría untarse en pan.
Metí lentamente la mano al bolsillo, la saqué con delicadeza, y mostré mi más poderosa arma secreta: una armónica.
—No tengo armas, lo ven. De hecho, soy músico. Déjenme demostrarles.
—Solo acepta tu ejecución, Yuzato. No te humilles más.
Pero no. Sujeté con fuerza la armónica. Se escuchó un pequeño rechinido metálico al apretarla entre mis dedos.
—¡DÉJENME MOSTRARLES CÓMO SE GOLPEA A UN REY INÚTIL!
Y antes de que alguien pudiera reaccionar, lancé la armónica con precisión divina. Silbó en el aire como una bala del destino y fue a dar justo en el punto más brillante del reino: la gran frente del rey.
—Muy lento —susurré, simulando un arma con los dedos y soplando el “cañón” con aire triunfal.
—¡UN MOMENTO, SOLO UNO, YUZATO! ¿NO PUEDES SER NORMAL?! —el system giraba en el aire como loco, buscando mi paradero— ¡AVÍSAME!
No respondí. Ya estaba corriendo como alma que lleva el system. Crucé el salón del trono, esquivando guardias con giros innecesariamente estilizados. Me lancé al pequeño estanque que rodeaba el castillo, sumergiéndome sin mirar atrás.
Detrás de mí, la voz del rey rugía como un trueno indignado.
—¡TÚ… ERES UN HIJO… UN HIJO DE… PERRAAAAAAAAAAAAAAA!
Emergí en la otra orilla, jadeando.
—A la mierda con ese tipo.
Frente a mí, una ventanilla emergente flotó con elegancia:
[MISIÓN CUMPLIDA!]
RECOMPENSAS OBTENIDAS: LLAVE DORADA
—A… a… —mi rostro se iluminó— ¡¡AHUEVOOOOOO!!
—¡ESO NO LO PUSE YO! —el system chilló, más indignado que nunca.
—¡JAJAJAJAJA! —me reí con ganas, señalándolo con el dedo— ¡Suerte a la próxima! ¡El rey me reconoció como un hijo!
—¡HIJO DE PERRA!
—¡Hijo al fin de cuentas! Y qué casualidad… ¡cumplí la misión secundaria también! ¡Soy el mejor! —extendí mis manos, esperando mi gloriosa recompensa.
El system apareció y, sin decir palabra, arrojó algo brillante al suelo.
—Toma. Recoje tu basura.
—Uuuuyyy… tenemos a un mal perdedor aquí —me agaché con estilo innecesario, recogiendo la llave dorada como si fuera el trofeo de un torneo legendario—. ¿Y si vamos a pasear? ¡Podemos abrir miles de cofres con esta belleza!
—Es un llavero.
—¿Qué? —dije sin levantar la mirada.
—¡JAJAJAJAJAJA! —el system soltó una carcajada robótica mientras mostraba una lluvia de emojis riéndose en mi cara— *¡TENEMOS UN IDIOTA AQUÍ!*
—¿¡QUIÉN CARAJOS USA UNA LLAVE DORADA COMO LLAVERO!?
—¡UN IDIOTA! ¡JAJAJAJAJAJA!
—¡NOOOOOOOOOOOOOOO!
Mi grito fue tan desgarrador, tan puro, tan absolutamente estúpido, que resonó por todo el reino. Desde ese día, los adultos comenzaron a advertir a los niños con una nueva leyenda urbana:
“No salgas tarde o vendrá el Aullador Nocturno.”
[TÍTULO RECIBIDO: “¿AULLA QUIÉN?”]