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Chapter 21 - Capítulo 21:“Evelyn: La Llama que Decide Arder” I Parte – Bajo la luna de un mundo sin destino

La noche no rugía. Nada de zumbaba. Nada de cantaba.

Era, simplemente, silencio. El tipo de silencio que no existía cuando el sistema regía sus vidas. Antes, incluso el susurro del viento estaba entretejido en líneas de código. Las brasas de una fogata eran parte de una simulación calculada por nodos mágicos y comandos invisibles. Incluso el crujir de hojas parecía programado para generar una atmósfera inmersiva.

Pero ahora... No.

Dominic Lewis caminaba descalzo por la pradera helada. El pasto, aunque suave, le recordaba que el mundo ya no era artificialmente benigno. Cada piedra en su camino era real. Cada soplo de aire cargaba historia. Cada estrella en el firmamento —antes sospechosamente estática— ahora parpadeaba con vida propia.

Y ahí, entre todo ese realismo abrumador, la vio: Evelyn, la llama encarnada, sentada sola junto a una hoguera.

No conjurada.

No invocada.

Una fogata hecha con sus propias manos, con leña que ella misma cortó, con fuego prendido a la antigua, sin hechizos.

Ese simple acto tenía un peso casi simbólico.

La mujer que fue diseñada para arder por defecto... había decidido arder por elección.

Dominic no se acercó de inmediato. Desde cierta distancia, la observó. Evelyn ya no era la guerrera perfecta. Ya no tenía la postura rígida de quien sigue órdenes grabadas en el alma. Su espalda estaba curvada, sus hombros caídos. No por cansancio, sino por reflexión. Por humanidad.

Y cuando ella habló, lo hizo sin mirarlo.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí, héroe?

Su voz sonaba baja, casi ronca. Cansada... pero sin tristeza. Había algo nuevo en ella. Algo que Dominic no supo identificar de inmediato.

—Lo suficiente para no interrumpirte —respondió él con suavidad, sentándose finalmente a su lado.

No hubo sonrisa, pero sí una exhalación ligera. La aceptación de una compañía que no era invasiva.

El fuego crepitaba entre ellos.

—¿Sabes qué es lo más irónico de todo esto? —murmuró Evelyn, mirando las llamas sin pestañear—. Ahora que soy libre, no sé quién soy.

Domingo Esperó.

—Cuando formaba parte del sistema... no me lo preguntaba. Tenía un rol. Una función. "Fuerza de combate número uno", "fragmento de la voluntad ardiente", "custodia del núcleo primario". Títulos huecos, sí, pero al menos... me daban una forma. Un marco.

Volteó hacia él, sus ojos dorados brillando a la luz del fuego. Esta vez, no por magia, sino por la humedad de sus lágrimas contenidas.

—¿Y ahora qué? ¿Qué soy cuando no me ordenan sentir, proteger o luchar?

Dominic sostuvo su mirada. No trató de consolarla con clichés. No intentó racionalizar su dolor.

—Ahora… eres Evelyn. Y puedes decidir qué significa eso.

Ella sonrió, pero no fue una sonrisa feliz. Fue una curva suave, melancólica, casi infantil.

—Eso da miedo, ¿sabes?

—Sí. Lo sé muy bien.

Ambos miraron el fuego durante unos minutos. La luna ascendía lentamente, colgando en el cielo como una joya inmensa, bañando la pradera en una luz suave, más azul que plateada. En ese momento, parecía que el mundo se había detenido para ellos.

—Cuando el sistema cayó… —dijo ella con voz más baja— sentí alivio, sí. Pero también una pérdida… desgarradora. Como si me hubieran arrancado un órgano que no sabía que tenía. No por dependencia, sino porque ese sistema… me contenía. Me encerraba, sí, pero también me definía.

—Lo entiendo —dijo Dominic—. Era una prisión… con nombre, reglas, estructura. Ahora estamos libres… pero en un vacío. Nadie nos dice qué hacer, a dónde ir… a quién ser.

Evelyn lo miró. Esta vez, sin escudos. Sin fuego. Solo piel, carne, hueso y emoción.

—¿Y tú? ¿Quién eres ahora?

La pregunta lo golpeó más fuerte de lo que esperaba. Dominic pensó en el sistema que lo llamó "Elegido", en las misiones, en las habilidades, en los niveles y rangos. Pensó en Kaelyra. En el amor fragmentado. En su vida anterior. En la soledad.

—Soy… un hombre que se está redescubriendo —respondió finalmente—. Alguien que perdió la estructura que lo mantenía recto… y ahora intenta caminar sin bastones.

Ella asintió lentamente.

—Entonces —murmuró—, supongo que no estoy sola.

Un silencio denso se instaló, pero era uno que no pesaba. Era el tipo de silencio que permitía que las heridas respiraran.

Y entonces, Evelyn hizo algo inesperado.

Se acercó lentamente, apoyó su cabeza en el hombro de Dominic y cerró los ojos.

—¿Te quedarás esta noche?

Él no respondió con palabras. Simplemente pasó un brazo por detrás de su espalda, acercándola más.

La brisa nocturna parecía respetar su espacio. Las llamas no rugían. Se limitaban a acompañar.

—Quiero que sepas algo —susurró Evelyn, su voz vibrando contra su pecho—. Durante todo el tiempo en que fui parte del sistema… cada acto de cariño, cada impulso hacia ti, cada celosía que sentía por las otras… pensaba que era un algoritmo. Que no era real.

—¿Y ahora?

Ella alzó la mirada. Sus ojos estaban cristalinos, pero firmes.

—Ahora sé que todo eso era yo… luchando por salir. Y que aún sin sistema… te seguiría amando. Quizás más aún.

Dominic la besó.

Lento.

Con hambre contenida. Con ternura. Con deseo, sí, pero también con respeto profundo. Las manos de Evelyn temblaban, no por nervios, sino por intensidad. El beso fue largo, pero sin prisa. Cada movimiento era elegido. Cada roce, una declaración.

Cuando sus cuerpos se encontraron en la manta junto al fuego, no fue pasión por imposición, sino una rendición voluntaria. Ella, la llama, eligió arder. Él, la voluntad, eligió consumirse con ella.

No hubo gritos. No hubo pirotecnia.

Solo susurros.

Y una eternidad hecha de segundos.

Al amanecer, cuando Evelyn despertó con la cabeza sobre su pecho, murmuró algo que Dominic nunca olvidaría.

—Gracias… por no apagarme. Por dejarme encenderme… sola.

Y Dominic, con los ojos cerrados, respondió:

—Gracias por elegirme… con tu fuego libre.

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