Cherreads

Chapter 21 - Capítulo 21: Obras de un Necio

"Deberíamos acercarnos", dijo Hyakinthos, rompiendo la tensión.

Habían estado observando el mausoleo durante varios minutos, pero nada había sucedido; parecía estar vacío en ese momento.

Cuidando de no dejar huellas que delataran su posición, el par se acercó a la construcción. Su sorpresa fue grande al notar que la lluvia parecía detenerse sobre ella: ni una gota tocaba la piedra blanquecina de la que estaba hecha. El cielo, despejado sobre el mausoleo, daba la impresión de estar bajo el ojo de la tormenta, pero este fenómeno permanecía estático, sin importar cuánto tiempo pasara.

Avanzaron con cautela, flanqueando el área y examinándola detenidamente en busca de signos de vida o movimiento. Al no hallar nada, se aventuraron lo suficiente como para contemplar el mausoleo de cerca por primera vez.

Apolo solo podía admirar aquella majestuosa construcción. Los pilares parecían haber sido tallados de una sola roca de color marfil, fría al tacto y tan dura que, incluso después de recibir un golpe a toda potencia de Hyakinthos, no mostraban ni el más mínimo rasguño en su superficie.

"Cualquiera de estos pilares valdría varios millones de Valis", comentó Apolo. Muchos dioses apreciarían una obra arquitectónica como esta y endeudarian a sus familias por poseer algo tan extraordinario.

"Ni siquiera sabemos de qué material está hecho", le recordó Hyakinthos. "Tal vez valga mucho más." Ambos sonrieron, aunque conscientes de que esa expectativa era solo un espejismo.

Lamentablemente, sin la capacidad de romperlos en pedazos, sería imposible recuperar el material. Además, no dudaban que, incluso reuniéndose con los demás, sería inviable mover los pilares de su ubicación.

Primero revisaron las tumbas subsidiarias. En su interior encontraron una gran bandera con un símbolo familiar y un par de lápidas dispuestas una al lado de la otra.

Apolo inspeccionó la primera mientras Hyakinthos se esforzaba por abrir una de las lápidas.

Rozó sus dedos contra la tela de la bandera, lo que provocó un estremecimiento. Era tan suave que, comparada con la seda de su ropa, hacía que esta última pareciera harapos.

Luego examinó el emblema, que resultó ser bastante ostentoso. Pensó por un momento, pero no logró recordar haberlo visto antes. Sin embargo, se sorprendió gratamente al notar que el bordado estaba hecho con hilos de oro.

"Qué extravagancia. Esta familia debe estar nadando en dinero", pensó.

Apretó la tela firmemente y tiró de ella. Costó un poco, pero finalmente cedió y se desprendió de la pared. Con un gesto exagerado se la colocó como una capa. "Me queda perfecta", declaró con orgullo.

Ahora, con el muro vacío, se reveló un grabado que antes había estado oculto. Apolo le dio una mirada rápida antes de rugir con desdén. "¡Qué arrogancia!", exclamó, escupiendo al suelo en un intento de librarse del mal sabor que aquellas palabras, escritas en la lengua de los dioses, le habían dejado.

"¡Ainz Ooal Gown no conoce la derrota!"

Qué chiste. Nada en el mundo es inamovible. Incluso los más fuertes están sujetos a las leyes del tiempo y, eventualmente, caerán. Sus vidas son efímeras, destinadas a desvanecerse con el paso de los siglos. Incluso los dioses inmortales terminarán regresando al cielo y, tarde o temprano, serán olvidados.

Una afirmación como esa solo podía provenir de un idiota. Aunque, en este caso, Apolo sospechaba que se trataba más bien de un dios tonto e ingenuo, uno que aún no había aprendido lo básico antes de aventurarse al mundo inferior.

Eso explicaría, en parte, la presencia de poder divino en ese lugar. Solo un dios sin cerebro sería capaz de algo tan absurdo.

¿Acaso no conoce del tratado? ¡Si por su imprudencia la Mazmorra rompe su palabra y comienza a digerir el poder divino dejado por los dioses en el mundo inferior, las calamidades que podría generar serían algo que incluso ellos deberían temer!

"¡Apolo-sama, debe venir a ver esto!" gritó Hyakinthos, sacándolo de sus pensamientos.

Había estado intentando abrir uno de los sarcófagos, pero este no cedía. Como último recurso, decidió usar su espada como palanca. Aunque el método funcionó, la hoja terminó doblada en un ángulo irreparable.

A pesar de ello, Hyakinthos no se sintió mal en lo más mínimo, pues sus ojos reflejaban el brillo dorado de los tesoros dentro del sarcófago.

Monedas, coronas, joyas e incluso armas ornamentadas estaban apiladas unas sobre otras, formando una ostentosa montaña de riquezas.

Mientras el dios prácticamente babeaba ante la visión del dinero y las joyas, Hyakinthos tomó una de las espadas del tesoro. Usándola como palanca, consiguió abrir la tapa de otro sarcófago, que, al igual que el primero, rebosaba de oro.

A diferencia de Apolo, quien se lanzó sobre las riquezas como si intentara nadar en ellas, Hyakinthos no podía apartar la mirada de la nueva espada enjoyada que había decidido quedarse. A diferencia de su antigua arma, esta parecía estar en perfectas condiciones incluso tras abrir los ataúdes restantes, uno tras otro.

¿Acaso estaba hecha de adamantita? Era extremadamente resistente, pero, al mismo tiempo, flexible y liviana, lo que la convertía en el arma perfecta para él.

Como aventurero en Orario, nunca había tenido la oportunidad de sostener un arma de tal calidad entre sus manos, por lo que estaba completamente embelesado.

Solo en una de las tumbas subsidiarias habían encontrado suficientes tesoros para llenar por completo un cuarto grande de su antigua mansión, hasta desbordarlo.

"¡Tenemos que ir por los demás! y robar... cof, tomar todo este tesoro que dejaron abandonado", gritó Apolo mientras intentaba sujetar la mayor cantidad posible de piezas brillantes. Piedras preciosas caían de sus bolsillos, y las capas abultadas de su ropa le daban un aspecto cómico.

Hyakinthos no podía evitar sospechar que todo ese tesoro no había sido obtenido de forma legítima. Después de todo, un dios con su Arcanum desatado podía crear oro de la nada y moldear estructuras como esta a partir del barro. Con ese poder, conquistar el mundo inferior sería un juego de niños, desequilibrando el delicado orden que tanto se había intentado establecer.

Apolo ya había tomado una decisión. Primero se aseguraría de tomar todo para sí y su familia. Apartaría unas pocas migajas como ofrenda para presentar al consejo de dioses en el próximo Denatus, y con ello se encargaría de enviar de regreso al cielo al idiota que se creía exento de las reglas.

Con las ganancias sobrantes, podría permitirse una vida cómoda y, además, negociar su regreso con esa mocosa de Hestia. Estaba seguro de que podría llegar a un precio razonable con ella para levantar el exilio que pesaba sobre él y su nueva familia.

Podía sonar hipócrita de su parte, especialmente después de recalcarles una y otra vez a sus nuevos hijos que la ciudad de Orario estaba podrida y que el gran juego que jugaban sus dioses no era más que un espectáculo aburrido, uno que nunca le había tentado.

Pfff, mentiras. Historias que había ideado para justificarse a sí mismo y a sus acciones después de haber sido expulsado.

Aunque era cierto que Orario estaba corrompida hasta la médula, profundamente, en su interior, Apolo aún añoraba su lugar en aquella ciudad. Sin embargo, había aprendido algo de sus errores: ya no podía tratar a sus hijos como simples peones. No entraría nuevamente en conflicto por estupideces.

Se podría decir que había madurado. Si regresaba, lo haría para alcanzar una grandeza verdadera, no una ilusión vacía como la que había perseguido en el pasado.

De pronto, el sonido de pasos provenientes del mausoleo principal llamó su atención. Eran muchos, y el ruido del metal chocando contra el suelo era fuerte y constante, casi como si quienes marchaban hubieran decidido sincronizarse entre sí.

Tan rápido como pudieron, arrojaron el oro dentro de los sarcófagos para que no les estorbara y corrieron a ocultarse. No se tomaron el tiempo de arreglar el lugar ni de dejarlo como estaba antes de su llegada.

Solo podían esperar que nadie se acercara a las tumbas, pues eso delataría su presencia.

Lo primero que apareció sorprendió al par.

"¿Qué mierda hace un Spartoi aquí?" susurró Apolo.

Un monstruo era lo peor que podían encontrarse en este momento. Si se tratara de aventureros o incluso de un dios, podrían intentar negociar y llegar a un acuerdo para escapar. Incluso si se toparan con alguien de pensamientos retorcidos, como los seguidores de Evilus, Apolo confiaba en su capacidad para convencerlo.

Sin embargo, la situación había dado un giro peligroso. Los Spartoi tenían fama de ser algunos de los monstruos de cuarto nivel más letales de los pisos en que aparecían. Y este en particular era aún más aterrador: no llevaba las armas de hueso desgastadas y burdas típicas de los generados en la Mazmorra.

Frente a ellos se alzaba una criatura completamente vestida con una armadura dorada, portando una espada pesada en su mano. Ambas piezas, tanto la armadura como la espada, eran de una calidad desconocida para el dios, pero no había duda de que se trataba de objetos de un valor inmenso.

Maldijeron cuando un segundo Spartoi apareció, y sintieron un escalofrío al ver cómo una docena de caballeros esqueleto, todos completamente armados, terminaban de emerger.

Pero no acabó ahí. Con asombro, presenciaron cómo el grupo de Spartoi formaba dos líneas perfectamente organizadas, erguidos y presentando respetos, dejando un camino abierto hacia el mausoleo.

Una última figura apareció. Una pequeña niña avanzaba con pasos lentos, sujetando un báculo con ambas manos.

"¿Una amazona?", pensaron al principio, impresionados por su aspecto. Sin embargo, al fijarse mejor, notaron sus orejas puntiagudas, reveladoras de su linaje como elfa. Apolo no necesitó siquiera reflexionar para clasificarla inmediatamente como un talento incomparable, alguien capaz de desatar guerras entre familias por el privilegio de reclutarla.

Solo imaginar la combinación de fuerza bruta, resistencia sobrehumana e instintos de lucha depredadores de las amazonas, sumados al altísimo talento mágico de un elfo, hacía que Apolo gritara por dentro de pura frustración y asombro.

La formación de Spartoi se abrió ceremoniosamente, dándole paso a la elfa, quien avanzó hasta detenerse justo al borde del área despejada. Miró el paisaje con ojos cansados, suspiró y luego se giró hacia el Spartoi más cercano.

"Albedo-san quiere que inspeccionen el área y capturen todo lo que encuentren", ordenó con voz tranquila.

Los caballeros asintieron antes de dispersarse, dejando atrás solo a un par de ellos, que permanecieron inmóviles como centinelas, vigilando los mausoleos.

Por su parte, la elfa alzó el báculo sobre su cabeza y, tras recitar un breve encantamiento compuesto por un par de palabras, estrelló la punta de madera contra el suelo con un golpe seco.

La tierra crujió antes de comenzar a moverse. El montículo que habían usado para inspeccionar la zona se dobló sobre sí mismo, transformándose en una montaña de tierra que se retorcía y comenzaba a envolver el área.

"¿Es una diosa?", preguntó Hyakinthos, conmocionado por lo que estaba presenciando.

Las manos de Apolo temblaban, y sus pupilas, desenfocadas, reflejaban el terror que lo invadía. Aquella niña... no, aquella cosa, ¡no era un dios!

¿Qué clase de habilidad era esta? ¿Realmente un hijo del mundo inferior podía desarrollar un poder semejante? ¡Apolo no podía creerlo! Estaba convencido de que el dios enloquecido detrás de ella no se había limitado a lavar la mente de los monstruos. Seguramente había utilizado su Arcanum para modificar el cuerpo de esa niña, llevándola al punto de realizar hazañas que deberían estar reservadas únicamente para los dioses.

Para empeorar las cosas, habían quedado atrapados. Sus rutas de escape ahora eran montañas escarpadas, difíciles, si no imposibles, de escalar sin el equipo adecuado. Además, intentar hacerlo revelaría su presencia tanto a los Spartoi como a la elfa, quien seguía modificando el terreno con su magia.

Sin otra opción, solo pudieron esperar a que el hechizo drenara la energía mental de la elfa y esta regresara al mausoleo.

Los minutos pasaron lentamente, pero cuando estos continuaron avanzando y la niña no mostraba ni el más mínimo signo de agotamiento, una inquietante premonición comenzó a crecer en sus corazones.

...

More Chapters