La idea de escapar se desvanecía tras las montañas de tierra.
Antes de que se dieran cuenta, incluso las altas copas de los árboles centenarios habían desaparecido.
¡Era una completa locura!
Temían dar un paso en falso. No conocían el alcance de los sentidos de la niña elfa, por lo que se limitaron a susurrar entre ellos solo en caso de máxima emergencia.
Esperaron pacientemente.
Sus corazones se encogieron cuando escucharon, a lo lejos, el sonido metálico de pasos. El retumbar de las armaduras era inconfundible: el grupo de Spartoi estaba regresando.
Si ya habían sentido una aplastante presión bajo la vigilancia de solo dos caballeros esqueléticos, la idea de enfrentarse a una docena era inconcebible.
Cuando lograron ver con claridad al grupo que regresaba, el tiempo pareció detenerse para ellos.
Cada uno de los no-muertos cargaba en sus brazos un cuerpo ensangrentado.
El estómago de Apolo se revolvió, y el sabor amargo del vino mezclado con bilis volvió a subir por su garganta.
Esos... eran sus hijos. El reconocimiento lo golpeó como un rayo, dejándolo sin aliento. El dolor se incrustó en su pecho, paralizante, mientras el mundo a su alrededor se desmoronaba.
Rugió internamente, apretó los dientes y, con la mirada helada, reunió cada fragmento de su coraje.
Quería gritarles, exigirles que los soltaran en ese mismo instante, pero antes de que pudiera reaccionar, Hyakinthos le tapó la boca y, con una fuerza, lo redujo hasta inmovilizarlo por completo. Apolo no pudo realizar ni el más mínimo movimiento.
El ex-aventurero logró derribar a su dios para evitar que cometiera una locura de la que, con toda probabilidad, se arrepentiría más tarde. Procedió a cubrirlos a ambos con su capa, un objeto mágico con la habilidad de ocultarlos de la vista durante algunos minutos.
Era un artefacto salvavidas que había obtenido de Hermes por una exorbitante cantidad de valis antes de abandonar Orario.
"Perdóneme, Apolo-sama, pero si no hago esto, no solo estará en peligro la vida de ellos, sino también la suya. Por favor, cálmese" susurró con urgencia.
La familia con la que estaban tratando no era algo común. Habían tenido el coraje de cometer barbaridades inauditas incluso para los demás dioses corruptos como Evilus.
A estas alturas, Hyakinthos estaba casi seguro de que no se detendrían, incluso si trataban con un dios. En el mejor de los casos, podrían devolver a Apolo al cielo y encubrir sus pasos. Pero en el peor escenario, podrían aprisionarlos para asegurarse de que nada se filtrara, ni siquiera en el Tenkai.
Teniendo en cuenta que ni siquiera el espejo de Apolo había logrado vislumbrar esta parte del bosque, era muy probable que también estuvieran ocultándose de los ojos celestiales.
Justo en ese momento, las figuras esqueléticas y la elfa se giraron hacia la entrada de la tumba, sobresaltándolos.
¿Los habían escuchado?
"¿Hay más...?" se quejó la niña, comenzando a caminar con desdén.
El alivio fue palpable cuando pasó de largo por su escondite, dirigiéndose hacia la tumba de la que ellos habían salido.
Desde las sombras, algo pareció escabullirse: un simple goblin, idéntico a los que habían enfrentado incontables veces en Orario. Sin embargo, antes de que pudieran reaccionar, la criatura salió corriendo bajo los cálidos rayos de luz y el cielo despejado.
La niña, sin detenerse siquiera, blandió su báculo con un movimiento rápido. Fue como si atravesara el aire, pero en lugar de eso, el cráneo del goblin explotó como una sandía madura, esparciendo sangre y restos cerebrales por el área.
Ella no se inmutó.
Con todas sus fuerzas, Apolo intentó moverse, desesperado por ver mejor lo que sucedía, pero el agarre de Hyakinthos solo se fortaleció, inmovilizándolo por completo.
"Hermana, no debes permitir que sigan escapando", gritó la niña con frustración, dirigiéndose a una nueva elfa que apareció poco después.
"Perdón, perdón... Aún no me acostumbro a que estos nuevos monstruos que han comenzado a surgir en el primer piso puedan resistir mis habilidades de domesticación", respondió la elfa, con un tono de disculpa.
"¿Habilidades? Hmph, tal vez, pero siguen siendo increíblemente débiles", replicó la niña molesta.
"Demiurge-san dice que tal vez esto se deba a que están generándose por el maná filtrado desde Nazarick", comentó la elfa, reflexionando por un momento antes de añadir: "Es muy probable que solo obedezcan al Supremo"
"¿Como las invocaciones? Si es así, solo obedecerán a Momonga-sama."
"Algo así, aunque estos sujetos parecen tener un poco más de libertad en sus movimientos. Cada vez que los dejo solos intentan escapar" Se agachó y recogió la piedra mágica que había quedado tras la desaparición del cuerpo, desvanecido en el éter.
Las voces de la niña elfa y su hermana comenzaron a resonar por todo el lugar.
Hablaron de una granja en el séptimo piso, de cómo habían logrado mantener vivos a algunos monstruos para utilizar sus cuerpos como una fuente de alimento altamente nutritivo. Mencionaron detalles que solo servían para encender todas las alarmas en la mente de Apolo.
Lo que revelaron con su conversación los dejó helados hasta la médula. No necesitaban ser genios ni leer entre líneas para entender que aquel mausoleo principal era, en realidad, una fachada para una mazmorra recién nacida.
Una que ya había comenzado a generar monstruos.
Ese "Supremo" del que hablaban debía ser el dios detrás de todo esto. ¡Ese tal Momonga había perdido completamente la cabeza!
Con una sola mazmorra, el mundo inferior estuvo al borde de la aniquilación en la antigüedad, y ahora aquí estaba él, creando otra "Gran Madre" en secreto, ocultándola de los demás dioses.
Era una pesadilla que habían temido por muchos años. La posibilidad de que esto ocurriera los aterrorizaba, sabían que usar sus Arcanum en el mundo inferior no solo fortalecería a la mazmorra ya existente, sino que incluso podría desencadenar el nacimiento de una completamente nueva.
El mundo inferior debía mantenerse en equilibrio. En gran medida, la razón por la que la mazmorra de Orario había alcanzado un poder tan abrumador era porque los dioses y los espíritus habían roto ese equilibrio en numerosas ocasiones en el pasado. El mundo, en su intento por restaurar el orden, siempre respondía de forma drástica, buscando balancear nuevamente la balanza.
Aunque esto no significaba que los mortales estuvieran condenados.
Como dice el refrán, "los momentos difíciles forjan voluntades fuertes"
Si la mazmorra se descontrolaba y su existencia se convertía en una amenaza imposible de frenar, ¡nacerían los verdaderos héroes! No los meros imitadores de esta era, sino un auténtico campeón de leyendas, aquel que pondría fin a la amenaza y reiniciaría el ciclo para la próxima calamidad.
Solo hacía mil años, el ciclo interminable había llegado a su fin con la creación del tratado entre Ouranos y la Gran Madre.
Apolo no quería ni imaginar lo fuertes que serían los monstruos después de que la mazmorras terminara de digerir los mil años de poder divino residual que la presencia de los dioses había dejado.
Orario ya no sería segura.
Era probable que solo los aventureros de primera clase pudieran adentrarse en ella cuando eso ocurriera, y si, por alguna razón, estallara una estampida o los monstruos intentaran escapar, la ciudad podría considerarse perdida.
"Mare, ¿son esos humanos? ¿Por qué los traen a Nazarick?" preguntó la segunda elfa, al ver los cuerpos que los esqueletos cargaban.
"Demiurge me pidió que, si nos encontrábamos con alguno, los lleváramos al séptimo piso. Al parecer es más fácil sacarles información."
Una sonrisa de emoción apareció en su rostro. "Tal vez sepan algo de los supremos."
La exclamación pareció sacudir a Mare, quien asintió un par de veces.
"Debemos ir rápido, después de encargarnos de el, claro."
"Sí, nos ha estado mirando todo este tiempo. Ya me siento un poco incómoda," rió Aura, antes de volverse hacia el mausoleo donde se escondían.
Con esas palabras, algo en el ambiente cambió.
Habían sido descubiertos. Pero lo que vino después fue algo espantoso.
Apolo lo sintió claramente, como si un centenar de miradas se posaran sobre su escondite.
"No puedo creer que haya sido tan ingenuos de quedarse, incluso cuando no lo habíamos detectado en un comienzo. Debo decir que es para lo único que sirves, enana." El espacio pareció desgarrarse, y de este emergió la figura de una joven de tez clara como porcelana, vistiendo un ostentoso vestido.
"¿Tú eres la guardiana de los primeros tres pisos, y no te diste cuenta? ¡Cerebro de músculo!" le gritó Aura, visiblemente frustrada. No podía hacerse aún a la idea de que un individuo había estado tan cerca de colarse, justo bajo las narices de su hermano.
Habían tenido suerte de que ese goblin se escapara y ella viniera detrás de él.
Desde el momento en que salió de la tumba, sus sentidos de ranger se expandieron en todas direcciones. Aunque el sujeto intento usar un ítem de invisibilidad, para ella, con sus múltiples niveles en guardabosques, era tan claro como el día.
Sintió un poco de vergüenza por Mare, al no haberlo notado durante todo el tiempo que estuvo fuera, y aunque su construcción no era ideal para detectar objetivos escondidos, eso no excusaba su falta.
"¡Tú lo dijiste! ¡Del primero al tercer piso! ¡Esto es el exterior, y Aureole debería encargarse de mapear esta área!" Shalltear bufó.
"Albedo ha prohibido el uso de habilidades dentro de Nazarick por el momento, para evitar que la tumba absorba nuestro MP y comience la generación de monstruos poderosos"
Un anciano con traje de mayordomo también apareció. Se arregló el traje con elegancia, pero al posar su mirada dentro del mausoleo donde se escondían, sus ojos se afilaron, y una abrumadora sed de sangre llenó el lugar. Era asfixiante.
"¿Se atrevieron a manchar la bandera de los Cuarenta y Uno?" dijo con voz áspera y carente de emociones, en marcado contraste con el tono formal que usó antes.
Esto es malo, muy malo.
Hyakinthos intentó despertar a su dios, pero Apolo había perdido el conocimiento tras ser golpeado por el aura de muerte. Sin embargo, él mismo no estaba mucho mejor. El simple hecho de estar en el punto de mira de aquel anciano lo hacía sentir como si estuviera hundido profundamente bajo el agua. Su cuerpo ni siquiera podía temblar por la presión, y sus pulmones se esforzaban con cada respiración, como si fueran las últimas que daría.
Con el poco control que le quedaba, dejó a su dios y se arrastró fuera del escondite. Se plantó, tambaleante, justo en la entrada del mausoleo.
"Yo..." balbuceó, en un intento inútil de justificarse.
Antes de que pudiera decir algo más, un látigo se enroscó alrededor de su cuello y lo arrastró al suelo.
Cayó con un golpe seco y, sin darle un segundo para procesar lo que estaba ocurriendo, fue arrastrado hasta donde ellos estaban.
"¿Deberíamos matarlo?" preguntó Aura, apretando su agarre. Esto intensificó el estrangulamiento, provocando que el aire en la tráquea de Hyakinthos se cortara aún más.
Nadie respondió, ni siquiera cuando su rostro comenzó a volverse azul. Burbujas de espuma se formaron en su boca, y sus ojos desorbitados, llenos de vasos rotos lo cual los inyectaba en sangre, empezaron a apagarse lentamente.
"Podríamos dárselo de comer a Kyouhukou," interrumpió Shalltear, con un tono despreocupado que hacía parecer que sugería algo trivial.
Aura detuvo su presión justo antes de que Hyakinthos muriera, permitiéndole tomar un débil respiro. Aun así, su tráquea estaba rota, y aunque seguía con vida, lo hacía de manera precaria, sostenido únicamente por una tenacidad sorprendente.
"Debemos volver a nuestros pisos para eliminar a los monstruos que nacerán del MP de Mare," indicó Aura, mientras soltaba el látigo y dejaba caer el cuerpo inconsciente al suelo.
"Yo continuaré con la exploración del bosque," dijo Sebas, su mirada fría posándose sobre el moribundo Hyakinthos. "¿Dónde escondió la bandera de los 41?"
Los tres se miraron por un momento, compartiendo un silencio que pesaba en el aire.
"Tal vez usó alguna habilidad que funcione como inventario," sugirió Mare tras unos segundos, su tono dubitativo mientras analizaba la posibilidad.
"No detecto el rastro de nadie más, por lo que solo puede estar con él," afirmó Aura mientras guardaba su látigo.
Era imposible que alguien se ocultara completamente de ella. Incluso las clases especializadas en sigilo tendrían grandes dificultades para borrar todos sus rastros ante sus habilidades.
Técnicas como Invisibilidad Completa no eran infalibles, especialmente frente a las múltiples pasivas que poseían los rangers de su calibre. Aura confiaba plenamente en sus capacidades; si algo o alguien estaba cerca, lo habría detectado.
....
Con un solo golpe, la sartén aplastó la cabeza del monstruo, matándolo al instante.
Un poco de sangre salpicó la ropa de Mia Grand, lo que provocó que frunciera el ceño.
Era asqueroso y viscoso; el olor, desagradable, sin duda sería difícil de limpiar.
Horn se alejó del cadáver llena de repulsión, esperando a que este terminara de desvanecerse antes de tomar una de las sillas de La Anfitriona de la Fertilidad y sentarse.
"Costará mucho quitar el olor a monstruo muerto cuando todo esto termine", dijo Mia, levantando la puerta derribada y apoyándola lo mejor posible para que desde fuera no pudieran verlas. "Seguro que nadie querrá comer con un hedor tan fuerte", susurró para sí misma.
"Como si alguien viniera por la comida", se rió Horn. "La única razón por la que este lugar no ha cerrado es porque sirves alcohol barato y tus meseras son lo suficientemente ingenuas como para vestir trajes de sirvientas y contentar a tus clientes"
Horn parecía querer continuar, pero fue obligada a callar tras recibir una mirada fulminante. "¿Olvidas que Freya también trabaja aquí?" replicó Mia con disgusto.
"Freya-sama no pondría un pie en este lugar si no fuera por..." Las palabras se le atoraron en la garganta. Su expresión reflejaba repulsión, y le costó mucho pronunciar su nombre, pero después de pensarlo un poco, continuó: "si no fuera por ese conejo".
Mia suspiró. Aunque Horn era técnicamente la verdadera Syr, su actitud no podía ser más diferente de la de la bella y amable trabajadora con la que se había encariñado. Incluso sabiendo que tras su fachada se ocultaba Freya, no podía evitar pensar en ambas como dos entidades totalmente separadas.
"No deberías estar en el refugio o en el campo de batalla con los demás", comentó Mia, intentando desviar la conversación.
"No. Si alguien me reconociera, se generaría un gran malentendido con Freya-sama. Además, ¿Quién eres tú para preguntarme eso?", respondió Horn, señalándola. "Como aventurera de nivel 6, deberías estar junto a nuestra diosa protegiéndola de cualquier peligro, y no cuidando esta pocilga".
Una gran mano, que cubría más de la mitad de su rostro y que nadie relacionaría con la de un "enano", le tapó la boca, obligándola a guardar silencio.
Afuera, se escuchaban los ruidos de los monstruos que habían escapado y ahora vagaban errantes por las calles. Ya habían derribado la puerta una vez tras darse cuenta de que ellas dos estaban dentro, y Mia no estaba dispuesta a que su posada se llenara de más criaturas.
"Baja el tono o te lanzaré fuera, y tendrás que arreglártelas por ti misma", dijo Mia en un susurro amenazante.
Luego soltó a Horn, quien en lugar de enojarse, parecía horrorizada.
Mia miró los restos de sangre de monstruo en su palma antes de negar con la cabeza un par de veces y limpiarse en su delantal. "Perdona por eso", le dijo, pero entonces notó que la expresión de Horn no se debía a eso.
Más que asqueada, parecía confundida. Su rostro estaba enrojecido y grandes gotas de sudor caían por su frente.
"¿Oye, estás bien?" preguntó Mia mientras la sujetaba de los hombros y la sacudía ligeramente, esperando que volviera en sí.
El extraño comportamiento de Horn solo podía deberse a una cosa, y eso alarmó a Mia. Horn estaba procesando los pensamientos y sentimientos de su diosa, y algo la había sorprendido más allá de la razón.
"Él... perdió..." susurró Horn.
"¿Quién perdió?" preguntó Mia, un poco exaltada. Un mal presentimiento comenzaba a formarse.
"Ottar... Ottar perdió", terminó diciendo Horn, con un atisbo de duda, como si no pudiera creer sus propias palabras.
...