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Chapter 20 - Capítulo 20: Las Huellas de un Dios

La tormenta caía implacable sobre sus cabezas. Estaba completamente empapado, y los vientos helados lo envolvían, intensificando el frío que se colaba hasta sus huesos.

Sus ropas, que alguna vez fueron tan blancas como pétalos de narciso y perfumadas con la fragancia de las rosas en plena floración, ahora estaban manchadas de barro, salpicadas a cada paso.

Apolo nunca imaginó que podría verse en un estado tan deshonroso. Si otro dios lo encontrara reducido a una condición tan terrenal, perdería toda la dignidad que aún conservaba desde que descendió al mundo inferior.

Suspiró.

Estaba cansado; ya no podía continuar. Sus piernas temblaban solo de sostener su peso, y no dudaba que, si se detenía ahora, no podría levantarse más tarde.

Miró en todas direcciones, pero el bosque parecía extenderse hasta donde su vista no alcanzaba. Maldijo para sí. Por suerte, tras unos minutos, finalmente vio a Hyakinthos regresar al grupo.

"¿Encontraste un lugar donde podamos descansar?" preguntó, aclarando la garganta en un intento de disimular su cansancio. Sin embargo, cualquiera habría notado su urgencia.

Llevaban medio día perdidos en ese extraño bosque, que parecía haber surgido de la nada.

"Encontré una cueva a unos minutos de aquí. No es muy grande, pero debería ser suficiente para resguardarnos de la lluvia por ahora", informó Hyakinthos.

Los demás miembros de su grupo soltaron un suspiro de alivio al escuchar las buenas noticias. Ellos no eran como Hyakinthos, un aventurero de segunda clase que había alcanzado el nivel 3 en la misma Orario. 

Algunos incluso habían oído que, en ese lugar donde nacen los héroes, él tenía una gran reputación.

Al igual que Apolo, ya no podían continuar por el agotamiento.

Era lamentable que, después de que Apolo perdiera su Juego de Guerra contra Hestia y su familia se disolviera, todos sus hijos, a excepción del capitán, decidieran darle la espalda y unirse a otras potencias de Orario.

En el momento en que tuvo que abandonar la ciudad bajo el exilio, Apolo lo había perdido todo: sus hijos, su mansión y su estatus desaparecieron de un día para otro.

Si no fuera porque Hyakinthos lo siguió, el dios habría considerado seriamente dejar todo atrás y regresar al Tenkai por su propia cuenta.

Había pasado el tiempo, y el dios tenía que admitir que alejarse del ajetreo de esa corrupta ciudad no había sido tan malo después de todo.

Ya no tenía una imponente familia ni grandes recursos.

En el cielo, nunca había sentido fascinación por el mundo inferior; Apolo era completamente indiferente a los asuntos de los mortales. La única razón por la que descendió fue la misma que la de muchos de sus hermanos: estatus, poder, influencia. Quería escuchar su nombre resonar, sentir las miradas de admiración perdidas en su figura cada vez que apareciera. Y, por supuesto, lo más importante para cualquier dios: ¡diversión!

El mundo inferior era su campo de juego, pero eso ya había quedado en el pasado. Perseguir ese sueño se había desvanecido junto con su antigua familia.

¿Quién hubiera dicho que convertirse en un viajero no sería tan malo? Había conocido personas interesantes, contemplado paisajes hermosos y probado exquisiteces que hacían bailar su paladar divino.

Incluso había comenzado a formar una nueva familia. Aunque no eran muchos y todos permanecían en nivel 1, una docena de niños talentosos habían decidido seguirlo. Era algo reconfortante, un calor que llegaba a su corazón.

En el pasado, había logrado reunir a más de 100 aventureros bajo su Falna, pero eran tan distantes que lo hacían reflexionar. Para él, no eran más que herramientas para ensalzar su nombre, trofeos que pulir ante las miradas envidiosas de otros dioses. Y, del mismo modo, para ellos, Apolo no era más que un proveedor de Falna.

Por primera vez, podía decir que finalmente estaba experimentando lo que era tener una familia de verdad.

Tomó un poco de vino de su bolsa y dejó que corriera por su garganta. El frío de sus extremidades se desvanecía gracias al calor de la hoguera, y el olor a carne asada comenzaba a llenar la cueva.

"¿Parece que estamos completamente perdidos?" preguntó un aventurero mientras se rascaba la cabeza y trazaba líneas sobre un mapa.

"Simplemente no tiene sentido. Se suponía que estábamos acampando cerca de Rakia, pero ahora estamos en un maldito bosque", respondió frustrado, llenando su boca de carne en un intento de ahogar su molestia.

"¿Es tan extraño?" intentó calmarlo una chica, dudosa de su exagerada reacción.

"Sí", agregó Hyakinthos. "Después de que Rakia entrara en guerra con los bosques élficos en sus fronteras, usaron las espadas Crozzo quemando la tierra y volviendo imposible que algo así volviera a crecer."

Aunque las antiguas tierras élficas destruidas no habían sido malditas por los espíritus, como ocurrió con la sangre Crozzo, el maná elemental había cicatrizado el suelo hasta tal punto que ni siquiera la maleza mas vil podía sobrevivir allí. 

Abrió el mapa y se lo mostró al grupo. "El bosque más cercano debería estar a varios días de donde estábamos. Además, este lugar también es algo extraño; los árboles se parecen más a los que crecen en el occidente, y hay demasiada actividad de monstruos."

"Si estuviéramos cerca de una gran ciudad como Rakia u Orario, ya habría sido limpiado hace mucho tiempo. También podemos descartar a los elfos; son demasiado recelosos con sus bosques y tampoco permitirían algo así."

Apolo tenía sus propias teorías al respecto, pero decidió guardarlas para sí mismo. Aunque no se consideraba un gran conocedor del mundo inferior, había dedicado sus noches tranquilas a investigar un poco. Si lo que decían era cierto, lo más parecido a lo que describían serían los bosques cercanos a las Ruinas de Elsos.

¡Al otro lado del continente!

Esa mañana, cuando el "ojo" se abrió en el cielo, lo había dejado desconcertado. Aunque duró menos que un pestañeo, sintió una presión, como si su realidad se desmoronara.

Habían estado inconscientes solo unos minutos y, al recobrar la consciencia, ya estaban perdidos.

No creía que un dios fuera el culpable, y tampoco sentía rastros de magia espiritual a su alrededor.

"Una trampa de teletransportación," dijo, interrumpiendo al grupo.

Sonaba loco, pero era lo único que se le ocurrió.

En la era dorada, el mundo inferior había experimentado y logrado avances que ahora solo podían considerarse mitos. Aunque esos objetos se consideraban perdidos o imposibles de recrear, aún era posible encontrar reliquias interesantes en antiguas ruinas.

Todos parecieron dudar; ¿Cuál era la posibilidad de que realmente se hubieran encontrado con un objeto así?

Aunque no querían admitirlo, no ganarían nada dándole más vueltas al asunto.

"Lo más importante es encontrar un lugar para refugiarnos. Esta cueva estará bien por el día, pero cuando caiga la noche, será problemático quedarnos aquí." Los monstruos en la superficie, aunque más débiles que sus homónimos de la mazmorra, solían ser mucho más impredecibles.

Caer en la emboscada de un grupo de monstruos en plena noche sería desastroso para su familia, especialmente considerando que el único capacitado para luchar era Hyakinthos.

Sin más opción, Apolo dejó que un poco de su poder se filtrara y cristalizara, tomando la forma de un espejo en su mano.

Era un objeto divino que lo había acompañado en el cielo e inherente a él también lo siguió cuando llego al mundo inferior.

Al igual que la habilidad de seducción de las diosas del amor o la increíble fuerza física capaz de rivalizar con aventureros de alto rango con sus arcanum totalmente sellados de los dioses de la guerra, Apolo podía usar aquel espejo para reflejar todo aquello que buscara... o al menos, así funcionaría si aún estuviera en el cielo.

Su habilidad no era tan potente en el mundo inferior si no se le proporcionara poder divino para impulsar sus efectos, el radio de búsqueda sería pequeño, pero se negaba a creer que sería incapaz de encontrar un lugar cómodo para resguardarse.

"¿Qué es esto?" susurró. Aquel bosque era mucho más grande de lo que había pensado; si querían cruzarlo, tardarían al menos unos días a su ritmo actual.

De pronto, Apolo detuvo su búsqueda.

"¿Sucede algo?" Hyakinthos se acercó para ver también lo reflejado.

En el centro del bosque, el espejo parecía haber dejado de funcionar. En lugar de mostrar algo, una vacía oscuridad se formaba en su superficie. Con cuidado, el dios agitó la imagen para alejarla, y tal como esperaba, el resto del bosque volvió a aparecer.

"¿El terreno no es algo irregular?" agregó Hyakinthos, llamando la atención del grupo, que también se acercó a mirar.

"Parece como si el bosque se hubiera plegado," comentó alguien, y los demás asintieron en silencio.

"¡Es como aquella vez!" No era la primera vez que el espejo se comportaba de esa manera. Cuando Apolo intentó espiar los sucesos de Olimpia, el poder de la llama sagrada había sido capaz de ocultar todos los secretos de la ciudad de su vista. "Qué interesante."

Una sonrisa se formó en el rostro del dios.

¡Había algo oculto en ese bosque! Estaba seguro de ello.

¿Acaso un dios estaba usando su arcanum en el mundo inferior, o algún objeto divino había caído del cielo? ¡Qué noticia tan jugosa! Se relamió los labios, ideando un plan audaz.

Apolo no era tan insensato como para desatar su propio arcanum; si lo hiciera, sería cazado por todas las familias de Orario y devuelto al cielo. Conocía bien los términos del tratado entre Ouranos y la Mazmorra; no lo dejarían salirse con la suya. Pero aprovecharse de la situación en su favor... eso era completamente diferente.

Apolo echó una vaga mirada a su familia antes de sacudir la cabeza. Eran demasiado débiles. Aunque la tentación era grande, ¿realmente valía la pena el riesgo de llevarlos con él?

Dudó por un momento.

Hyakinthos era fuerte, y en los últimos meses su estado había mejorado a medida que exploraban, pero seguía siendo lento y estaba lejos de alcanzar el nivel cuatro. Los demás no estaban enfocados en la batalla; tenían habilidades de supervivencia y habían sido instruidos en combate por Hyakinthos, pero carecían de la experiencia necesaria para defenderse en situaciones complejas.

Era complicado.

"¿Podemos explorar el área manteniendo distancia primero? Si vemos que es muy peligroso, podemos huir," sugirió Hyakinthos antes de mirar al grupo. "Ustedes pueden quedarse atrás; mientras no salgan de la cueva, no deberían estar en peligro."

Antes de irse, apagaron el fuego y cubrieron la entrada de la cueva lo mejor que pudieron con ramas y vegetación, camuflándola para cualquiera que no prestara suficiente atención. No les agradaba dejar al grupo sin una fuente de calor, pero conociendo la actividad de monstruos en el bosque, el humo podría atraer a más de un visitante indeseado.

Así, el par se adentró entre los árboles.

No tardaron mucho en notar una depresión en la tierra seguida de una colina que se elevaba formando un muro improvisado que rodeaba el centro del bosque. Muchos habrían pensado que era natural, pero los cortes en la tierra y los parches de vegetación dejaban claro que el terreno había sido manipulado recientemente por alguien.

"Tiene que ser obra de un dios. Este control es demasiado preciso para provenir de un aventurero." Existen hechizos capaces de controlar el ambiente, congelar, incendiar o manipular la tierra. Eso no era lo extraño.

El verdadero problema era la escala. La depresión abarcaba varios kilómetros, y el taumaturgo había tenido incluso la habilidad de reforestar el bosque tras manipularlo.

Subiendo una de las colinas, finalmente pudieron tener una mejor vista de lo que se estaba ocultando.

"Un templo" murmuró Hyakinthos, solo para ver cómo su dios negaba con la cabeza.

"Es un mausoleo." Apolo señaló la estructura principal, que tenía cierta similitud con los templos erigidos para los dioses. "No esperaba ver eso aquí." En el mundo inferior, no era común construir tumbas tan ostentosas para los muertos; lo habitual era enterrar los cuerpos profundamente o cremarlos. 

Solo en el cielo se erigían mausoleos para aquellos dioses que habían sido olvidados. 

Apolo intentó usar el espejo en el área, pero este no respondió; habían entrado en el rango de influencia de un poder divino.

Miró a Hyakinthos y se sintió aliviado al ver que su compañero no mostraba signos de presión. En el Genkai, a excepción de los espíritus, que tenían una conexión cercana con el mundo, todos se veían afectados por el poder divino de alguna manera.

Los hombres bestia se llenaban de miedo; en los humanos nacía un impulso de reverencia, y hasta en los elfos, amados por el maná, el sentimiento de inferioridad se arremolinaba. Por su parte, los monstruos sentían un profundo rechazo hacia ese poder, lo cual los empujaba normalmente a entrar en frenesí asesino.

Por suerte, este efecto se debilitaba a medida que uno se hacía más fuerte. Hyakinthos, aunque visiblemente incómodo, aún lograba mantenerse lúcido.

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