El sonido de explosiones cesó de repente, reemplazado por un breve pero escalofriante silencio, seguido por el desgarrador ruido de algo rasgándose. Y luego, el caos continuó.
Uno... dos... tres...
¿Cuántas veces había sucedido? Bell no lo sabía. Pero, como una alarma persistente, aquel estruendo bastó para arrastrarlo de vuelta a la conciencia.
Abrió los ojos con dificultad. Sus párpados pesaban como si fueran de plomo, y su visión, teñida de un rojizo borroso, solo le confirmó el mal estado en el que se encontraba.
Con esfuerzo, giró la cabeza y miró a su alrededor. Los restos de una posada destrozada lo rodeaban. Fue entonces cuando notó que había sido arrojado allí, noqueado, como si fuera un simple muñeco más en medio de la destrucción.
No estaba seguro de cuánto tiempo había estado inconsciente. Podían haber sido solo unos segundos o, a lo mucho, unos pocos minutos. Sin embargo, el simple hecho de haber quedado fuera de combate tras recibir un golpe lo estremecía profundamente.
Bell no era débil. Aunque su falna marcaba un nivel 4, su diosa le había repetido incontables veces que sus estadísticas estaban fuera de serie. Su cuerpo, incluso, había alcanzado un nivel de rendimiento que solo los de nivel 5 podían exhibir.
Eso lo ponía a la par de las principales fuerzas de Orario. Y, aun así...
El sonido de algo desgarrándose nuevamente.
Había vuelto a suceder. Algo grande estaba ocurriendo.
Bell quitó los escombros que lo aplastaban con esfuerzo, pero apenas logró ponerse de pie, un fuerte mareo lo sacudió, obligándolo a detenerse y tomar un momento para recuperar el aliento.
Llevó una mano temblorosa a su frente y, al retirarla, vio que estaba empapada de sangre.
El golpe que había recibido no solo lo había dejado inconsciente, sino que también había abierto una profunda herida en su cabeza. La cantidad de sangre que manchaba el suelo era alarmante, y el riesgo de desangrarse lo estremeció.
Con movimientos torpes, buscó en su bolsa todas las pociones curativas que había almacenado. Una por una, arrancó las tapas y las vertió completamente sobre la herida. El ardor abrasador de su carne cerrándose y la hemorragia deteniéndose lo hicieron estremecerse, pero sabía que no tenía otra opción.
Sin perder tiempo, tomó otra poción para recuperar algo de aguante y claridad mental. El alivio fue inmediato, aunque sabía que sería temporal. Su cuerpo aún estaba al límite, y esa tregua no duraría mucho.
Si quería recuperarse por completo, necesitaría la ayuda de alguien para curarlo.
Desgarro.
Esta vez, varios desgarramientos consecutivos resonaron en el aire, atrayendo su atención como un grito ensordecedor. Sin perder más tiempo, Bell se abrió paso entre los escombros de la construcción derrumbada y salió al exterior.
Su mirada se dirigió de inmediato al gigantesco pilar de luz que se alzaba hacia el cielo. De él emanaba ese escalofriante sonido de desgarro que parecía partir el mismo aire.
Tragó pesadamente, sin emitir sonido alguno. Su garganta se había secado, y los recuerdos lejanos de aquel momento en el que atravesó el corazón de Artemisa lo invadieron con una punzada de dolor y culpa.
A lo lejos, otro desgarramiento estremeció el horizonte. Otro pilar de luz se formó, alzándose hasta tocar el cielo como un faro de tragedia.
Otro dios había muerto.
El mayor pecado del mundo inferior.
La muerte de una divinidad.
El campo de batalla era un caos absoluto.
Bell buscó frenéticamente con la mirada, temiendo lo peor. Su corazón dio un vuelco de alivio al divisar un grupo de aventureros de las familias Loki y Freya. Habían formado una barricada improvisada para proteger a los dioses que aún permanecían en el exterior.
Muchos habían caído. Bell evitó mirar los cuerpos de aquellos cuya falna había sido sellada. Sabía cuál era el destino que les esperaba en un campo de batalla. La impotencia de haber perdido todo el poder que una vez les perteneció y la certeza de que su dios había muerto, condenándolos a seguirlo pronto, debía ser una desesperación insoportable.
De repente, una explosión estremeció el suelo. Un muro de fuego se levantó en la plaza, iluminando las ruinas con un resplandor infernal. Entonces, un destello dorado cortó a través de un edificio como un cuchillo caliente atravesando mantequilla, seguido por los desgarradores gritos de furia, tan profundos y primitivos como el rugido de una bestia herida.
Los aventureros estaban luchando con todo lo que tenían. Hacían lo imposible por defenderse.
Orario, la ciudad que una vez fue el corazón palpitante del mundo, ahora yacía convertida en un queso agujereado, plagado de cadáveres y destrucción.
Un torbellino de ira se arremolinó en el pecho de Bell, creciendo con cada segundo que pasaba.
Orario luchaba con uñas y dientes, pero las muertes seguían acumulándose en un número incalculable. El suelo, irreconocible tras el incesante bombardeo de magia, estaba empapado en charcos de sangre que teñían las calles como pozas rojas de tragedia.
Nadie había anticipado esto. Después de que la horda fue aniquilada con un solo hechizo, parecía que el peligro había pasado. Pero solo era el comienzo.
Una docena. Solo una docena de invasores, y aun así, toda Orario estaba siendo necesaria para intentar detenerlos.
Bell dirigió su mirada al enemigo que lo había sacado del combate inicialmente.
Su puño brilló con un resplandor plateado mientras un débil sonido de campanillas resonaba, casi perdido entre la conmoción del campo de batalla.
Frente a él estaba un hombre lobo... o al menos, eso parecía ser. Sin embargo, su aspecto estaba casi completamente consumido por la bestia en su interior. Sus rasgos eran monstruosos, y la fuerza que irradiaba debía estar, como mínimo, al nivel 7.
Ryuu apareció entonces, atacando con rapidez. Golpeó la espalda de la criatura con su bastón antes de detonar una bomba de viento a quemarropa. Pero, para desconcierto de todos, la explosión no logró moverlo ni un solo paso.
Las garras de la bestia rasgaron el aire, acercándose peligrosamente al pecho de Ryuu. Sin otra opción, detonó otra bomba de aire frente a ella, obligándola a retroceder por la fuerza.
El daño en el cuerpo del monstruo había sido mínimo, pero Ryuu sabía que, si continuaba utilizando el mismo truco para cada ataque, terminaría acabando con su propia resistencia antes de lograr vencerlo.
"¡Oye, no te distraigas! " gritó una voz firme.
Tsubaki aprovechó el momento de descuido de la bestia y se lanzó hacia ella, impactando el plexo solar con su espada. Sin embargo, el golpe se detuvo abruptamente, como si hubiera chocado contra una placa de metal. La hoja apenas logró perforar medio centímetro de la piel endurecida del enemigo.
Aun así, fue suficiente. Una sonrisa confiada se dibujó en el rostro de Tsubaki mientras vertía un poco de mente en el mango de su espada, activando la magia oculta.
Un torrente de rayos chisporroteó por toda la hoja antes de estallar contra el pecho del invasor. La explosión eléctrica iluminó el caos del campo de batalla, arrancándole un rugido ensordecedor a la criatura.
El colosal cuerpo de la bestia tembló bajo el impacto de la explosión eléctrica, pero sus movimientos no se detuvieron ni por un instante. Con furia, cargó directamente contra Tsubaki, quien fue lanzada por los aires al recibir el golpe.
Era un oponente complicado, más allá de lo que esperaban.
Un par de magos completaron sus cánticos, envolviendo a la criatura en llamas y clavándole estacas de hielo en el torso. Sin embargo, ni siquiera eso fue suficiente para detener su avance.
La bestia volvió a cargar contra Tsubaki, quien aún no había tenido tiempo de levantarse del suelo. Si la alcanzaba, el resultado sería fatal.
Por suerte, un escudo se levantó justo a tiempo frente a ella.
Un aventurero de nivel 4, perteneciente a la vanguardia de la familia Freya, había tomado el lugar de Tsubaki, dándole a los magos la oportunidad de curarla.
El escudo de adamantita del aventurero, uno de los materiales más resistentes de Orario, quedó completamente desfigurado tras recibir el golpe de la criatura. Ni siquiera el refuerzo de su habilidad, que aumentaba la durabilidad del escudo al extremo, fue suficiente. Ante las garras de la bestia, el metal más duro de Orario no era más que masilla.
Con un crujido, el escudo de adamantita se partió en pedazos.
Conociendo su inevitable final, el aventurero se petrificó, paralizado por el terror ante lo que estaba por suceder.
"¡Firebolt!"
Un deslumbrante rayo de fuego pasó frente a él, iluminando su rostro con un brillo intenso.
Bell lanzó el hechizo en el último segundo. Había estado concentrado, intentando aumentar al máximo la carga de Argonauta, pero la urgencia del momento le impidió quedarse inmóvil viendo cómo deshacían al aventurero.
Fue una acción precipitada, pero no podía permitirse ser espectador de aquella masacre.
¡Iba en contra de su moral, en contra de sus ideales!
El hechizo atravesó el aire, directo hacia la bestia, una última oportunidad de salvar una vida.
Un minuto de carga de Argonauta había aumentado el poder de Firebolt de manera abrumadora, hasta el punto en que, incluso siendo un hechizo de canto ultracorto que no requería de mucha mente, la magia del héroe lo elevaba a un nivel completamente nuevo.
Incluso la magia avanzada de los magos, aquellos que se dedicaban por completo a aumentar el poder de sus hechizos, palidecía ante la magnitud de este ataque.
La enorme esfera de fuego estalló contra el costado de la criatura, provocando un aullido de dolor que resonó a través del campo de batalla. Las llamas se esparcieron rápidamente por todo su cuerpo, envolviéndolo en una cortina infernal de fuego que terminó explotando con una fuerza devastadora.
El humo se elevó de su cuerpo ennegrecido, ocultando parcialmente la visión de su figura.
El olor a ozono y carne quemada invadió el aire, repulsivo y penetrante.
Lamentablemente, como si cuerdas invisibles tiraran de él, el monstruo se levantó, desafiante.
Su pelaje estaba completamente chamuscado, y la carne de su costado y pecho había desaparecido, dejándola al descubierto. Sin embargo, lo más impresionante era que, a pesar de la gravedad de la herida, una herida que sería mortal para cualquier otra criatura, comenzaba a cerrarse ante los ojos de Bell.
"Si hubiera cargado otros 30 segundos... no, 20 habrían sido más que suficientes... " se lamentó Bell.
Había tenido la oportunidad perfecta para eliminarlo. La criatura había olvidado su existencia por un momento, y Bell pudo conectar un golpe a plena potencia sin alertarla. Pero no fue suficiente.
Apretó su cuchillo y se lanzó nuevamente contra el monstruo.
La bestia fue rápida, y sus garras pasaron rozando su rostro, tan cerca que Bell apenas logró esquivarlas.
Con agilidad, clavó su cuchillo en el brazo de la criatura, mientras con la otra mano cargaba otro Firebolt, liberándolo con fuerza en el pecho herido del monstruo.
El impacto fue brutal, y el monstruo rugió de dolor, su grito resonando como una condena.
La herida expuesta chirrió, la carne quemada crujió bajo la presión del aire.
Con un rugido furioso, la bestia abrió sus enormes fauces e intentó morder a Bell, pero antes de que pudiera hacerlo, Ryuu se coló detrás de ella. Colocó su bastón en el cuello de la criatura, apretándolo con todas sus fuerzas.
El bastón crujió, amenazando con partirse bajo la presión, pero Ryuu no cedió. Con un brillo verde vibrante, canalizó toda la mente que le quedaba en la empuñadura, apretando aún más, bloqueando la respiración de la bestia, que luchaba frenéticamente por liberarse.
"¡Hazlo! " gritó Ryuu con todo su ser.
Bell no dudó.
"¡Firebolt!"
Liberó su segunda carga de Argonauta con un poder tremendo, haciendo estallar la magia contra el pecho de la criatura. La explosión iluminó todo a su alrededor, pero antes de que pudiera contra-atacar, sus brazos fueron detenidos por Tsubaki y el Einherjar de la familia Freya.
Sin pensarlo, Bell clavó el cuchillo en el pecho de la bestia, el filo cortando su carne expuesta. Permitió que su mente fluyera sin reservas, lanzando otra carga de Firebolt que recorrió todo el interior de la criatura.
El hechizo desintegró los órganos de la bestia, destruyéndolos por completo, mientras su cuerpo colapsaba bajo el poder de la magia.
Con un último esfuerzo, la mandíbula del "hombre lobo" se abrió y cerró de manera frenética, intentando alcanzar a Bell. Este, rápidamente, usó un gancho para golpearla, desbalanceando la mandíbula de la bestia y dejándola vulnerable.
La criatura derramó sangre desde su mandíbula partida, y con aullidos lastimeros, sus ojos, llenos de rencor, se clavaron en Bell. Sin dudarlo, lanzo una última Firebolt y la dejó estallar dentro de la boca del monstruo.
El gruñido de dolor fue desgarrador, pero antes de que pudiera hacer más, el monstruo cayó rendido, su cuerpo desvaneciéndose en el aire.
Partículas blanquecinas de luz se elevaban sobre lo que habría sido el cadáver de la criatura, como si estuviera siendo desintegrado por la misma magia que lo había acabado.
A sus pies cayeron las dagas que se habían clavado en su cuerpo, junto con lo que parecía ser una pieza de armadura para el brazo.
Este detalle llamó la atención de Bell, quien se agachó para recoger sus cuchillos, y al notar el extraño objeto, se acercó con cautela. La pieza de armadura parecía tener algún tipo de importancia.
Era una pieza metálica oscura, algo inusual. Cuando Bell posó su mano sobre ella, sintió una corriente eléctrica recorrer su brazo, como un susurro de energía. Era el mismo sentimiento de poder latente que sentía cuando usaba armas mágicas.
Sorprendido, observó que la criatura no había mostrado tenerla durante el combate, lo que le pareció aún más extraño. Sin pensarlo mucho, quitó el protector roto que llevaba y lo reemplazó con esa nueva pieza.
No pasó mucho tiempo antes de que se ajustara perfectamente a su brazo.
Bell lo supo al instante. La sensación que recorría su cuerpo era clara: el poder recién adquirido no era algo común. Aunque no podía calcular con precisión el alcance de esa nueva fuerza sin revisar su falna con su diosa, podía sentirlo con claridad. Su Fuerza, Resistencia y Destreza habían aumentado, al menos una decena de puntos en cada una.
Era un cambio notable, una mejora inesperada que le daba una ventaja. Bell no podía evitar preguntarse qué más podría hacer esa pieza, pero por ahora, estaba más centrado en lo que acababa de obtener.
"¡No te quedes ahí parado, necesitamos continuar!" exclamó Tsubaki, mientras recuperaba su espada, que había perdido durante el intercambio anterior. Con un gesto, llamó al grupo para que siguieran luchando.
Aunque habían ganado una pequeña victoria, la batalla no había terminado. Aún quedaban muchas de esas criaturas enfrentándose a otros grupos, y algunos de ellos parecían al borde de la derrota, a punto de caer si no recibían ayuda urgente.
Bell, con la mirada fija, observó el centro de la plaza frente a la derrumbada Babel. Podía notar los destellos de rayos de luz y los estruendos provenientes de ese lugar.
Allí, los ejecutivos y los más fuertes de Orario estaban uniendo fuerzas para detener a los invasores.
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Junto al muro derrumbado de la ciudad, una gran estructura de hielo, fruto de una de las magias definitivas de Riveria, descansaba en su lugar. Incluso después de todo ese tiempo, no se podía ver ni una gota o signo de que estuviera por descongelarse.
La cantidad de mente que habían puesto en esa magia, sumada al explosivo aumento de nivel que había recibido de Haruhime, le permitiría permanecer por mucho más tiempo antes de que la magia comenzara a disiparse por sí sola.
Sin embargo, algo parecía haber cambiado.
Un crujido rompió el silencio.
Una pequeña grieta comenzó a formarse en la superficie de la estructura de hielo. Una fisura minúscula, pero suficiente para despertar una sensación inquietante en quienes la observaban.
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